Tostao, el doctor del jogo bonito que se tuvo que ir demasiado pronto.

Publicado el 20 julio 2014 por Hugo Rep @HugoRep

El brasileño, que se retiró con apenas 26 años, fue uno de los grandes cracks de los años 60 y 70. Se destacó en el Mundial de México, como perfecto socio de Pelé.

Fuera del campo de juego, ofrecía cuestionamientos a las dictaduras y ayuda a los desprotegidos. Adentro, resplandecía.

Los latidos del Mundial ya se perciben en esta antesala que se expira. Sucede en cada ciudad que se muestra al mundo como sede de la gran cita y en cada rincón del inmenso Brasil. Ahora, incluso más allá de las protestas sociales por despilfarros de la organización. La ansiedad se ensancha o se disimula con los fantasmas omnipresentes del viejo Maracanazo o con los recuerdos felices de tanta gloria abrazada.

Los pesimistas temìan que este 2014 cobijara a un nuevo Obdulio Varela o permitiera un gol devastador como el de Alcides Ghiggia. Los optimistas se entusiasmaban imaginando la reiteración de un salto como el de Pelé en la final ante Italia o algún gol de los tantos que Ronaldo -el original, el gordo más talentoso de la historia- le ofreció a la Copa del Mundo. También están los aspirantes a la belleza: ellos confían en que esta edición pueda brindar los encantos de un Tostão.

Su dimensión la cuenta un detalle: la FIFA lo eligió entre los mejores 20 futbolistas sudamericanos del Siglo XX. Y en ese mismo ranking aparecía en el top 5 entre los brasileños, junto a Pelé, Garrincha, Zico y Zizinho. Hace poco menos de dos décadas, Tostão -ya médico, ya comentarista- se contó a él mismo en su autobiografía Tostão: Lembranças, Opiniões e Reflexões sobre Futebol: "Me destacaba por los pases, las gambetas en corto, la llegada al área para marcar y, principalmente, mi capacidad de anticipar las jugadas.

Pero tenía varios defectos que fueron disminuyendo a lo largo del tiempo, gracias a muchos entrenamientos diarios: casi pateaba sólo con la pierna izquierda, cabeceaba mal, con los ojos cerrados, tenía poca velocidad en los espacios medios y largos, no tenía buen remate desde fuera del área. Mi técnica, mis condiciones atléticas y mi velocidad no conseguían seguir a mi pensamiento. Eso sí, practicaba mucho la autocrítica: siempre pensaba que podía jugar mejor". De su capacidad para observarse brotó la transformación: los defectos se hicieron virtud. Y luego deleite. Lo logró con una fórmula implacable: al talento natural le agregó trabajo constante.

El periodista Manolo Eppelbaum, quien mucho conoce el fútbol brasileño y mucho sabe sobre Tostão, le cuenta a Clarín desde Río de Janeiro: "Tostão fue la reivindicación del verdadero fútbol-arte en grado máximo. Y no es para menos. Ya que, a fines de la década del sesenta, dejaba huellas el denominado 'Fútbol-Fuerza', salvo raras excepciones. Y no solamente influyó en Brasil ya que ese estilo fue maravillosamente captado también por Holanda. Y hasta por España en días más recientes". En definitiva, Tostão fue el emblema y un perfecto representante de un modo de entender el fútbol. El, que podía ser mediocampista o delantero con idéntica facilidad, se ofrecía como espejo de una patente universal: el jogo bonito.

En realidad, Tostão nació en Belo Horizonte, en 1947, con un nombre bastante más largo que la memoria del fútbol no registra como propio: Eduardo Gonçalves de Andrade. El apodo tiene una historia curiosa: refiere a la antigua moneda brasileña de 10 centavos. La razón: el crack solía ser el más chiquito en los equipos en que jugaba. Como la pequeña moneda. Pero su fútbol era capaz de desmentir edades y tamaños: a los 23 años, en el Mundial de México, se convirtió en una estrella universal y para siempre. Le ofreció al mundo su talento, su brillo, su destreza. Fue, en aquel Brasil del 70 -paradigma de un fútbol estupendo- el socio ideal de Pelé.

Su participación en aquella Copa del Mundo fue pura magia. Jugó seis partidos, convirtió cuatro goles, escuchó miles y miles de aplausos. Eduardo Galeano, alguna vez, rescató tres imágenes icónicas de aquella máxima cita: "La estampa de Beckenbauer, con un brazo atado, batiéndose hasta el último minuto; el fervor de Tostão, recién operado de un ojo y aguantándose a pie firme todos los partidos; las volanderías de Pelé en su último Mundial: 'Saltamos juntos', contó Burgnich, el defensa italiano que lo marcaba, 'pero cuando volví a tierra, ví que Pelé se mantenía suspendido en la altura'". El pedestal del -quizá- mejor equipo de todos los tiempos lo tenía a Tostão entre sus habitantes.

Pero no sólo se destacó en el seleccionado verdeamarelo. Es también uno de los máximos referentes historicos del Cruzeiro y del fútbol de Belo Horizonte. Con el equipo azul obtuvo el histórico Penta en el Estadual Mineiro, entre 1965 y 1969. En ese recorrido, en 1966, también obtuvo la Copa de Brasil, en la que se convirtió en un auténtico superhéroe. Fue la figura de las dos finales ante el Santos. En la tapa de los diarios aparecía él. Los títulos enormes contaban que era el nuevo rey del fútbol. El Pelé blanco. Contó más tarde que tanto elogio le daba vergüenza.

João Máximo, periodista del diario O Globo, lo definió en días recientes con precisión en un puñado de palabras: "El mineiro tímido que encantó al mundo". Decían que hablaba poco. Pero al mismo tiempo decía mucho. El escritor Antonio Falcao lo retrató a partir de un año que resultó clave en la formación del futbolista más allá del campo de juego, 1968. "Ese año -en que la dictadura militar brasileña exacerbó hasta la propia estupidez, en que los estudiantes de Francia desafiaron a De Gaulle y en que el pueblo de Praga quiso democratizar el socialismo- marcaría el crack extra-campo.

Él, con conciencia política, se entristecía de ver su país frustrado de lo que él consideraba como ideal político y de mayor dignidad: la libertad. Discreto, nuestro joven atleta se solidarizaba con los que luchaban para un estado democrático de derecho. Además valiéndose de su prestigio, Tostão nunca se abstuvo de opinar en favor de los olvidados del País y contra la tortura sistemática de los presos políticos. O sobre tesis que le eran queridas, y creo que aún lo son, como la reforma agraria y la redistribución de la riqueza en Brasil". Tostão fue -y es- grande no sólo en ese campo de juego en el que resplandecía...

Poco más de dos años después de su máxima expresión y mientras comenzaba a ofrecer cátedras de fútbol en el campeonato carioca (en 1972 pasó del Cruzeiro al Vasco da Gama), Tostão tomó una decisión: a los 26 años dejó el fútbol.

El motivo era médico: una inflamación en la retina del ojo que le habían operado antes del Mundial de México. Era una suerte de doble paradoja: le sucedía justo a él, que ante los ojos del mundo había ofrecido bellezas; le sucedía justo a él, que miraba el fútbol mejor que casi todos.

Le aconsejaron que no siguiera jugando. Aceptó sin traumas.

En febrero de 1973 disputó su último partido ante Argentinos Juniors. Dos semanas antes había convertido su último gol, ante Flamengo. Cuando se conoció la noticia de su despedida del fútbol, el jogo bonito se vistió de negro por varios días.

Estaba de luto.