A partir de ahora asistiremos a otro periodo convulso de la Historia de España, una etapa donde el poder está fraccionado, como en Italia, en la que los ciudadanos y los políticos, divorciados, se enfrentan entre sí y se desarrolla una lucha de todos contra todos: ricos contra pobres, izquierdas contra derechas, libres contra esclavos, demócratas contra totalitarios y todos desconfiando y mirándonos con recelo.
La culpa principal del desastre que ya nos invade ha sido de los dos grandes partidos, que han desaprovechado lamentablemente las tres décadas largas de confianza y apoyo de los españoles. En lugar de aprovechar esa confianza casi ciega de los ciudadanos en la democracia, en los partidos y en los políticos para construir una sociedad justa, decente y próspera, ellos han instaurado la corrupción, han prostituido la democracia y han sembrado en la sociedad la incultura, la desigualdad, el desempleo y una larga lista de miserias y lacras, mientras ellos mismos se constituían en casta y se atiborraban de privilegios y ventajas.
Los hemos castigado en las urnas, pero, de algún modo, las elecciones las hemos perdido todos, incluyendo a los demócratas.
Y lo peor de la situación es que hay poco espacio para la esperanza porque los grandes partidos están tan podridos y deteriorados que no tienen capacidad para regenerarse. Cargados de ceguera y de estupidez, unos y otros se equivocan en el diagnóstico. Rajoy dice que el es el mejor candidato para las elecciones generales y que no hay que cambiar nada, mientras que Pedro Sánchez sigue al frente de un partido corrompido hasta la médula, incapaz de reaccionar, practicando de manera temeraria el cambio de cromos con los nuevos partidos: yo te doy una alcaldía y tu a mi una comunidad.
Maldita sea, estos tipos no entienden que lo que los españoles queremos es que el país, los partidos, los políticos, la democracia y la sociedad entera se regeneren.
Hay que resetear el sistema y refundar unos partidos cuya podredumbre los ha infectado de cangrena. Los políticos han traspasado tantas veces la linea roja, anteponiendo sus intereses al bien común, que ya no hay retorno. Están tan podridos que hay que sustituirlos porque los ciudadanos han perdido la confianza en ellos y sin confianza no hay democracia.
El ciudadano, acostumbrado a sustituir a los carpinteros, electricistas, peluqueros y abogados cuando pierde la confianza en ellos, quiere hacer ahora lo mismo con unos políticos que, sin la menor duda, han traicionado al pueblo.
Y tenemos todo el derecho a hacerlo, aunque corramos el riesgo de que los nuevos peluqueros, abogados, carpinteros y electricistas tengan que aprender cometiendo errores y que en algunos casos los recién llegados puedan ser peores que los anteriores.