Recorrer kilómetros jugando al veo veo, subir a un trenecito turístico que nos lleve a una playa con un cementerio de anclas, tomar batidos de helado de chocolate, o atravesar pueblos sin aceras perdidos por el Algarve. Las escapadas son un repostaje a mitad de un largo camino, una recarga de ánimo. En cambio, las rutinas tienen un efecto balsámico. Uno sabe lo que esperar y a lo que atenerse en cada momento. Y cuando por alguna razón las rutinas de toda la familia están patas arriba, sobre todo las de los peques, todo puede venirse abajo.
Y entonces llega el trueno. Y cuando el retumbar de tu último grito se va desvaneciendo, las estrellitas y caritas sonrientes se te escapan por el agujero del bolsillo, de entre los dedos. Y odias al Hulk descontrolado en el que el Dios del Trueno te ha convertido. Te sientes un fracasado, un farsante, un extraño temido, el peor padre del mundo.
Y gracias por perdonarme tan rápido siempre.
¡Que la Fuerza os acompañe!
Síguenos en Facebook
Suscríbete por correo electrónico.