TOP5 GSN: La historia de Pablo y yo

Por Gaysenace

Ana, autora de este relato


El relato escrito por la periodista Ana Martín, de Tenerife, titulado "La historia de Pablo y yo", es el quinto más leído en GSN.
Por Ana Martín (La Laguna, Tenerife)Mi primer contacto con la homosexualidad fue justo al nacer. Soy hetero. Podría no serlo y no pasaría nada, porque tuve la suerte de nacer en un hogar donde los prejuicios no eran bien recibidos. Mis padres se casaron por hacernos un favor, toda vez que ellos ya habían sufrido en sus carnes la cruel saña del régimen por proceder de lo que hoy llaman los tecnócratas “hogares desestructurados”. Por eso, tal vez, en casa siempre hubo libertad (sin ira, libertad) y gente agradable a la que no se le preguntaba su procedencia. Así que, como digo, mi primer contacto con la homosexualidad fue al nacer. Allí estaba yo, luchando por seguir con vida tras una llegada al mundo traumática, y allí estaba Pablo, el amigo de mamá, gay sin complejos, contemplándome a través del cristal mientras dos gruesas lágrimas, que no se molestaba en secar, corrían por sus mejillas. Mi padre, hoy sin memoria, lo contaba siempre como un momento tragicómico: “Ver a ese hombre, con aquel bigote y su drama interior, me hacía dudar entre seguir con mi dolor de padre primerizo o pararme a consolarlo”.
Pablo fue compañero de muchas juergas de mis padres: salían juntos de marcha, “a bailar”, como se decía entonces. Se quedaban juntos en la misma cama. Él, en medio, “como una hermanita” (decía), siguiendo la recomendación de mi abuela de que no hubiera roce entre la pareja. Se enfadaba con mi madre y le dejaba notitas de reconciliación por los rincones… Era, en fin, parte de los años más felices de mis padres. Pablo se fue de la Isla, a vivir más tranquilo, supongo, y cuando venía de visita traía consigo ese sentido lúdico de la vida que cuenta mi madre que lo caracterizaba: “¡Ven con tu tía Carlota, que vino del extranjero!”. Y me abrazaba, abanicándose (“¡Qué caló, Pino!”) mientras contaba disparatadas aventuras. La última vez que lo vi estaba asomado a un balcón, en una calle céntrica de Las Palmas, vestido con una bata de seda verde y parecía feliz. Yo tenía 8 años. Sé que he tenido la suerte de vivir con gente abierta y maravillosa. Me duele pensar que eso no ocurre siempre y tal vez este es el momento de agradecerlo públicamente. De dar gracias por el cariño, los libros, la confianza y el respeto con los que crecí. Pablo murió de una enfermedad maldita --.por desconocida-- para la gente de su generación, pero aquí, en casa, lo seguimos recordando como treinta años atrás. Como cuando lloraba, sin complejos, pegado a mi incubadora.