Ya comenté la semana pasada que antes de acabar Domingo de Revolución, la última novela de Wendy Guerra (La Habana, 1970), saqué de la biblioteca Eugenio Trías (en la que me refugiaba del calor durante los días de verano y vacaciones) Todos se van, la primera novela de la autora cubana, que comenzó su andadura literaria publicando poemarios. Con Todos se van, Wendy Guerra ganó el Primer Premio de Novela Bruguera, que le otorgó Eduardo Mendoza, en calidad de jurado único.
Todos se van nos acerca al personaje de Nieve Guerra, nacida en diciembre de 1970. La novela se divide en dos partes: Diario de infancia y Diario de adolescencia. El libro se abre con una cita del diario de Anna Frank, el diario más famoso escrito por una niña. Al empezar el Diario de infancia de Nieve, el lector tendrá que hacer una concesión en su concepto de verosimilitud narrativa o bien establecer un pacto con la escritora: debemos aceptar que estamos leyendo el testimonio personal, en forma de diario íntimo, de una niña que aún no ha cumplido los ocho años. Las entradas de esta primera parte son cortas, y Wendy Guerra juega a escribir con frases menos elaboradas que las que usará para plasmar los pensamientos y vivencias de la Nieve adolescente. Las entradas del diario, sin embargo, pese a su sencillez sintáctica, resultan poéticas y poseen un sentido del ritmo superior al esperable en una niña de ocho años. El lector, después de sellar el pacto de verosimilitud que siempre se acepta al abrir una novela, puede disfrutar sin problemas de las páginas de este Diario de la infancia: Nieve crece en Cienfuegos con su madre y el compañero sentimental de ésta, Fausto, un desinhibido sueco que casi siempre está desnudo. El padre acusará a la madre y a su compañero de conducta inmoral y conseguirá la custodia de la niña. Aquí empezarán los problemas para Nieve: su padre es un alcohólico brutal, que además de pegarle descuidará su educación y alimentación. Nieve acabará en un centro de reeducación de menores: «Prefiero estar aquí, sé que me van a respetar. Los niños son peores que los adultos porque no le tienen miedo a las responsabilidades. Pero si puedo con los adultos puedo con los niños». Así habla en la página 96 una Nieve adulta de nueve años.
La semana pasada comenté que Domingo de Revolución era una novela escrita, de forma consciente, para un público de fuera de Cuba, un público de hispanoamericanos de fuera de la isla, o de europeos de España e Italia, y que por tanto Guerra explicaba en ella lo que significaba la cubanidad a personas no cubanas, sabiendo que su novela no se publicaría en su país por motivos de censura. Sin embargo, cuando Wendy Guerra escribe Todos se van, sí ha publicado libros de poesía en Cuba y, aunque el contenido crítico invitaba, desde un primer momento, a pensar que no iba a ser publicada en su país, sí que parece escrita para sus compatriotas, o para un lector que podría ser su compatriota, puesto que en ella hay pocas referencias a la idea de cubanidad, como concepto a explicar ante extraños. La cubanidad se filtra aquí en cada página de la novela sin necesitad de hacerla autoconsciente. Y esto hace que Todos se van avance de forma más firme que Domingo de Revolución (aunque paradójicamente la prosa de esta última novela esté más cuidada que la de la primera, sin querer decir con esto que Todos se van esté mal escrita, que no lo está; de hecho, pese a la sencillez inicial de las frases –se supone, como ya dije, que escribe una niña de ocho años–, la prosa es rítmica, potente y poética).
Uno de los momentos más significativos del Diario de infancia tiene lugar al final, cuando la historia cubana empieza a penetrar con fuerza en la novela: en la primavera de 1980, un numeroso grupo de cubanos se ha refugiado en la embajada de Perú con la intención de salir del país (entre ellos el padre de Nieve, una de las primeras ausencias de su vida). Nieve se ha trasladado a La Habana con su madre, y desde el nuevo colegio se organizan «actos de repudio» contra los que quieren irse, obligando a los niños a contemplar los golpes y humillaciones que se dedican a estas personas, algo que horrorizará a madre e hija.
En la segunda parte, Diario de adolescencia, la narración da un salto desde las entradas de 1978-1980 a 1986-1990. La novela no parece reproducir todas las entradas del diario de Nieve, sino solamente las más significativas, para acercar la historia al lector. Ahora Nieve vive con su madre en La Habana y acude a un instituto de artes, donde está aprendiendo a ser pintora. La adolescente Nieve no siente la misma necesidad que sus compañeros de pertenecer a un grupo. Su Diario siempre fue su refugio, el símbolo de su independencia. «Nosotros vivimos entre lo prohibido y lo obligatorio», leemos en la primera página de la segunda parte. Nieve ya ha crecido y está empezando a desarrollar una conciencia crítica hacia la política.
Cuando Wendy Guerra presentó esta novela al premio Bruguera, el título de la plica era Nieve en La Habana, una expresión que aparece en el libro y que simboliza el desajuste existencial de la protagonista respecto a su entorno: todos sus amigos empiezan a abandonar la isla. Como su padre se fue a Miami sin autoriza a su hija, menor de edad, a que salga del país, Nieve está atrapada: no podrá abandonar la isla hasta que no cumpla dieciocho años. «Tengo los brazos cansados de decir adiós», dice hacia el final de la novela la madre de Nieve, cada vez más sola. Nieve tendrá que sufrir la instrucción militar y hasta un Consejo Disciplinario por dejarle a una compañera el libro prohibido de un disidente. Nieve conocerá el amor, pero sus amantes también se irán, convirtiendo esta dura y emotiva novela en un desfile de ausencias. Las últimas páginas del libro son especialmente poéticas.
Todos se van no se pudo publicar en Cuba porque su crítica no pasó la censura. Leo en internet que la propia Wendy Guerra tenía un diario de infancia y adolescencia en el que se basó para crear su novela. De Todos se van, además de su aire melancólico y duro de novela de formación, destaco la forma de introducir hechos históricos en la narración (la guerra de Angola, en la que tuvo que luchar la madre de Nieve, la crisis de la embajada de Perú en 1980, cómo trató el Régimen el tema de la caída del Muro de Berlín en 1989…) y el hecho de acercar al lector la vida de un niña durante las décadas de 1970 y 1980 del castrismo, con su adoctrinamiento de una infancia que muchas veces no comprende las premisas en juego. El tema de la vigilancia policial hacia los intelectuales, que se desarrollará con más fuerza en Domingo de Revolución, ya está presente en esta primera novela.
Ha sido una buena experiencia lectora haberme podido acercar a estos libros de Wendy Guerra.