Como ser humano, la mujer conquista al fin la consideración de sujeto de plenos derechos, sin que sean supeditados a raza, sexo, cultura, religión o lengua. Eso es lo que dicen, al menos, todos los tratados y legislaciones de los países más avanzados del mundo, del Primer Mundo al menos, y recogidos en la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ya no es un ser subordinado al hombre, dedicado a una función reproductiva y detentador de tareas domésticas por obligación “natural”.
Hoy día, la mujer ocupa nuevas posiciones en el tablero social, sin el estigma de los prejuicios seculares que la condenaban a permanecer “en casa y con la pata quebrada”, y disfruta de espacios laborales, políticos, culturales y sociales que le estaban vetados por ser, simplemente, mujer. Un progreso que, no obstante, impregna con cierta dificultad la mentalidad incluso de las propias mujeres antes que los hábitos y las normas de la sociedad. Así, por ejemplo, es posible que una mujer dirija una importante empresa o conduzca un autobús, pero su presencia aún provoque opiniones contaminadas de un machismo intolerable.
Es la imagen caduca y poco creíble que desprenden declaraciones realizadas por mujeres que se ven involucradas en escándalos cometidos por sus parejas o exparejas y que son ofrecidas a modo de disculpa en el Parlamento, en los Juzgados o ante los medios de comunicación, como las de la infanta Cristina de Borbón ante el juez Castro, en Palma de Mallorca por el caso Nóos, o las de Ana Mato en el Congreso de los Diputados a causa del caso Gürtel que salpica a su exmarido. Son sólo dos ejemplos de actualidad.
Mujeres supuestamente “liberadas” de sus maridos declaran no saber nada, desconocer absolutamente cuánto sucedía frente a sus narices y realizado por quien dormía con ellas en la cama de matrimonio. Así, una no sabía los tejemanejes societarios de un Duque consorte que le permitían hacer mejoras en su residencia-palacio, contratar al servicio doméstico y disponer de tarjetas de crédito con las que abonar hasta clases de baile. Y otra, ignorar la existencia de un vehículo de alta gama (Jaguar) en su garaje, las facturas de las fiestas de cumpleaños de sus hijos o el pagador de sus viajes y vacaciones en el extranjero, en destinos exclusivos. Mientras disfrutaban de todo ello, se comportaban como sumisas, ignorantes y tontas esposas, cuya voluntad estaba dominada por sus maridos, en quienes confiaban absolutamente, a tenor de sus declaraciones.
Bochorno porque, de un plumazo, reniega con sus declaraciones de las conquistas que las mujeres han reivindicado, durante todos estos años, del papel de igualdad con el varón en cuanto a derechos y oportunidades, también de obligaciones, para refugiarse en el de paciente y fiel esposa subordinada a su marido hasta para firmar cualquier documento, único capaz en la pareja de decidir gastos, conocer ingresos, contratar fiestas y vacaciones o comprar casas y coches. Una ignorancia y una sumisión que no se corresponden con ninguna mujer consciente de su papel equiparable al del hombre, y menos aún con el de aquellas que gozan de autonomía profesional, laboral y económica en sus vidas.
Todas las mujeres médicos, soldados, jueces, albañiles, delineantes, taxistas, empleadas y amas de casas se han sentido abofeteadas por esas declaraciones en las que la única defensa era regresar al papel de tonta, ignorante y sumisa esposa. Realmente denigrante para el sitio de la mujer en una sociedad moderna, que reconoce derechos y libertades a las personas, sin distinción. Iguales ante la ley, dicen.