Eso sí, en todos los casos, significan cariño, amor, un rato de dedicación sin importar si quedan perfectas (como para la foto de una revista gastronómica), lo mejor de nosotras ofreciéndolo a otros (o a nosotras mismas si estamos necesitando un mimo o darnos un capricho).
Será por eso que me gustan tanto las tortas y, en especial, las rústicas. Sí, las que tienen cara de bien caseras. Las que no importa tanto su impecable apariencia porque el sabor conquistará aun al corazón más exigente y despiadado. Las que nos hacen sentir orgullosas cuando vemos los rostros de felicidad de los comensales con el primer bocado nada más.
Ésta es una de esas tortas: rústica, fácil de preparar, rápida y riquísima. La receta me la acercó hace tiempo mi tía alemana, Hilda. Pero - como siempre - le realicé algún pequeño ajuste para hacerla más liviana (muté manteca por aceite y creo que no perdí en el trueque).
Y sin más preámbulos, les dejo la lista de ingredientes.
En un bol, incorporá 100 gramos de harina leudante (tamizada con 2 cucharaditas de polvo para hornear), 100 gramos de almendras trituradas (sin pelarlas), 100 gramos de azúcar integral y 3/4 taza de aceite neutro. Por último, agregá la ralladura de 1 limón y extracto de vainilla.
Con espátula de madera, integrá groseramente los ingredientes (no te preocupes porque queden perfectamente amalgamados y proporcionados).
En bol aparte, colocá las 3 claras de huevo con una pizca de sal y, con batidora eléctrica, llevalas a punto nieve. Cuando comiencen a espumar, agregá 80 gramos de azúcar impalpable que irás incorporando en tandas, no toda de una sola vez.
Una vez que las claras estén firmes y merengadas (se formarán copos bien definidos y no se bajarán con el correr de los segundos. Otra alternativa para estar segura del punto es someter a las claras merengadas a la prueba de la gravedad: das vuelta el bol que las contiene y ellas, inmutables, ni se despeinan un cachito) incorporalas a la mezcla anterior por partes y con movimientos envolventes. De esta manera no se bajará el volumen de aire incorporado en el batido. Una vez integradas las dos preparaciones, volcarás el resultado en un molde (en mi caso era uno desmontable de 22 centímetros de diámetro) ligeramente enmantecado.
Incluí 150 gramos de frambuesas (frescas o congeladas; las mías estaban congeladas) hundiéndolas levemente en la masa y los 50 gramos de frambuesas restantes, esparcilas por sobre la torta. Repetí la operación con 50 gramos de almendras trozadas de manera rústica.
Llevá al horno (que precalentaste a 180° C mientras triturabas las almendras, pesabas las cantidades de ingredientes y separabas las claras de las yemas) por 30 minutos. Pasado ese tiempo, bajá el horno a 160° C y cociná por otros 15 minutos o hasta que la torta esté dorada en sus bordes y pase la prueba del palillo (con un palito de brochette o mondadientes, pinchás el centro de la torta y al sacarlo está limpio y seco).
Dejala enfriar antes de desmoldarla (especialmente porque tiene mucha fruta y esto puede contribuir a que la torta se rompa o desmorone en el proceso) y servila sola o acompañada de helado de crema o vainilla.
El contraste de texturas (suaves las frutas y crujientes las almendras) es perfecto al paladar. Como ya te mencioné, puede servirse sola o acompañada y resultará igual de atractiva con su toque ácido y su contrapunto dulce.
Es liviana, húmeda y de sabor agradable - como todas las tortas con masas a base de almendras trituradas (o harina de almendras) - . En mi caso, prefiero triturarlas yo misma, dejando la cáscara, porque aportará textura y color (las clásicas pecas de la masa), además de aceites esenciales del fruto.
Si te gustan las tortas bien caseras, con tropezones de frutas. Si te gustan las frambuesas (o los frutos rojos) como a mí. Si te gustan las masas con almendras. Si querés hacerte un mimo o mimar a alguien a quien querés mucho, ésta es la oportunidad y la receta ideal.Espero que la disfrutes. ¡Bon appétit! y hasta la próxima.