Pocas veces voy nervioso a una entrevista. Son treinta años de oficio y suelo acudir tranquilo y confiado; especialmente, claro, si conozco al entrevistado, que es a menudo. Pero
el miércoles pasado tenía que entrevistar a Toni Servillo y reconozco que tenía cierta inquietud. Por un lado, porque no sabía cómo sería el personaje ni si tendría mucha disposición al diálogo. Por otra parte, es un personaje que despierta, a raíz de su participación en la película La gran belleza, una notable curiosidad, y confieso que sentía preocupación de que se me escapara vivo, como solemos decir.De esto segundo creo que no he salido mal parado. Lo podéis juzgar en la entrevista que se publicó en ABC. Pero no tenía motivos para estar nervioso por otros motivos, porque Toni Servillo es un hombre -así se mostró conmigo- de una educación exquisita y de una notable afabilidad. Llegó a los teatros del Canal caminando tranquilo, acompañado por su hermano y dos o tres personas más, imagino que del Piccolo Teatro di Milano o el Teatri Uniti. Le esperaban los responsables del festival de Otoño a Primavera: Ariel Goldenberg, su director, y Paula Folkes, su directora adjunta, a la cabeza. Se notaba que para el certamen, por el que han pasado, a lo largo de los años, grandes figuras, era una visita muy especial.
Plácido y risueño, Toni Servillo saludó a todos los que estábamos esperando, y nos encaminamos hacia su camerino para la entrevista. Pidió un café y sacó de sus bolsillos un puro; lógicamente no lo encendió, pero lo sostuvo entre sus dedos durante toda la entrevista, y de vez en cuando se lo llevaba a los labios. La conversación duró casi veinte minutos. Hablamos, sobre todo, de teatro. Lleva, me dijo, treinta y cinco años sobre las tablas (tiene cincuenta y cinco), y en todo este tiempo solo ha hecho veinte películas. Siempre, me dijo, proyectos que le han interesado; en ninguno de los dos medios ha sido un mercenario. Habló con pasión de Eduardo de Filippo, uno de sus modelos, y cuya filosofía era, dijo sonriente, less is more, menos es más. Sus respuestas fueron pausadas, reflexivas, nada estridentes, interesantes y justas, sin circunloquios ni vacilaciones.
Al día siguiente, lo vi en escena en La voci di dentro, la obra de De Filippo que ha traído al Canal (y para la que las entradas se agotaron nada más ponerse a la venta). Es una pieza divertida, con ese tono que tiene tanto de farsesco como de filosófico, que tiene mucho en común con el esperpento de Valle-Inclán. Toni Servillo, director de la función, ha trazado con un escenario pretendidamente despojado (less is more) donde la palabra se alza como absoluto protagonismo. Dibuja con tonos grises el costumbrismo de la pieza y las actuaciones colorean el espectáculo con sus reflejos deformes.
Y en medio de un reparto sobresaliente y equilibrado, en el que también brilla Peppe Servillo, su hermano, se yergue Toni Servillo, un actor mayúsculo, descomunal, que atraviesa sin descomponerse los muchos matices que tiene su personaje, amparado en un dominio absoluto de la voz y el gesto. Su actuación es una verdadera lección de interpretación.