«Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás los achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña». Este es el punto de partida del regalo que un reducido grupo de espectadores recibimos anoche en el Gran Teatro de Cáceres. Es el comienzo de la primera de Lasnovelas de Torquemada de Pérez Galdós, la tetralogía adaptada sabiamente en un texto de Ignacio García May llevado a la escena bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente e interpretado por un magnífico Pedro Casablanc. Me pareció admirable el trabajo de condensación en cuatro piezas —subtituladas con luminosos— que se corresponden con las partes de la serie novelesca conformada por Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el Purgatorio (1894), y Torquemada y San Pedro (1895). Se recorren de principio a fin sostenidas por un único y grandísimo actor que interpreta al cerdo usurero, a la trapera tía Roma, a Rafael, el ciego hermano de Cruz del Águila, a esta, y al misionero Gamborena de la última entrega en la que se nos cuenta la caída del personaje. También el público se encuentra al actor, que hace de tal, de quien muestra con diferentes caras una estampa biográfica dramática y dispone los elementos esenciales para ello, se disfraza, se mueve para decir. Yo no creo que haya que justificar llevar a escena un espectáculo basado en unas novelas del siglo XIX relacionándolo con las fake news o con los tiempos modernos y su liberalismo económico, como he leído por ahí. No creo que sea necesario cuando lo único que vale es sentarse en el patio de butacas —casi vacío ayer— y recibir una portentosa interpretación de un actor soberbio enmarcada en un buen montaje sobre unas excepcionales creaciones literarias de nuestra historia, recordadas el pasado año con motivo del centenario de la muerte de su autor. Sentí que fue un regalo y una lección; que estaba casi en la primera fila de un aula en la que un profesor nos daba una clase magistral de teatro. Hasta el final de todo, porque el poco público entusiasmado que ayer aplaudía en pie paró para que Pedro Casablanc, desde el proscenio y haciendo de nuevo de sí mismo, agradeciese la asistencia, en una noche en la que el teatro estaba «casi vacío» —¿cincuenta butacas ocupadas?— y las calles de Cáceres llenas de miles de personas que deambulaban y consumían en uno más de los mercados callejeros medievales o de las tres culturas de decenas de ciudades españolas. Alguien me dijo al terminar la función que la gente que vio esa mañana o esa tarde a Pedro Casablanc paseando por el mercado creyó que el evento era tan importante como para atraer a un famoso. ¡Ay!, pocos sabían que el actor estaba en Cáceres para regalarnos por dieciocho euros lo de ayer.