Resulta cuanto menos curioso el gran número de paralelismos existentes entre Toy Story 3 y el inmediatamente anterior trabajo de Pixar, Up. Ambas películas empiezan recordando el pasado de sus personajes protagonistas, mostrándonos tiempos mejores, para, una vez la historia vuelve al presente, emprender un viaje (ya sea elevando una casa con un gran número de globos o en una caja de cartón) hacia tierras desconocidas, habitadas por secundarios que no les pondrán las cosas nada fáciles. Ya en la recta final de ambas películas el sentido de la aventura hecha espectáculo se apodera de la pantalla para concluir con un emotivo epílogo. Y a pesar de que ambas películas llevan caminos paralelos, el resultado termina siendo, justamente, el opuesto. Y es que mientras Up arrancaba de forma absolutamente magistral para ir perdiendo fuelle a medida que avanzaba la trama, Toy Story 3 empieza resultando un film entretenido hasta que, llegado a cierto punto del metraje, la cinta da un salto de calidad impresionante capaz de mantener al espectador clavado en su butaca, con una recta final fascinante.
La película está dirigida por Lee Unkrich, quien a este paso se acabará convirtiendo en todo un clásico de la factoría Pixar, y que anteriormente ya había co-dirigido Monstruos S.A. y Buscando a Nemo. Su trabajo en la dirección es otro de los puntos fuertes de la película, pues la cámara siempre parece estar colocada en el lugar adecuado, algo siempre difícil de ver, y más aún tratándose de una película de animación. Pixar, además, logra apuntarse un nuevo tanto a su favor, logrando mantener el altísimo nivel al que nos tiene acostumbrados. No obstante, y puestos a buscarle un “pero” a la compañía, estaría bien que alguno de sus trabajos se alejara un poco de los ya consabidos mensajes de siempre: los fuertes lazos de la amistad, mejor trabajar en equipo, no hay que conformarse y hay que luchar por lo que uno quiere, etc, que parecen heredados, directamente, de Disney. Por suerte, en Toy Story 3 nos han evitado otro de sus clásicos habituales, como es el ecologismo.
Pero no se queda sólo en eso el film, que además cuenta con un humor muy agudo, cuyos mejores momentos suelen coincidir con Ken en pantalla (su encuentro con Barbie, seguro, lo habrán visto ya en los trailers) y su colección de complementos y cierta transformación de Buzz Lightyear, que termina resultando francamente descacharrante. Además, la película se permite el lujo de ofrecer al espectador algún que otro guiño cinéfilo como la escena en la que a Woody le da por imitar al prota de “Misión Imposible” o ese peluche con la forma de “Mi vecino Totoro”.
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