La oligarquía que gobierna (y no me refiero a los políticos) decidió ya hace unos meses que las instituciones debían seguir en manos de una organización mafiosa, y para ello tenía que contar con el apoyo del sucedáneo naranja y, sobre todo, de la otra pata del bipartidismo. ¿Socialista y obrero? Insignificancias ante lo de verdad trascendente: prolongar la apariencia de normalidad cuanto sea posible. Todo quedó atado y bien atado, y así debe seguir, aunque cada vez sea más aparente y menos fiel a la realidad de una sociedad que está convulsionando.
¿Cómo se prolonga esa apariencia? Pues con la inestimable ayuda de los medios de propaganda del establishment. Claro que esta vez el sapo que se tienen que tragar millones de votantes es bastante más gordo de lo habitual. Esta vez se trata de hacer efectiva, ya sin caretas, la alianza del bipartidismo contra la posibilidad de un cambio. PPSOE. Ahora sí, y sin anestesia. Por el bien del país. Responsabilidad de Estado.
Pero como decía, el sapo es del tamaño de un hipopótamo, así que no basta con los voceros habituales del régimen. Es necesario que se sumen a la cruzada “patriótica” todos los medios comprometidos con el acuerdo del 78, con la constitucionalidad, con la legalidad, con la concordia y todas esas patrañas que tan bien han funcionado hasta ahora para mantener a la masa ameba en su cómodo espejismo de bienestar democrático.
El Grupo PRISA se puso a ello con denuedo, y lleva unos meses desatado en su viraje del aparente progresismo a la férrea defensa de un sistema putrefacto, rancio y violento. Porque violencia es lo que llevan años sufriendo las víctimas de esta plutocracia insensible, lo que sufrimos todas las personas comprometidas con la justicia social.
Que las élites del PSOE hayan decidido, sin atisbo de vergüenza, entregar el gobierno del país a una organización criminal es un drama, para sus votantes, quienes (en su ingenuidad) creían estar confiando en un partido socialista, y, sobre todo, para la propia organización, que ha sido secuestrada por un puñado de patricios sin escrúpulos. La muerte de una formación histórica, traicionar sus principios, es infinitamente menos importante que apuntalar el sistema.
Yo jamás he votado al PSOE, mi ideología se sitúa mucho más a la izquierda, pero me entristece asistir al lamentable espectáculo que están protagonizando unos dirigentes mediocres, incapaces de mostrar un mínimo de dignidad política. «Investir a Rajoy es el mal menor», afirman sin rubor. ¿No resulta inquietante que para un supuesto partido de izquierdas sea peor opción las urnas que regalar el gobierno a “eso”? Porque lo de intentar un gobierno alternativo ni se lo han planteado. Lo hizo Pedro Sánchez y ya vimos qué le montaron.
La vergonzosa abstención, que presumiblemente se confirmará oficialmente este domingo, es el tema. Ha costado lograrla. Han tenido que provocar un motín, acallar las voces críticas y silenciar a la militancia, aunque no parece que esto último lo hayan conseguido. Hay decenas de miles de militantes que no están dispuestos a pisotear su dignidad y la de su partido, y que van a luchar hasta el final para recuperar las riendas. Ya han reunido, o están a punto de hacerlo, las firmas necesarias para participar en la toma de decisiones. Sin embargo, el tiempo se les echa encima, y es muy posible que no puedan evitar la abstención. Los secuestradores no quieren saber nada de militancia. Su misión se desarrolla en las altas esferas (o en las sucias alcantarillas).
Logrado el primer objetivo, el aparato de propaganda tiene que desviar la atención. Lo que quede del PsoE debe disponer del tiempo y el apoyo suficientes para recuperar terreno, para rehabilitarse como alternativa, así que hay que poner el foco en cuestiones más urgentes y escandalosas. Una protesta universitaria, por ejemplo.
La suspensión de una charla que iban a dar Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Universidad Autónoma de Madrid a consecuencia de la ruidosa protesta de un grupo de estudiantes se ha convertido en cuestión de Estado, un «intolerable ataque fascista a la democracia instigado por Pablo Iglesias». Es la conclusión inmediata a la que llegaron el mismo miércoles todos los medios dependientes de las grandes empresas de comunicación y los principales partidos, por supuesto, con el PsoE a la cabeza.
El ataque a la democracia es que un puñado de estudiantes de un sindicato de ideología anarquista (y por tanto antisistema) insulte a dos de los integrantes de la oligarquía que maneja los hilos, dos de los personajes más siniestros y maquiavélicos de nuestra historia contemporánea, instigadores de la rebelión en el PsoE, artífices de la abstención.
A mí no me dan ninguna pena. Al contrario, me indigna que una universidad pública los invite a dar charlas en un momento político tan vergonzoso como el que estamos viviendo, y me habría indignado que la comunidad estudiantil no hubiera reaccionado.
Pensando con la cabeza fría, quizás habría sido más inteligente y efectivo permitirles hablar y esperar al turno de palabras para bombardearlos con las preguntas incómodas que los periodistas pesebreros no se atreven a (ni les dejan) hacer. Claro que es muy posible que se hubieran salido por la tangente y que, de todas formas, medios y partidos hubiesen acabado culpando a Iglesias de teledirigir a los “peligrosos” estudiantes.
En cualquier caso, no hay que ser muy sagaz para deducir que los organizadores sabían qué iba a pasar, y que no les venía mal como parte de su estrategia.
PRISA está desatada de nuevo en la criminalización de Podemos. El miércoles empecé a escuchar Hora 14 con la más que sospecha de por dónde irían los tiros; en menos de un minuto quedó confirmada: los estudiantes violentos repetían las consignas de Iglesias (lo de la cal viva) y un portavoz de eso que siguen llamando PsoE lo acusaba directamente. Apagué la radio. Después comprobé que todos los medios reproducían las mismas consignas. Los titulares de ‘El País’, de vergüenza ajena (si os pica la curiosidad, buscadlos en Google; me niego a hacer publicidad de pasquines propagandísticos).
La prensa, al menos la dependiente de las grandes empresas, ha dimitido de su misión de control del poder. Se ha pervertido de tal manera que su objetivo es exactamente el contrario: hacer propaganda del poder. Pero no puede sorprenderle a nadie, porque las empresas que invierten en los grupos de comunicación son las mismas que parasitan el sistema, las mismas que tienen línea directa con los altos cargos políticos para disponer de ellos a conveniencia.
Sin embargo, (y quizás me equivoque) tengo la sensación de que esta vez se están pasando de rosca. La gente puede que esté narcotizada, pero su nivel de estupidez no es tan alto como considera el aparato de propaganda. Llega un momento en que el esperpento es tan grande que se hace difícil creer que haya quien lo compre. Lo que no tengo tan claro es si ser consciente de que te están tomando por imbécil lleva a la gente a actuar o a desentenderse de todo. La segunda opción a la oligarquía ya le vale.
En fin, que si todo va bien la semana que viene tendremos gobierno (de orden) y respiraremos aliviados. El país (gracias a ‘El País’) seguirá avanzando en la imparable senda de la recuperación y nos habremos librado del peligro proetarra bolivariano.