Revista África

Trabajo humanitario en África. ¿Qué hacer en situaciones de peligro?

Por En Clave De África

(JCR)
En tiempos de peligro los religiosos se quedan, los cooperantes se van. Algo así hemos escuchado muchas veces. Durante los dos últimos meses he tenido sobradas ocasiones de pensar sobre esta afirmación que, sin embargo, conviene matizar bastante so pena de quedarnos con una media verdad. En enero y en marzo de este año he visto muy de cerca dos evacuaciones del personal de Naciones Unidas y de diversas agencias humanitarias en la República Centroafricana, situación que me ha afectado a mí personalmente como consultor hasta el punto de tener que buscarme la vida en otro lugar al haberme visto con mi contrato suspendido “hasta nueva orden”. También he tenido ocasión de visitar, urante las últimas semanas, algunas comunidades de religiosos en Bangui y he visto cómo, a pesar de haber pasado momentos de verdadero terror, nunca han pensado en irse. Tengo la ventaja de haber vivido en estos dos mundos, y desde esa posición, me permito ofrecer las siguientes reflexiones:

1. En muchos lugares de África un trabajador humanitario –ya pertenezca a una organización religiosa, a una ONG o a una agencia internacional de la ONU- puede verse expuesto a situaciones de gran riesgo hasta el punto de amenazar la propia integridad física. Todos los días es necesario valorar y analizar lo que ocurre, abrir bien los ojos y saber qué ocurre hoy, por qué, y qué puede ocurrir mañana. Casi todas las organizaciones de una cierta envergadura tienen incluso personal especializado en seguridad que dan sugerencias y ofrecen pautas a seguir para minimizar los riesgos.

2. Durante los últimos años el peligro contra la integridad física de quienes se dedican a tareas humanitarias ha aumentado en muchos lugares de África, sobre todo desde que grupos extremistas- ya se trate de islamistas, rebeldes, o simples bandidos y piratas- han descubierto que secuestrar a expatriados es un negocio que reporta beneficios muy elevados. “¿A vosotros os respetarán, no?” he oído muchas veces decir a amigos, y la respuesta raramente es “sí, claro” Esto obliga a extremar el uso del sentido común porque ya no se trata de ser víctimas accidentales, sino de ser considerados como verdaderos objetivos de ataque. No se puede, por ejemplo, desentenderse de las recomendaciones del propio Ministerio de Exteriores sobre evitar viajar a una determinada zona y después cuando han secuestrado a un cooperante quejarse de que las autoridades del propio país no hacen nada, cosa que entre otras cosas no suele ser verdad, porque cuando llega el caso sí hacen, sólo que este tipo de operaciones suelen ser muy delicadas, costosas y largas y hay que llevarla con una gran discreción.

3. Cuando se trata de tomar la decisión sobre evacuar al personal del país, hay una diferencia obvia entre, por ejemplo, un misionero o una monja que tiene un compromiso de vida célibe y un trabajador de una ONG o de la ONU que normalmente está ligado a una familia. En Uganda, cuando yo era misionero, yo mismo me vi expuesto a situaciones de peligro que ahora no podría permitirme el lujo de vivir. Si lo hiciera sería injusto con mi mujer y mis hijos, que tienen derecho a tenerme vivo con ellos. Por lo general, las congregaciones religiosas suelen dar libertad de elegir a sus miembros y el que se quiere quedar puede hacerlo, y en la mayoría de los casos la mayoría elige quedarse. Delante de motivaciones que tienen detrás un genuino espíritu de sacrificio por la gente más vulnerable sólo cabe mostrar un enorme respeto, sin –al mismo tiempo- condenar a quienes no quieren o no pueden obrar de la misma manera.

4. Al mismo tiempo, no se puede generalizar demasiado (decir que los unos se arriesgan y se quedan y los otros no): en el Norte de Uganda, en el Este del Congo y en RCA he conocido casos de, por ejemplo, personal de Médicos sin Fronteras, que han permanecido en lugares remotos y peligrosos con el fin de no dejar a gente muy vulnerable sin asistencia sanitaria, y no han faltado entre ellos personas que han sufrido agresiones físicas y amenazas por este compromiso. En el caso de las misiones de la ONU, hay que tener en cuenta que la decisión de evacuar a su personal se toma desde Nueva York, y que en estos casos siempre se suele dejar en el terreno al personal considerado como esencial.

5. Las agencias humanitarias internacionales suelen tener unos protocolos muy detallados de seguridad, que casi siempre incluyen la participación obligatoria en cursos de autoprotección para su personal. Esto es algo de lo que las organizaciones de la Iglesia podrían aprender. En Uganda viví casi 20 años como misionero en medio de situaciones de gran riesgo y, al mismo tiempo que mi congregación me ofreció siempre abundante motivación espiritual e incluso un año sabático si lo deseaba, nadie me enseñó nunca qué hacer en caso de caer en una emboscada o de ser víctima de un asalto armado. En una ocasión en la que me encontré en medio de un tiroteo que me dejó herido en un brazo, me salvó la vida recordar los consejos de seguridad que me había dado en alguna ocasión un amigo de Naciones Unidas.

6. Quien trabaja en medio de situaciones de peligro se arriesga, no sólo a sufrir agresiones físicas, sino también a ver seriamente afectadas su salud mental y su equilibrio emocional. Son las heridas menos visibles pero a la larga las que pueden afectarnos más a largo plazo. Por desgracia, no son muchas las organizaciones que ofrecen una ayuda profesional de calidad a su personal cuando se ven afectados por estas circunstancias.

7. Cuando ocurren situaciones muy dramáticas y violentas es cuando la gente tiene más necesidad de ser ayudada. Siempre habrá que valorar la el riesgo para tomar medidas que protejan al personal humanitario intentando, al mismo tiempo, que la gente no se quede totalmente desprotegida. Hay situaciones en las que es posible encontrar alternativas racionales, como organizar la ayuda humanitaria desde otro país fronterizo donde haya más seguridad, sin olvidar la “diplomacia humanitaria” que cada vez utilizan más organizaciones, y que consiste en negociar con grupos armados para que respeten el paso de personal y de recursos para ayudar a la gente afectada por un conflicto. Esta diplomacia no está exenta de riesgos, sobre todo el peligro de que el peligro de que el gobierno de turno acuse de colaboración con insurgentes.

8. A menudo lo más doloroso es verse en situaciones en las que la principal amenaza son los propios beneficiarios. En una situación de confusión provocada por oleadas de violencia no es raro que los primeros dispuestos a saquear la iglesia o la sede de una ONG en una zona de conflicto sean los habitantes del lugar a los que se intenta ayudar. Muchas veces esto es consecuencia de la frustración de ver que la comunidad internacional (sea lo que sea lo que se entiende por esto) no hace lo que se espera que debiera hacer. Por ejemplo, cuando en noviembre del año pasado los rebeldes congoleños del M23 tomaron la ciudad de Goma sin que los soldados de la MONUSCO opusieran resistencia, al día siguiente hubo ataques en las sedes del Programa Alimentario Mundial y otras agencias humanitarias de la ONU en varias partes del Congo. SI la gente, movida por emociones que degeneran en irracionales, no puede atacar un cuartel de la MONUSCO, no es extraño que descarguen su ira contra otros organismos internacionales, aunque sean los mismos que les aseguran el alimento y la asistencia sanitaria.


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