En uno de sus libros, Don Camilo José Cela hizo la cuenta de los tontos, creo recordar que le salían once, categorías, se entiende. El maestro Barbeito dice que no hay más tontos porque no es temporada, me temo que el maestro se ha olvidado de los invernaderos, que tanto proliferan en una parte de su bendita Andalucía.
A los tontos de Don Camilo, que sí que eran genuinos y de temporada, se han de sumar ahora los tontos de invernadero, que florecen durante todo el año y no tienen ni el aroma ni el sabor de lo auténtico. Y hacen peor función.
Así a vuelapluma, se me ocurren varios ejemplares de tontos de invernadero. A saber:
Tontos zoofílicos: Se pasan el día llorando por los rincones porque se mata a los toros, se experimenta con cobayas, y las señoras ricas se visten con pieles de pelo. Eso sí, no tienen ningún problema en aplastar con el pie una cucaracha, perseguir a escobazos a un ratoncillo inofensivo, tomar una medicina obtenida con experimentación con animales o calzarse unos zapatos de piel.
Tontos omniscios: Tienen opinión (de)formada sobre cualquier materia. Opinión basada en algún titular de prensa, cuatro tics filosóficos, tres litros de sectarismo y mil quinientos decibelios de potencia fónica.
Tontos reflejos: Son aquellos que cada vez que te lanzan un improperio se definen. Se definen con el improperio lanzado y además con fina puntería. No fallan ni una.
Y por cerrar la lista y no hacerla demasiado extensa:
Tontos contenedores: Que son aquellos que recogen lo mejor de cada categoría antes enumerada. Y no sólo lo recogen, sino que lo procesan, cual planta de reciclaje, obteniendo con ello un producto estúpidamente mejorado.
De estos últimos tontos me libre Dios, porque del resto, me libro yo.