Tradición, autoridad y revelación: ¿cuándo cuestionarlas?

Por Miguelangelgc @miguelangelgc

Sobre la educación que reciben los niños se cuestiona mucho ya que algunas personas aseguran que los padres no deberían de adoctrinar a sus hijos en cuestiones elementales como la religión  o las preferencias, políticas y de otra índole, que ellos [los adultos] profesan o siguen.  De hecho se critica el término asignado a los niños, supuestamente, creyentes: ¿son realmente infantes católicos, musulmanes o judíos o más bien se les tendría que llamar hijos de padres ortodoxos, evangélicos o budistas? En lo personal adopto, por cuestiones técnicas, el segundo.  Tocando el punto religioso hay tres elementos fundamentales por los que, ordinariamente, se trasmite la religión de generación en generación: autoridad, revelación y tradición. La primera de ellas es popularmente característica de las grandes religiones [judaísmo, iglesia católica e islam] mientras que las restantes engranan perfectamente con todas -la mayoría- de las vertientes de fe.  Definamos un poco cada una de ellas. La tradición, como los otros dos términos, los podemos [debemos] explicar de dos maneras: el término común y la explicación teológica puesto que eso nos ayudará a entender mucho mejor su alcance.  Tradición, ordinariamente es, un conjunto de patrones culturales de una o varias generaciones heredados de las anteriores y, por estimación, trasmitidos a las siguientes, ya sea de manera oral [la más común] o escrita; se consideran tradicionales los valores, creencias, costumbres y las formas de expresión artística.  La palabra proviene del latín traditio, que significa conservar. De común se espera sea algo para mantener y acatar acríticamente, de hecho por eso se trasmite.  Hablando religiosamente, la tradición [apostólica] es la transmisión del mensaje evangélico llevada a cabo desde los comienzos del cristianismo por la predicación, testimonio, instituciones culto y escritos revelados; se realiza con el afán de conservar la fe y la llamada [divina] revelación. Esto es, claro, de acuerdo al Catecismo de la iglesia católica Toquemos ahora el término revelación. Por sí sola la palabra nos da una idea -clara- de lo que esconde su definición: es el acto y efecto de manifestar [revelar] una verdad secreta. El término viene del latín revelare que significa hacer visible [lo oculto].  Abordando ya la palabra religiosamente es lo dicho o compartido por parte, generalmente, de una divinidad o ser sobrenatural, sobre algo que previamente no se tenía conocimiento y, al momento, se considera verdad porque dicha deidad lo manifestó como tal.  Por lo regular las religiones fundadas a partir de una o varias revelaciones divinas se sustentan en un texto sagrado propiamente revelado por su o sus deidades; se consideran religiones reveladas: el judaísmo, islam y cristianismo. La autoridad, por contra parte, del latín auctoritas, es el poder, potestad y facultad que una [o varias] personas ejerce sobre quienes le están subordinadas. Es, por tanto, quien tiene dicho elemento, una persona revestida de poder o mando.  En cuanto a temas religiosos las tres grandes religiones [judíos, musulmanes y católicos] se ven sometidos a una autoridad. Las otras denominaciones o grupos elementalmente se basan en las creencias de una o varias personas que se revelaron a la autoridad a la que eran sometidos fundando su propias denominaciones religiosas, en ocasiones con mucho de su religión madre Dentro de la iglesia católica la autoridad en cuanto a asuntos de fe se le confiere al papa y a los obispos que están en comunión con él aunque el termino empleado para designarla se le denomina magisterio que definen como el oficio de interpretar auténticamente la palabra de dios, oral y escrita, el cual es ejercido [dicho poder/autoridad] en nombre de Jesucristo.  Ampliando un poco, la doctrina católica identifica dos tipos de magisterios: el Magisterio Solemne [o extraordinario e infalible -que no contiene error-] y el Magisterio Ordinario El primero [el Solemne] incluye las enseñanzas ex cathedra [en el punto 891 del Catecismo de la iglesia católica y en la Constitución dogmática Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I se explica que ésto se cumple cuando el papa habla como Pastor y Maestro supremo de los fieles, o sea, cuando se dirige a la Iglesia universal y no si habla en calidad de persona privada o con un grupo reducido de personas; también cuando él [el papa] expresa tácitamente que dicho discurso -o doctrina- es definitivo; también se considera ex cathedra al hablar -él- de cuestiones de fe o moral]. Además de dichas enseñanzas se considera dentro del Magisterio Extraordinario los concilios [convocados y presididos por él].  El Magisterio Ordinario son aquellas enseñanzas no infalibles que, aunque el católico debe de creerlo y proclamarlo, pueden ser modificadas. Esto abarca las enseñanzas tanto del papa como de los obispos [en comunión con él] en concilios o conferencias episcopales. ¿Son válidos éstos tres elementos para creer en algo o alguien?  Muchos afirman que sí, otros que no. En lo que respecta a lo religioso se supone, y se debería de creer en ello sin el uso o apoyo de factores externos [evidencia, entre otros] que lo sustente ya que la base de las religiones es la fe en ellas  [en su doctrina o conjunto de creencias] y la fe -según el diccionario de la RAE- es la creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública o antigüedad de dicho argumento. Ordinariamente, cuando niños, considero que es válido -pese a argumentos encontrados- que los hijos adopten y crean lo que sus padres les dicen y aseguran como cierto. Los modales y elementos básicos de la convivencia cívica han llegado a nosotros vía herencia aunque debe de existir un tope interno.  Conforme vamos creciendo, todos adoptamos una famosa consciencia [introspección] de nosotros mismos comenzando a distinguir diferentes factores y elementos, no heredados, que van forjando la personalidad.  Si bien lo que enseñan en casa influye en el infante, cerca de los seis-siete años opta el niño por aceptar o no, de manera inconsciente muchas veces, lo que sus padres le han enseñado. No en vano los niños actúan de una manera en casa y se comportan totalmente diferente en la escuela o lejos de sus padres.  Lo que debe de cambiar es llegar a tomar la decisión, quizá a los doce, de cuestionar todo lo que hemos heredado. El pensamiento crítico-escéptico tendría que ser un pilar elemental en cuanto respecta la adolescencia adoptando, libremente, si creemos o no, lo que nuestros progenitores y familia nos han difundido a lo largo de nuestro crecimiento.  Pero sobre todo eliminar el miedo de hacerles público que no estamos de acuerdo en lo que ellos nos han dicho y, claro está, que nuestros familiares estén dispuestos, y acepten, que no creemos o sí lo que nos han trasmitido. 
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