Trabajo (2020), de james suzman. una historia de cómo empleamos el tiempo.

Publicado el 27 julio 2021 por Miguelmalaga
Si hay una actividad que nos define como personas y ciudadanos, esta es la del trabajo. El trabajo sigue siendo un bien escaso, algo que busca mucha gente de manera obsesiva, aunque en muchas ocasiones defraude nuestras expectativas. Para los que trabajan, la mayor parte de las energías que se consumen durante la semana están consagradas a su empleo. A las ocho horas diarias que se pasan de media en el puesto de trabajo (si no se realizan horas extra) hay que sumar los desplazamientos, que en muchas ocasiones son un pequeño infierno para unos asalariados que no pueden permitirse vivir cerca de donde se encuentran sus empresas. Y todo esto para lograr no solo medios de subsistencia, sino disfrutar del ocio de formas cada vez más sofisticadas y conseguir lograr estatus social, prestigiarse a través del propio empleo. 

El ser humano no siempre vivió así. Durante muchos miles de años, los cazadores-recolectores no conocieron lo que era el estrés laboral. Se calcula que nuestros antepasados solo necesitaban trabajar unas doce horas al día para tener cubiertas sus necesidades básicas. El resto de tiempo era dedicado al ocio y a las relaciones sociales. Fue la llegada de la agricultura la que lo cambió todo. La ventaja evolutiva de disponer de un terreno firme donde asentarse, fundar las primeras comunidades humanas verdaderamente numerosas y asegurarse un sustento labrando la tierra costaba sangre, sudor y lágrima a sus promotores, pues bastaba una mala cosecha para sumir a la comunidad en una desastrosa hambruna. No obstante, todo este esfuerzo acababa dando frutos en el futuro y las comunidades acababan derivando en ciudades y algunas de estas ciudades fueron la semilla de los primeros imperios. 

Desde entonces, el trabajador de a pie ha dependido de su diario sacrificio de tiempo y energías para sobrevivir. Durante siglos los trabajos más duros han sido los peor pagados o han sido realizados por esclavos. En la actualidad, en cierto modo sigue siendo así, puesto que hay muchos oficinistas en despachos con aire acondicionado que ganan mucho más que los que se suben todos los días a un andamio. El problema, como nos recuerda Suzman, es que muchos economistas llevan décadas advirtiéndonos de que al ritmo actual de explotación de los recursos y consumo, nuestro sistema colapsará en un futuro no muy lejano. El actual capitalismo, que se basa en la avaricia infinita de unos pocos y en el deseo insaciable de nuevos productos de la mayoría, debe ser paulatinamente cambiado por un sistema mucho más conformista respecto al consumo, pero también bastante menos estresante para la vida cotidiana. En cualquier caso, muchos empleos están siendo ya sustituidos por ordenadores y máquinas y muchos más van a verse afectados en el futuro, incluso los que hoy consideramos intocables. Así pues, queramos o no, el sistema deberá ser cambiado. De nosotros depende que dicha metamorfosis sea lo menos traumática posible para la gran masa social de trabajadores:

"Es mucho más probable que el catalizador sea un cambio rápido del clima, como el que provocó la invención de la agricultura; la ira causada por las desigualdades sistemáticas, como las que suscitaron la Revolución rusa; o quizá una pandemia viral que exponga la obsolescencia de nuestras instituciones económicas y nuestra cultura laboral y nos lleve a preguntarnos qué trabajos son de verdad valiosos y cuestionarnos por qué nos conformamos con dejar que nuestros mercados recompensen mucho más a quienes desempeñan cargos con frecuencia inútiles o parasitarios que a aquellos que reconocemos como esenciales."