¿Todos para uno y uno para todos? El Consejo de Cooperación del Golfo en su expansionismo por Oriente Próximo

Publicado el 19 abril 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

La Liga Árabe, el gran órgano de la nación árabe y la organización supranacional más relevante en la historia moderna de Oriente Próximo, se va desvaneciendo poco a poco. En su lugar está emergiendo el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), una unión política, económica y militar entre las seis monarquías árabes del Golfo Pérsico: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, Omán y Bahréin. Desde las “Revueltas Árabes” de 2011 el CCG ha demostrado ser un actor a tener en cuenta abandonado su tradicional rol secundario y predominantemente defensivo. Los monarcas de Arabia, bendecidos por el oro negro que conlleva poder y estabilidad, han aprovechado el desfallecimiento de Egipto, Irak y Siria, líderes regionales históricos, para desarrollar una política exterior más musculosa sirviéndose de milicias aliadas en terceros países. Además, en su afán expansivo el CCG invitó a los reinos de Jordania y Marruecos a unirse a la institución en un pacto que pretendía fortalecer los estados árabes más estables aunque estos lo rechazaron. El centro de poder en el Oriente Próximo árabe ha virado hacia el Golfo Pérsico y el CCG es la cara visible de este nuevo poder.

Seguridad, economía y más seguridad

¿De dónde sale el CCG y hasta qué punto se mantiene unido en su propagación por Oriente Próximo? El Consejo de Cooperación del Golfo nació en 1981 bajo un clima de fuerte agitación regional. La coalición fue y es ante todo un producto del miedo de unas familias gobernantes a perder su poder. En los años 80 los monarcas del Golfo temían el contagio del islamismo de la Revolución Iraní de 1979; temían al vencedor de la guerra entre Irán e Irak que se convertiría en la fuerza hegemónica indiscutible en la región y temían a sus propios ciudadanos que se iban a luchar contra los soviéticos en Afganistán y que volverían con la intención de derrocarlos. Y de ese miedo nació un pacto para la seguridad. Asimismo, esta unión se fundamentó sobre unos valores y una idiosincrasia comunes. Los países del CCG tenían en común su carácter monárquico, su “liliputismo” demográfico y militar, su conservadurismo sunita y también que sus tronos estaban acomodados sobre las mayores reservas de petróleo del mundo.

La creación del CCG además sirvió como plataforma para solventar conflictos territoriales entre los estados miembros. Arabia Saudí y Omán resolvieron sus disputas fronterizas en 1990; los Emiratos y Omán, así como Arabia Saudí y Kuwait,  solucionaron sus diferencias tras la Primera Guerra del Golfo y finalmente Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos las aclararon en 1998.

Las mayores reservas probadas de crudo en el mundo. Fuente: Financial Times

El pacto fundacional de la organización también indicaba la voluntad de profundizar en la integración económica de los estados miembros y hasta se entablaron conversaciones para crear una moneda común. A pesar de ello la integración económica se ha visto lastrada por la falta de cohesión del CCG. Un buen ejemplo de ello es la imposibilidad de establecer un pacto de libre comercio con la Unión Europea a pesar de haberlo negociado durante tres décadas. Asimismo, la superioridad económica de Arabia Saudí –su PIB es mayor que el del resto de países juntos– acarrea reticencias entre los demás estados que temen que cualquier pacto económico conjunto favorezca principalmente a Riad. No obstante y a pesar de las dificultades la integración económica va sucediendo lentamente. Desde 2003 los países del CCG forman parte de una unión aduanera y en 2008 se estableció un mercado común que supone beneficios como la igualdad de derechos entre las compañías y los ciudadanos de los seis países.

La organización también dispone de su propio cuerpo militar, la Fuerza del Escudo de la Península (FEP), creada en 1985. La concepción del nuevo ejército se basó en un pacto de defensa mutua: “La seguridad de los estados del CCG es un todo indivisible y cualquier agresión a un estado miembro es una agresión a todos los otros. Hacer frente a dicha agresión es responsabilidad de todos”.  La FEP tiene su sede en al noreste de Arabia Saudí, cerca de la frontera con Irak y Kuwait, donde están estacionados los cerca de 10.000 soldados de los seis países del CCG.

