¡Que viva la diferencia!
No hay nada más extrañamente satisfactorio que estar en un grupo "homogéneo" y sentirte que no te pareces a nadie.
Entre cinco hermanas con las mismas caras y no te pareces a ninguna. En el grupo de los nerds, pero con problemas de conducta. Entre maestros y pareces estudiante. Entre estudiantes y pareces maestro. Entre niños y pareces extraterrestre.
¡Bienvenido a mi mundo! Ese constante andar sobre una cuerda floja que te hace tambalear porque sientes que nunca estás con los de tu misma especie.
Es bueno ser diferente, y más cuando no lo finges; sino que eres espontáneamente absurdo.
Cuando somos niños y jóvenes queremos que nos vean como los demás, uno más del montón. Pero llega el día que caes en la cuenta de que no eres así. Eres extremadamente sincero, o tienes un humor muy negro, o conoces datos inimaginables, o eres infinitamente paciente, o prendes de medio maniguetazo, o no comprendes el lenguaje figurado... En fin, no eres igual a los demás.
El mundo sería un lugar monótono si todos pensáramos de modo uniforme, si todos tuviéramos habilidad para dibujar, si todos fuéramos altos, si todos corriéramos rápido, o si todos cantáramos en soprano.
De eso se trata la vida, de convivir con gente distinta y poder llevarnos bien. No opinamos de la misma manera, pero respetamos lo que crea cada cual. Es así como desarrollamos el arte de comunicarnos que es la manera más primitiva de socializar y crear lazos. No se trata de buscar las diferencias, sino de aceptarlas y abrazarlas como parte de lo que nos hace humanos. Es difícil, porque CREEMOS que queremos que los demás sean como nosotros.
Vamos a complicarnos, que si no, nos aburrimos. Amemos la diversidad.