La idea es refrescar el ambiente mediante el "blanqueo de las nubes", es decir, emitir gotitas de agua salada que hagan que sean más blancas y que reflejen mejor los rayos del Sol, un efecto parecido al que causa la erupción de un volcán.
El ingeniero defiende que "ninguno de los riesgos potenciales de las torres es tan malo como la liberación de metano. Lo que estamos intentando es devolver las temperaturas y la cubierta de hielo a los niveles en los que solían estar, mediante materiales que ya están ahí en grandes cantidades pero en tamaños diferentes".
En 2011, las regiones del Ártico registraron las temperaturas más altas de los últimos cincuenta años: entre tres y cuatro grados por encima de la media anual, según datos del Instituto de Investigaciones del Ártico y la Antártida. Más preocupante es la reducción que ha sufrido la masa total de los hielos que en la actualidad es del 55 % en comparación con el promedio registrado en los años 80 y 90 del siglo pasado.
Los lugares más apropiados para su construcción serían las islas Feroe (en el Atlántico Norte, entre Escocia, Noruega e Islandia) y el estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska.