Las actuaciones no son amateurs, son mucho peor que eso. Tras presenciar una inenarrable escena de tres adultos en una guerra de almohadas no aguanto más y doy por bueno el diagnóstico de Internet: efectivamente The Room (2003) es infame y puede ser, fácilmente, “la peor película del siglo XXI”.
Aunque reconozco su capacidad magnética, no soy muy aficionado a los bodrios. Pero sí quedo enganchado con la historia de su creador, El guionista, productor, director y protagonista de la joya: Tommy Wiseau.
Si su película pretende ser un drama, aunque la ejecución la convierte en inclasificable, su vida es claramente un misterio. No se sabe dónde nació, ni qué edad tiene, ni de dónde diablos sacó 6 millones de dólares para hacer la peor película del siglo y tal vez de la historia, ni por qué nadie paró aquel delirio.
Un misterio tan fascinante que James Franco ha hecho una película sobre The Room y su creador: The Disaster Artist, ganadora de la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián y que se estrena en España este 29 de diciembre.
A partir de ahora quiero dejar clara una cosa: no se crean todo lo que lean aquí, casi todo lo que se sabe de Tommy Wiseau podría ser tan falso como su nombre. O no.
De lo que sí estoy convencido es que igual el cine no es lo suyo pero sí el marketing, su personaje está siendo su mejor creación.
La película
De primeras se te viene comparar a Wiseau con Ed Wood. Pero, a diferencia de lo que transpiran las películas de Ed Wood y otras tantas obras de culto de serie B ó Z, The Room es mala –malísima hasta la ofensa– sin ganas. No hay voluntad de trasgredir nada, no se toma a broma, no es un juguete para reírse del propio cine. Simplemente es un disparate.
Wiseau se planteó una película seria, un drama sobre un trío amoroso. Johnny (Wiseau) es un hombre de negocios que vive en San Francisco con su joven novia, Lisa (Juliette Danielle). Está muy enamorado y se supone que la relación va bien, están a punto de casarse. Pero Lisa se aburre y decide seducir al mejor amigo de Johnny, Mark (Greg Sestero). Mark al principio se resiste pero al final cede. Y así sigue la película, entre las sospechas de Johnny y la actitud errática de Lisa, que no acaba de decidir entre uno y otro; trasladando sus dudas a su mejor amiga y a su madre.
Una madre que, por cierto, tiene cáncer, algo que merece una sola línea de guión: su hija hace que no lo escucha y no se vuelve a mencionar, como si hubiera dicho que el desayuno le había provocado ardor de estómago. Así es la película, diálogos absurdos y montaje confuso, sin continuidad –en un momento dado un personaje cambia de actor, por la cara– un delirio en el que, en mi opinión, destacan unas interpretaciones indescriptibles, empezando por el propio Wiseau.
Cuentan los que estuvieron en el rodaje, que Wiseau (no olviden: guionista, productor, director y protagonista) imponía su errático criterio constantemente. Todos allí se daban cuenta de que no tenía ni idea de lo que hacía, pero callaban. No sabemos mucho sobre Wiseau, pero sí intuyo que no tiene buenos amigos.
Estreno clandestino
La película se estrena en 2003, casi de incógnito, en dos salas de Los Ángeles. Tanto que, con un coste de 6 millones de dólares consiguió una recaudación de 1.800. Dólares, no millones, no se me pierdan. Quienes estuvieron en el estreno describen la mitad del público partiéndose de la risa -ojo, su publicidad hablaba de “una película con la pasión de Tennessee Williams“–y a la otra mitad marchándose indignada a la media hora reclamando el dinero de su entrada.
Todo parece un chiste, quizás lo sea. Desde inscribir la película para competir a los Óscar de ese año hasta la valla promocional, que tiene su miga.
Cuando la película fue creciendo en los circuitos alternativos, en pases nocturnos en los que su creador era recibido con entusiasmo como un nuevo ídolo friki, todo el mundo ya sabía de qué iba la peli. En ese momento, el cartel –que seguía allí, como el dinosaurio– se convirtió en un lugar de peregrinación de los fans.
Un fenómeno viral
The Room hoy es famosa, se ha paseado en sesiones golfas por Reino Unido, Dinamarca, Francia, Australia o la India. Ahora, el estreno de The Disaster Artist y su consiguiente promoción van a suponer una una nueva legión de seguidores para “la peor película del siglo XXI”.
Una peli destinada a la basura desde el primer día y un autor condenado al olvido siguen hoy vivos, bien es cierto que en circuitos alternativos. ¿Por qué? Si lo supiera no estaría aquí explicándoles esto, sino en alguna playa tropical fundiéndome mi fortuna.
Tal vez llegó en un momento apropiado, con la expansión de Internet, Youtube, los foros y las redes sociales. The Room era un producto adecuado para ese mundo. Después gracias al buen hacer del marketing con respecto a la obra y sobre todo a su creador.
Igual de lo que se trata es de crear una leyenda, promocionar un personaje entre la realidad y la ficción, del que lo único que se sabe son retazos dispersos que circulan por las redes sociales. Y por la biografía que escribió Greg Sestero, su amigo y compañero de reparto en The Room.
¿Alguien sabe quién es Wiseau?
Como decía al principio, no sabemos casi nada sobre el protagonista de todo esto. Es un gran misterio. No sabemos ni cuándo nació, ni dónde, ni su nombre real.
Wiseau debe tener unos 50 años, dato que no está confirmado. Alguna vez ha declarado que creció en Nueva Orleans, aunque su acento parece situarlo bastantes años en algún país de Europa del Este. Hay quien dice que es polaco y que su nombre real es Tomek Wieczor. Parece que luego emigró a Francia y se ganó la vida vendiendo pájaros de juguete, de ahí vendría el apellido que eligió para su nuevo vida: oiseau (pájaro, en francés) suena como Wiseau. Esta historia sigue con un incidente con la policía francesa y acaba con la emigración a Estados Unidos.
Una vez en San Francisco, según la biografía de Sestero, Wiseau fue, como se dice en la pelis americanas, haciendo un poco de esto y un poco de aquello: restaurantes, hospitales, vendedor ambulante de tejanos, artículos para turistas…
Lo típico para conseguir 6 millones de dólares (perdonen, es un vicio) y hacer una película. En el set de rodaje, muchos estaban convencidos de que aquello era un lavadero de dinero del crimen organizado, lo que explicaría el despilfarro sin tasa que suponía una obra como The Room en manos de alguien que no tenía ni idea de como se hace una película. La biografía de Sestero niega esta versión sobre el dinero de la mafia y afirma que Wiseau hizo el dinero vendiendo chaquetas de cuero que importaba de Corea del Sur.
Una explicación más inconsistente que el guión de The Room, así que seguimos sin saber de dónde salió tanta pasta. Eso igual sí tiene una peli. O una miniserie documental de Netflix, “El misterio Wiseau”. Menudo pájaro.