A pesar de la existencia de una organización de defensa común las monarquías del Golfo prefieren solventar sus problemas de seguridad por sus propios medios. El expediente de la FEP no es brillante y los países del Golfo siguen requiriendo de la defensa externa para garantizar su seguridad. Los Estados Unidos, el gran aval de la seguridad del Golfo, tienen bases militares o tropas estacionadas en todos los países excepto Omán. A pesar de ello las relaciones Estados Unidos-CCG se han debilitado paulatinamente en los últimos 15 años. Los países árabes del Golfo vieron con suspicacia la invasión americana de Irak en 2003 y la política de democratización de George Bush en Oriente Próximo. Más recientemente Barack Obama se ha ido alejando de los aliados suníes tradicionales en la región. Arabia Saudí recibió con indignación la facilidad con la que Washington dejó caer a Hosni Mubarak en Egipto y a Ben Alí en Túnez tras décadas de amistad. Además, el acercamiento de Obama con Irán, su gran rival regional, y su política dubitativa en Siria ha acrecentado una acción exterior más resolutiva e independiente por parte de las monarquías del Golfo.

A pesar del distanciamiento Washington sigue siendo la piedra de toque para la seguridad de los monarcas del Golfo. Fuente: The Economist

Los estados del CCG se están sirviendo de los países europeos –principalmente Reino Unido, Francia, Alemania, España e Italia– en su afán de limitar su dependencia americana. El Golfo es una de las regiones del mundo que más armamento importa. Según un estudio reciente de Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI en sus siglas en inglés), Arabia Saudí compite con India como el país que más armamento compra mientras que los Emiratos Árabes Unidos son los cuartos. El creciente interés en asegurar su propia seguridad mediante la importación armamentística también se comprueba comparando el incremento de la compra de material militar entre los periodos de 2006 a 2010 y de 2011 a 2015. Arabia Saudí aumentó en 275% la compra de armas entre ambos lustros mientras que Qatar y los Emiratos lo hicieron en un 279% y 35% respectivamente. Por último, el liderato indiscutible –que no indiscutido– de los saudíes hace que cualquier tipo de fuerza militar conjunta esté altamente dominada por Riad. Así pues, los estados del CCG persiguen acuerdos armamentísticos bilaterales y son reacios a fortalecer un ejército regional por miedo a ver su soberanía nacional diluida.

La gran amenaza exterior y las muchas amenazas interiores

Esta obsesión por la seguridad se entiende por una percepción muy acentuada de las amenazas por parte de regímenes autocráticos que han excluido del poder a la mayor parte de sus habitantes y que por ello se sienten débiles ante injerencias extranjeras. Las amenazas percibidas por los regímenes son por consiguiente exteriores e interiores. Más allá de sus fronteras, las familias gobernantes del Golfo temen el expansionismo iraní; se sienten cercados por el eje chií que va del Líbano a Irán pasando por Siria e Irak. Además, la presencia persa se ha hecho sentir con fuerza en Yemen con la rebelión de los Hutíes, aliados de Teherán, y que controlan la mayor parte de un país que Arabia Saudí considera su patio trasero.

A esta amenaza exterior debe sumársele el temor de los regímenes a sus propios habitantes. La concentración del poder en unas pocas manos supone que amplios sectores sociales queden marginados del poder político. En primera instancia los monarcas suníes del CCG ven con temor a sus minorías chiíes, a quien a menudo acusan de ser una quinta columna de Teherán. Por ello cuando en 2011 la población de Bahréin –80% chií pero con una monarquía suní– salió a las calles para pedir libertad y justicia Riad no dudó en acudir al rescate de su pequeño satélite mandando a la Fuerza del Escudo de la Península para reprimir las protestas. Arabia Saudí temía que la rebelión que casi derroca al régimen de Bahréin se contagiase a su provincia del este, de mayoría chií y que dispone de los mayores pozos de petróleo del país. En segundo lugar, los Hermanos Musulmanes y el islamismo en general también suponen una fuente de disgusto para los líderes del CCG. La organización islamista dispone de una buena reputación entre los habitantes de los países del Golfo y Arabia Saudí en especial ve peligrar su legitimidad como guardián de los santos lugares del islam: la Meca y Medina. Además recientemente muchos habitantes del Golfo se han ido a combatir a Siria con grupos yihadistas y como ya sucedió con al-Qaeda en los años 90 vuelven dispuestos a atentar contra sus propios gobernantes. Asimismo, los regímenes no pueden comprar la obediencia de la ciudadanía con petróleo para toda la eternidad y cada vez son más los ciudadanos que piden una apertura política, mayor respeto a los derechos humanos y libertades civiles. Por último, los ciudadanos del CCG, exceptuando Arabia Saudí y Omán, son minoría en sus propios países. La amplia mayoría de sus habitantes son inmigrantes que provienen de Asia y trabajan en el Golfo como mano de obra barata. En este aspecto los gobiernos también ven con preocupación este desequilibrio demográfico ya que a menudo hay protestas por parte de los trabajadores que reclaman derechos y salarios dignos.

