Tom Sharpe.Todo Wilt.Traducciones de José Manuel Álvarez, Marisol de Mora y Gemma Rovira.Anagrama. Barcelona, 2020.Siempre que Henry Wilt sacaba al perro a pasear o, para ser más precisos, cuando el perro le sacaba a él o, para ser exactos, cuando la señora Wilt les decía a ambos que se fuesen de casa para que ella pudiese hacer sus ejercicios de yoga, Henry siempre seguía la misma ruta. De hecho el perro seguía la ruta y Wilt seguía al perro. Bajaban hasta la oficina de correos, cruzaban el campo de juegos, luego el puente del ferrocarril y seguían por el sendero que bordeaba el cauce. Continuaban, siguiendo el río, poco más de kilómetro y medio y luego cruzaban otra vez por debajo de la vía férrea y volvían recorriendo calles cuyas casas eran mayores que la de Wilt y donde había árboles grandes y jardines y los coches eran todos Rovers y Mercedes. Era allí donde Clem, un labrador de raza, se sentía evidentemente más a gusto, y hacía sus cosas mientras Wilt esperaba mirando alrededor un poco inquieto, consciente de que aquel no era su tipo de barrio y deseando que lo fuese. Era prácticamente el único momento de su paseo en que él tenía una cierta conciencia de su entorno. Durante el resto del trayecto el paseo de Wilt era un paseo interior y seguía un itinerario completamente distinto de su propia apariencia y de la de su ruta. Era en realidad una jornada de pensamiento ávido, un peregrinaje por sendas de posibilidad remota que implicaban la desaparición irrevocable de la señora Wilt, la adquisición súbita de riqueza, de poder, lo que haría él si le nombrasen ministro de educación, o, aún mejor, primer ministro. Era algo urdido en parte con una serie de recursos desesperados y en parte con un diálogo mudo, de tal modo que quien reparase en Wilt (y la mayoría de la gente no lo hacía) podría haber visto que sus labios se movían de cuando en cuando y que se le fruncía la boca en lo que él suponía cariñosamente una sonrisa sardónica cuando abordaba cuestiones o respondía a argumentaciones con una agudeza de ingenio devastadora. Fue precisamente durante uno de esos paseos, bajo la lluvia, tras un día especialmente penoso en la escuela, cuando Wilt consideró por primera vez la idea de que solo podrían cristalizar sus esperanzas y podría considerar su vida algo propio si su mujer era víctima de algún desastre no del todo fortuito.
Esto, como todo lo demás en la vida de Henry Wilt, no fue una decisión súbita. No era un hombre decidido. Prueba de ello eran sus diez años de profesor auxiliar (Nivel Dos) en la Escuela de Artes y Oficios Fenland. Llevaba diez años en el Departamento de Artes Liberales dando clases a los alumnos de Instalación de gas, Enyesado, Albañilería y Lampistería. O manteniéndolos en calma. Y durante diez largos años se había dedicado a ir de clase en clase con dos docenas de ejemplares de Hijos y amantes o Ensayos de Orwell o Cándido o El Señor de las Moscas y había hecho todo lo posible por ampliar la sensibilidad de los aprendices con una notable falta de éxito.
Así comienza, en la traducción de José Manuel Álvarez, Wilt, el título con el que Tom Sharpe (Londres, 1928-Llafranc, 2013) inauguró en 1976 el ciclo de cinco novelas protagonizadas por Henry Wilt que Anagrama reúne en un volumen que recoge, además de la inicial, Las tribulaciones de Wilt, ¡Ánimo, Wilt!, Wilt no se aclara y La herencia de Wilt, con la que cerró la serie en 2009.
Profesor auxiliar en la Escuela de Artes y Oficios Fenland, casado con la iracunda, mandona y liberada Eva y padre de cuatrillizas asilvestradas, inseguro y patoso, Wilt es un ineficiente adiestrador cultural en un medio adverso, un personaje a la vez gris y extravagante entre muchos personajes grises y extravagantes, un pobre diablo que sufre humillaciones públicas y privadas y recae con frecuencia en sus excesos como bebedor de cerveza y en situaciones absurdas y bochornosas, generadoras de una espiral de enredos que desbordan al personaje, que acaba convertido de la manera más tonta en sospechoso del asesinato de su mujer.
Con una inagotable capacidad para crear problemas, sufrirlos y sortearlos con asombrosa habilidad, Wilt es un representante de la irrepetible clase media británica, sobre la que Sharpe proyecta su humor inteligente y corrosivo, su ironía, su sátira despiadada y cruel de la hipocresía en las relaciones sociales.
Esos son algunos de los elementos triviales con los que Tom Sharpe construye su cruzada risueña y corrosiva contra lo políticamente correcto y contra la hipocresía británica en la que quizá sea la mejor lectura para unas vacaciones tan raras como estas.
Santos Domínguez