- Bueno, bueno, Negre, ¿qué tenemos aquí?
Y luego añade, tras un par de segundos en silencio minucioso:
- Vaya, vaya.
Y remata al fin, mientras miro de refilón el reloj de la pared:
- Claro, claro.
Joaquín es mi dentista, y Él también acude a veces -sólo a veces, porque le da un poco de miedo, aunque no lo reconocerá nunca. Me suele preguntar cómo se encuentra, aunque nunca atino y no sé muy bien si quiere saber, por cortesía, si le va bien o regular, si su boca sigue siendo un cúmulo de socavones y desperfectos o si, sin más, quiere entretenerme mientras sujeta el cabezal de alguno de sus instrumentos y pillarme desprevenida.
- Después de la limpieza del otro día, Negre, toca mirar a ver qué hacemos con lo de rechinar los dientes por la noche, que eso ya lo habíamos hablado -dicta.
Si yo ya lo sé, que se lo expliqué antes del verano: que lo mío, esto de estar en el colegio, va a rachas y picos de trabajo, de ambiente, de interés o de motivación, y que cuando vienen malas, aprieto los dientes con fuerza, para evitar decir con más ganas lo que pienso.
- No, si yo lo entiendo, pero que como sigas así van a acabar tus muelas partidas...
Y pienso yo que vaya fuerza que tiene mi trabajo, que me sale por las encías... Suspiro y le dejo maniobrar mientras toma medidas de los moldes de la que será la nueva camisa de fuerza nocturna de mis incisivos, premolares y molares.
- Te llamo en unos días para que vengas a ver el resultado final y probar la funda...