Arabia Saudí acudió al rescate de los monarcas de su pequeño vecino Bahréin en el marco de las Revueltas Árabes de 2011. El bahreiní fue el régimen del CCG que más cerca estuvo de caer. Fotografía de Hasan Jamali

Es por esta percepción de debilidad frente a sus propios ciudadanos por lo que los países del CCG han encargado históricamente a los EUA ejercer de protector de la región. A pesar de las ingentes compras de armamento los países del Golfo disponen de ejércitos relativamente pequeños. Esto se debe al tradicional rol que han ejercido los militares en Oriente Próximo y que a menudo han protagonizado golpes de estado.

El gran reto: parar a Irán

¿Cuál es el papel del CCG actualmente y hasta qué punto sus miembros están cohesionados en la persecución de sus objetivos comunes? Tal y como hemos comentado su presencia más allá de sus fronteras ha crecido desde que Irak, Siria, Libia, Yemen y Egipto fueron sacudidos por las revueltas árabes. El desmoronamiento de los regímenes tradicionales en el Oriente Próximo árabe ha propiciado el expansionismo iraní temido por las monarquías suníes del Golfo. A su vez, Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos han aprovechado la ocasión para extender su influencia en los países en descomposición. Sin embargo, a pesar de tener intereses regionales convergentes –por ejemplo priorizando cambios de régimen– y pertenecer a una organización supranacional conjunta la política exterior de estos países se entiende mejor desde la óptica de la competición más que en el de la cooperación.

Los monarcas del Golfo e Irán batallan indirectamente por todo Oriente Medio pero los árabes también sienten la amenaza persa entre sus propias poblaciones chiíes. Fuente: The Magreb and Orient Courier

Analizar las relaciones de los diversos regímenes del CCG con Irán es una herramienta útil para entender hasta donde llega su cohesión. En este aspecto hay un bando muy marcado formado por Arabia Saudí, los Emiratos y Bahréin quienes ven con mayor preocupación el ascenso iraní y son más propensos al choque con Teherán. Cada uno tiene sus motivos. Como potencia regional Riad pretende evitar que los persas se conviertan en una fuerza hegemónica, Abu Dabi tiene un conflicto candente por la propiedad de tres islas en el Golfo Pérsico y Bahréin acusa a Irán de intentar sublevar a sus habitantes chiíes. Por otro lado Qatar y Omán mantienen contactos con Teherán y buscan la estabilidad regional mediante una política más comedida. Este enfoque también está basado en motivos geopolíticos. Doha y Teherán comparten el mayor yacimiento de gas del mundo mientras que dentro del CCG Omán es un caso sui generis e históricamente ha mantenido relaciones cordiales con su vecino con quien comparte la supervisión del estrecho de Ormuz, puerta de salida del petróleo del Golfo. Kuwait por su parte desarrolla una política basculante pero a menudo obedece las decisiones que toma Riad.

Para ampliar: “Arabia Saudí e Irán, la Guerra Fría de Oriente Medio“, Fernando Arancón en El Orden Mundial

A principios de 2016 estalló una fuerte crisis entre Irán y los países árabes del Golfo que puso en relieve los distintos enfoques entre las monarquías suníes. Tras la ejecución de Nimr al-Nimr, un clérigo saudí pero perteneciente al credo chií, por parte de Riad la embajada de Arabia Saudí en Teherán fue asaltada por manifestantes iraníes. Riad usó el incidente como pretexto para romper relaciones con Teherán y los Emiratos y Bahréin rápidamente hicieron lo mismo. Kuwait y Qatar tan solo retiraron a su embajador mientras que Omán se limitó a condenar la agresión.

Revueltas árabes: expansión y competición en el Golfo

Si hay un asunto que evidencia las fisuras dentro del CCG es la creciente rivalidad entre Arabia Saudí y Qatar. La política exterior de Doha es la más flexible y descarada entre los países del Golfo y a pesar de su pequeño tamaño ha llegado a poner en cuestión el liderato de su vecino. A diferencia de las otras monarquías Doha entendió las Primaveras Árabes como una oportunidad para extender su influencia por la región y para ello se sirvió de al-Jazeera, el canal por satélite más popular del mundo árabe, que dio una amplia cobertura a las protestas favoreciendo así el efecto contagio.

