Cierro con este post mi peculiar trilogía sobre la figura de Tomás Moro y su reflejo en “Un hombre para la eternidad”.
Entre los muchos bellos diálogos que esta película encierra, hay uno que resulta especialmente brillante. La escena es rica en matices. Cuando la familia Moro se dispone a comer irrumpe en la casa Richard, alguien cuya apariencia (lleno de barro, por un empujón del rey) y estilo de vida (es conocido por su doblez e irresponsabilidad) claramente desentonan en la escena. El interesado percibe el recelo de los demás personajes, pero Moro le acoge amistosamente y se muestra afable con él. Esto no le lleva a ser ingenuo. Cuando Rich aprovecha esa acogida para pedirle un trabajo, Moro deniega con firmeza, sin retirar un ápice su cariño; y ante la insistencia de aquel y su promesa de serle fiel, termina por decirle: “Richard, no podrías responder por ti mismo ni siquiera por esta noche”.
Antes ha salido en defensa de su criado, ante las acusaciones de Rich, aunque sabe sobradamente que le espía por orden de Cromwell. Ahora, cuando Rich se va y todos le critican abiertamente, Moro sale en su defensa, haciendo prevalecer la presunción de inocencia.
Y entonces acontece el más famoso diálogo de todos: el que sostienen Moro y Will a propósito del “beneficio de la duda”. Will afirma que se saltaría la ley con tal de cazar al mismísimo diablo. Y Moro le recrimina: “Y una vez que te hayas saltado todas las leyes –leyes humanas, no divinas- ¿qué harías si el diablo se diese la vuelta y quedaras frente a él?, ¿dónde te esconderías, si las leyes fuesen planas?”.
Una fantástica escena que evidencia la magnanimidad de un hombre cuya figura se agranda con el paso del tiempo, porque es un ejemplo espléndido de cómo aunar fe coherente con amable humanidad; un ejemplo que ilumina también en los tiempos actuales y que seguirá iluminando para toda la eternidad.