21 septiembre 2013 por araphant
Hace sólo unos días se conocía que en la nueva reforma del código penal, España perseguirá con penas de cárcel a los dueños o administradores de las llamadas webs de enlaces. Páginas de Internet en las que no se alojan contenidos protegidos por derechos de autor pero que facilitan el acceso a estos contenidos mediante un enlace. Llama la atención que los gobiernos sigan intentando apagar un incendio echando más leña al fuego, en lugar de reconocer que el edificio ya no puede ser salvado y que lo que en realidad hay que hacer es comenzar a construir uno nuevo.
Piensan esos señores legisladores, apoyados por los señores de las sociedades de Gestión de Derechos y los señores de las industrias del entretenimiento, en su total desconocimiento de cómo funciona Internet, que cerrando webs acabarán con el intercambio de archivos a través de la red; porque de eso estamos hablando realmente por mucho que esos señores de traje y corbata hablen de robo de obras: del intercambio de copias de archivos a través de una red que ofrece mil maneras de hacerlo y en la que, cada vez que alguien levanta un muro, otra persona encuentra la forma de atravesarlo. Y son precisamente las palabras copia y archivo, las que diferencian el acto de compartir del de robar. Para robarle algo a alguien, tengo que quitárselo para quedármelo yo. En el intercambio de archivos a través de Internet no existe ese concepto, puesto que lo que se comparte son copias. Y ni siquiera se intercambia un objeto: se comparten datos, por lo que con la reforma del código penal estaremos condenando a penas de cárcel a personas que intercambian unos y ceros…
Es tan absurdo como el clásico mantra de la SGAE y otras entidades: que por cada libro, película o disco que se piratea hay una copia menos que se vende… ¿Quién en su sano juicio tendría el dinero suficiente para comprar todo lo que se descarga? La realidad que esos señores no quieren ver es que el modelo de negocio que tan buenos resultados les dio hasta ahora, ya no sirve. La realidad es que ahora, el cliente es quien decide lo que quiere ver, cuándo lo quiere ver y en qué condiciones. Y sobre todo, ahora el autor de cualquier obra no está obligado a pasar por intermediarios para poner su trabajo a disposición del público; cualquier artista tiene infinidad de posibilidades para publicar sus obras y la gente tienen acceso a cosas a las que antes no podía acceder por culpa de los caprichos de una industria. ¿De verdad piensa alguien que tiene sentido seguir utilizando las ventanas de explotación?, dicho de otra manera: ¿tiene lógica estrenar un producto en diferentes países con meses de diferencia, cuando Internet nos lo ofrece en el mismo momento en cualquier lugar del mundo?
Los internautas (palabra que cada vez odio más) no lo queremos todo gratis: lo queremos todo fácil y a un precio justo. Y los autores deben ver remunerado su trabajo también de una manera fácil y justa. Pero, qué curioso, sobre eso no están dispuestos a legislar. En un escenario en el que las leyes actuales sobre derechos de autor ya no tienen cabida por haber cambiado la forma de acceder a las obras, nadie ha hablado de cambiar esas leyes para asegurar los derechos intelectuales de los autores sobre sus obras… siguen tomando el camino de criminalizar a sus clientes potenciales, llamando ladrones (y partir de ahora enviando a la cárcel) a las mismas personas que querrían ver en sus cines, en sus tiendas de discos y en sus librerías. Porque de eso se trata para la industria y los gobiernos: no de los autores y sus derechos, sino de que nadie ose perjudicar sus márgenes de beneficio.
El cine no se va a morir. La música no se va a morir. La literatura no se va a morir. Todos los días vemos ejemplos de artistas y profesionales que utilizan Inernet para publicar su obras realizadas al margen de la gran industria. Lo que se muere lentamente es la manera tradicional de contemplar, leer, escuchar y hacer negocio. ¿Tiene un artista derecho a vivir de su obra? Pienso que tiene derecho a intentarlo. Toca adaptarse o morir. Y parece que la industria (y muchos artistas) han decidido morir matando. Peor para ellos.