El islamista Mohamed Morsi fue “el hombre más importante de Oriente Medio” durante apenas un año. Riad maniobró para hacerle caer y Qatar para mantenerle, creando un cisma en el sí del CCG. Fuente: Revista TIME

Arabia Saudí y Qatar vieron con distintos ojos el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes en Egipto tras la caída de Mubarak. Mientras que para los saudíes la cofradía era un rival político –más tarde lo asignaría como “grupo terrorista”– para Doha era un aliado que llegaba al poder del mayor estado árabe. Tras un año de gobierno islamista el reino saudí vio con satisfacción la caída de Mohamed Morsi y el ascenso al poder del militar Abdelfatá al-Sisi. A pesar de ello los qataríes seguían dando apoyo a los depuestos Hermanos Musulmanes. Con estas en 2014 estalló la peor crisis de la historia del CCG cuando Arabia Saudí, los Emiratos y Bahréin retiraron sus embajadores de Qatar por sus injerencias en Egipto. Para estos el apoyo de Doha a los Hermanos Musulmanes atentaba contra “los principios del CCG” y ponía en peligro la seguridad nacional de los demás países del Golfo. El asunto se resolvió al cabo de ocho meses con la vuelta de los embajadores a Qatar, pero se evidenciaron las tensiones interinas en la organización.

Las guerras que sucedieron las Primaveras Árabes fueron una oportunidad para extender la influencia regional del Golfo pero también representan una prueba para la cohesión del CCG. A pesar del caso ya mencionado de Egipto, a grandes rasgos los monarcas del Golfo tuvieron intereses convergentes en Libia, Yemen y Siria. En estos países sus esfuerzos se centraron en el cambio de régimen. En Libia celebraron la caída de Gadafi, en Yemen maniobraron para que Ali Abdalá Saleh abandonara el poder y en Siria se conjuraron para derrocar a Bashar al-Asad.

A pesar de estos objetivos comunes sólo en Yemen existe un entendimiento general que permita desarrollar una coordinación militar eficiente entre los miembros del CCG. Todos los países de la organización excepto Omán participan activamente en la campaña contra los Hutíes. En Libia, sin embargo, los Emiratos y Qatar se encuentran fuertemente enfrentados, ya que ambos dan apoyo a dos gobiernos diferentes. Doha junto con Turquía financia una autoridad de carácter islamista con sede en Trípoli mientras que los Emiratos y Egipto favorecen un gobierno más secularista en la pequeña localidad de Tobruk.

La guerra en Siria siguió un patrón similar. En un principio Arabia Saudí se alzó como el gran patrocinador de los rebeldes financiando principalmente al secularista Ejército Libre Sirio pero con la escalada del conflicto Qatar entró en juego y se convirtió en el principal proveedor de los grupos rebeldes. Sin embargo, Doha dio apoyo a grupos islamistas como el Frente al-Nusra, afiliado sirio de al-Qaeda. Los otros estados del CCG también han canalizado dinero hacia grupos rebeldes para derrocar a al-Asad, el objetivo común. Asimismo, todos las monarquías del Golfo excepto Kuwait y Omán participan en los bombardeos contra el Estado Islámico en Siria. Además, Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos han empezado a acumular tropas cerca de la frontera turca con Siria y han declarado estar dispuestos a enviar destacamentos terrestres para luchar contra el Estado Islámico cuando Washington de luz verde. A pesar de la retórica anti-yihadista el objetivo primordial de dicha intervención sería el de cortar la conexión entre Teherán y Damasco y favorecer así la caída de al-Asad.

Con todo, los países del CCG han abandonado su tradicional rol secundario en Oriente Próximo y están desarrollando una política exterior mucho más enérgica. Este cambio de paradigma lo propiciaron las “Primaveras Árabes” con la caída de los históricos pretendientes al trono de Oriente Próximo: Egipto, Irak y Siria. No obstante la invasión americana de 2003 previamente abrió una brecha para la expansión de Irán en el mundo árabe y le dio una oportunidad para luchar por la hegemonía regional. Arabia Saudí, la principal potencia del CCG, siempre ha visto con temor a su vecino persa y ha aprovechado para estrechar los vínculos entre las monarquías árabes del Golfo que, en menor medida, tampoco ven con buenos ojos un Irán como gran potencia regional. A pesar de ello los estados del CCG son básicamente regímenes familiares donde las decisiones en política exterior las toman unas pocas personas. Su principal objetivo es pues conservar esta situación de privilegio y para ello ven primordial custodiar su soberanía ya sea enfrentándose a Irán o resistiendo la supremacía saudí. Las pretensiones regionales de los países pequeños del Golfo a menudo se alejan de los deseos de Riad creando tensiones en el sí de la organización. A grandes rasgos los países que conforman el CCG poseen una identidad muy homogénea y unos intereses regionales ampliamente convergentes. Sin embargo este mismo carácter provoca reticencias a la hora de ceder poder en una institución supranacional como el CCG o a coordinar la política exterior mermando gravemente la capacidad cohesiva de dicha organización.