Todo un Parto

Publicado el 19 noviembre 2010 por Diezmartinez

¿Cómo decido qué veo cuando no tengo la obligación de hacerlo? Es decir, ¿cómo decido ver una película que mis editores no me asignaron reseñar? Si se trata de la nueva película de un autor de interés para mí (digamos Allen, Scorsese, Leigh, Polanski, Wong), por supuesto que no necesito que nadie me diga nada. Esa cinta la veo porque la veo. Pero cuando no es así, ¿cómo decido? Ya pasé de la época en la que tenía la absurda pretensión de ver toda la cartelera comercial -nadie hace eso y lo sé de buena fuente: ni siquiera los que presumen ver todo, realmente ven todo-, así que, después de cumplir mis encargos laborales, estudio la cartelera y veo si merece mi dinero y mi tiempo tal o cual película. La vida es corta para perder el tiempo revisando basura.
La verdad, pensé mucho en entrar a ver Todo un Parto (Due Date, EU, 2010), octavo largometraje del disparejo hacedor de comedias vulgares Todd Phillips (divertidas Viaje Censurado/2000 y Aquellos Viejos Tiempos/2003, derivativa pero mundialmente exitosa ¿Qué Pasó Ayer?/2009). Mi instinto me decía que debía saltarme el filme, pero la presencia de Robert Downey Jr. me hizo decidirme por darle el beneficio de la duda. En mala hora lo hice: Phillips, como anoté antes, ha sido un director más bien disparejo y Zach Galifianakis nunca me ha parecido un buen actor cómico. El tipo es más bien molesto e irritante y no de una forma ingeniosa y/o subversiva, como lo podían ser cualquiera de los Monty Python o, digamos, Peter Sellers. Galifianakis es simple y llanamente enfadoso.
La trama de Todo un Parto es un refrito de la mucho mejor road-comedy Mejor Solo que Mal Acompañado (Hughes, 1987), en la que un neurótico páter-familia y un gordazo perdedor (Steve Martin y John Candy, respectivamente) atraviesan Estados Unidos en aviones, trenes y automóviles en el Día de Acción de Gracias. Ahora el trayecto es menos complicado –se trata de salir de Atlanta en auto para llegar a Los Ángeles- y la comedia, mucho menos lograda.
El arrogante arquitecto Peter Highman (Robert Downey Jr.) es bajado del avión de Atlanta hacia Los Ángeles porque cierto aprendiz de actor marigüanero Ethan Tremblay (Galifianakis) provoca un malentendido al decir en voz alta las palabras “bomba” y “terrorista”. Sin dinero y sin identificaciones –su cartera se fue en el equipaje con rumbo a Los Ángeles-, a Peter no le queda más remedio que aceptar la oferta del molesto Ethan -quien también fue bajado del avión- e irse con él a L.A. en un carro rentado.
Una comedia de pareja/dispareja funciona cuando hay un auténtico rapport entre los dos actores y cuando hay un guión que explora/explota sus personalidades encontradas/enfrentadas. No se trata de soñar que Phillips sea capaz de hacer comedias al nivel de las de Laurel y Hardy, o Lemmon y Mathau, pero sí, por lo menos, de Martin y Candy. Por desgracia, ni siquiera esto se logra. Es cierto, Downey Jr. está perfecto como el sangronazo arquitecto víctima de todas las barrabasadas cometidas por Galifianakis, pero este último no pasa de ser una auténtica molestia, más que una genuina fuente de humor subversivo.
Phillips y sus tres guionistas no tienen más universo cómico que un slapstick (dizque) políticamente incorrecto (Downey Jr. golpea a un niño en el estómago y luego él es golpeado por un veterano de Irak en silla de ruedas), una paranoica aventura por los infiernos mexicanos (el cruce hacia México por Ciudad Juárez, nada gracioso) y una vulgaridad zoofílica que, me estaré haciendo viejo, tampoco encontré ingeniosa (el perro de Galifianakis se masturba siguiendo el ejemplo de su amo). De hecho, es tan claro que Phillips y sus guionistas no son capaces de sostener la comedia que el par de cameos extendidos que vemos en el filme (el de Juliette Lewis y el de Jamie Foxx) no agregan un solo elemento interesante a la trama, a no ser tiempo perdido: minutos valiosos para poder pasar más allá de la hora y media de duración, de tal manera que el público no se sienta estafado. Yo, de todas formas, sí me sentí así. A la próxima, le hago más caso a mi instinto.