−No me han concedido el permiso.
−¿Para comprar la harina?
−Sí.
−Oh, papá.
−Lo siento, hija.
−¿Pero es necesaria la harina?
−Claro, no se puede hacer la masa de pan sin ella.
−Pero no lo entiendo: podemos pagar el pan. ¿Por qué iba a costar más la harina que el pan? ¿Con qué más cosas se hace el pan, papá?
−Levadura y sal.
−¿Entonces la levadura es muy cara?
−No lo sé. Supongo que costará menos que el pan.
−Entonces...
−Las panificadoras reciben todo el trigo y la levadura y no pueden vender al público.
−¿Por qué?
−Es la ley
−¿Ni lo que les sobra?
−No. Está prohibido.
−Qué ley más tonta. Puedes pedirle algo de harina a los de la panificadora. Seguro que nos lo venden.
Una mujer que estaba de pié a su lado terció en la conversación.
− Niña, no puedes escoger sólo las leyes que te gustan. Como te ha dicho tu padre eso está prohibido.
− La señora tiene razón. –Regateó Antonio, alarmado por el tono un tanto agresivo de la señora.
Marta dudó si callarse a pesar de la impertinencia, sin embargo volvió a la carga.
−Pero, papá, es que no lo entiendo.
−Pues es muy sencillo, hija. –continuó doña Memetoenconverascionesajenas−, se hizo para proteger a los trabajadores, igual que con la salud. Yo misma ayer comí pan. ¿Crees que con mi sueldo hubiera podido comprar pan sin mis vales? ¿Hija, pero qué os enseñan hoy en la escuela?
−Señora, por favor, deje a la niña. Estaba hablando conmigo.
Con un bufido de superioridad la señora volvió la cara.
−Pues vaya ley. −dijo Marta.− La madre de Carla cambia sus vales de pan por cosas. Jaime se burla y le dice a Carla que no sabe a qué sabe el pan.
−En realidad él tampoco…. Ni esa. –añadió Antonio indicando a la señora con un discreto movimiento de cabeza.
Marta sonrió.
−¿Es verdad que el abuelo tenía una fábrica de pan?
Antonio ya no sabía si su hija estaba reivindicando en alta voz la victoria ante la entrometida, o es que quería ponerle en un aprieto con los viajeros.
− Sí. Incluso yo trabaja con él en la panadería de joven… como castigo por ser mal estudiante.
−Yo saco buenas notas y me gustaría trabajar para el Ministerio de alimentación haciendo pan.
−Ahora ha cambiado mucho. Antes la panadería era donde una familia hacía el pan y los pasteles para los vecinos de esa calle. Había al menos una en cada calle… Increíble ¿verdad? Entonces había que esforzarse en hacer el mejor pan y los mejores pasteles para que los vecinos quisieran compáraselo a tu abuelo.
−¿Por eso era un castigo trabajar en una panadería?
−No. Claro que no; el castigo era madrugar. Por lo demás una panadería era como una tienda de juguetes pero de comer.
−¿Sí? ¿Y se vendía mucho pan?
−Muchísimo.
−¿Entonces tu abuelo era rico?
−Que va. Para nada.
−Ah. Papa ¿cómo se llama el bollo que nos ibas a hacer a mamá y a mí?
−Se llamaba Torrijas y lo comíamos por estas fechas.
−¿En marzo?
−En Semana Santa.
−¿Y cómo se hacía?
−Era como la masa de pan… perdona. Imagínate una bola enorme de chiche que llevaba harina, huevos, azúcar y levadura. También se le añadían aromas de naranja y limón. Se cortaba en barras y se pintaba con huevo por encima y se horneaban hasta quedar de color marrón oscuro. Cuando estaban horneadas se cortaban las barras en rodajas gruesas y se pasaban por leche y azúcar. Se freían y, por último, se embadurnaban con azúcar y canela.
−Suena muy rico.
−Ya lo creo. Mi abuelo siempre nos traía en Semana santa cuando yo era de tu edad.
−¿Y por qué no dejan que las hagamos? Podríamos cambiarlas por nuestro pan. Así no afectaría a la escasez.
−Dicen que el pan es tan necesario para la sociedad como los son las medicinas. Si cada cual pudiera hacerse su propio pan terminaría vendiéndolo al precio que les diera la gana.
−¿Eso era lo que pasaba?
−Sí, cada cual podía poner el precio que quisiera.
−¿Por eso hicieron la ley? ¿Para que los pobres tuvieran pan?
−No los sé. Yo sólo sé que antes nunca le faltaba el pan a nadie en el barrio. Sólo había que hacer colas para elegir el pan recién salido del horno que siempre es el más sabroso. La gente del barrio se encontraba todos los domingos en las colas del pan con el periódico bajo el brazo y aprovechaban para charlar de sus cosas.
−Ahora también hay que hacer cola.
− No eran como las de ahora.
− A mí me aburre hacer cola siempre.
− Ya.
− No te preocupes papá. Cuando trabaje en el Ministerio podrás haremos torrijas todo el año. ¿Se comían también en verano?
−No, en verano no.
−¿Y en Invierno?
−Roscones de reyes –Antonio tocó el timbre de parada–. Algún día te daré la receta, pero ahora nos tenemos que bajar.
Salieron del autobús y miraron al cielo. Había dejado de llover un poquito._