Existen muy pocos jugadores en el mundo de la NFL capaces de convertir a la peor de las franquicias en el más sólido candidato al Vince Lombardi Trophy. Esos tipos llegan a la ciudad, otean el campo de entrenamiento y, a poco que uno se despiste, se hace el milagro: el equipo pasa a tener un balance positivo, cruzan los playoffs a toda velocidad, se hacen con alguna Super Bowl y, con un poco de suerte, hasta te fundan una dinastía; así de fácil. Esos individuos, escasos en número pero infinitos en talento, asumen con resignación el doble papel de héroe y villano. Héroes en la victoria, aclamados, agasajados e idolatrados por la afición local hasta el exceso cuando se hacen realidad triunfos con los que jamás soñaron los lugareños. Villanos siempre en la derrota, señalados como únicos culpables de todos los males por el dedo inquisidor de la turba cuando el viento cambia, los resultados dejan de llegar o, simplemente, los buenos tiempos han acabado.
Hoy os hablaré de un neorleano de treinta y cinco años, hijo de un quarterback y hermano del mariscal de campo de los New York Giants. Alguien con una lista tan larga de méritos, marcas y récords como el expediente del Capitán América. Me estoy refiriendo a Peyton Williams Manning, también conocido como Míster Audible por su habilidad en cambiar de jugada en cada snap. En décadas no he visto a nadie asumir, de una forma tan completa, la ofensiva de un equipo como él lo hace en cada drive. Le bastan unos pocos segundos tras el center para analizar la defensa rival, detectar sus debilidades y encontrar la forma más certera de explotarlas hasta la total destrucción del contrario. Su frialdad, instinto asesino y capacidad de ejecución hacen el resto; es implacable, metódico y contundente. Sería el prototipo perfecto de pocket passer si, en mi particular mundo NFL, no hubiera creado una nueva categoría en la que sólo figura él: passing machine. De su potente brazo, cualquier ruta es imaginable ya sea a corta, media o larga distancia. El juego de Peyton quintuplica por sí mismo la valía de cualquier receptor que sirva en sus filas. Es tal el temor que infunde en sus rivales que ni siquiera el propio Bill Belichik puede escapar a él. Todos recordaréis cómo hace un par de temporadas, con el marcador a favor de los Pats, prefirió arriesgar un cuarto down y dos antes que dejar el destino del partido en las manos de Peyton. Ese es el auténtico poder de Míster Audible; sobre el campo y en la mente de sus adversarios, empieza a ganar los partidos antes de que se inicien.
Y pese a esos desprecios, Peyton sigue lanzando, temporada tras temporada, una media de 4.500 yardas, más de 33 touchdowns e integrando -cuando no, encabezando-, todos los registros de la NFL. así, uno lee que Peyton Manning estaría mejor en el asilo, que Tom Brady es un puro fantoche, que Adrian Peterson no podría superar el marcaje de una chiquilla con granos y trenzas o que Chris Johnson debería ceder su lugar en el deep chart a cualquier rookie de brillante plumaje y nula experiencia. Esa, amigos, es la lectura más reduccionista, necia y simplista con la que uno puede privarse del auténtico espectáculo del fútbol. Si me admitís un consejo, olvidaros del talibanismo deportivo tan de moda últimamente. Y no es que esté prohibiendo que construyamos nuestro particular altar de filias y fobias, de dioses y demonios, en absoluto. Uno puede tener el corazón pintado con los colores de un equipo y no por ello dejar de admirar los méritos del resto, aún cuando hablemos de aquel maldito wide receiver que siempre acaba mandándonos al vestuario o de aquella defensa que, año tras año, nos apea de los playoffs.
Peyton Manning merece, como mínimo, nuestro respeto. No es una opinión, ni una valoración sentimental, tampoco una cuestión de colores, sino un hecho objetivo. Ese es el tipo de gente que necesitamos; son ellos los que nos impulsan a encadenarnos al sofá de casa durante horas para ver la magia de la NFL. Son ellos los que construyen las grandes épicas del deporte, con independencia del equipo para quien trabajen. Sus méritos no serán patrimonio de los Indianapolis Colts, sino de la historia de la liga. Cada vez que alguien como Manning se pierde un partido, la competición se descapitaliza y esa pérdida ya es irreparable. Desconozco si esta lesión de cuello será la que acabe con su carrera o no. En cualquier caso espero que, tras una recuperación que no será ni corta, ni fácil, ni indolora, vuelva para seguir haciendo de todos nosotros unos aficionados al fútbol mucho más felices.