En realidad, nada hay de implícitamente 'malo' en el recurso a la teología para producir relatos emancipatorios. Desde el manifiesto revolucionario de aquellos jóvenes de Tübingen en los que se afirmaba la transmutación de la filosofía en teología y de la teología en filosofía, hasta los desarrollos de la teología de la liberación, los mitos y los relatos de carácter religioso han servido- a veces- a tareas emancipatorias. Escuchando a Íñigo parece que éste podría firmar, junto con Schelling, Hegel y Hölderlin, que “mientras no hagamos estéticas, es decir, mitológicas, las ideas, ningún interés tienen para el pueblo”, o que “ un más alto Espíritu, enviado del cielo, tiene que fundar entre nosotros esta nueva Religión, la última y más grande obra de la Humanidad”. Y, en efecto, el cielo ya fue reivindicado como objetivo político por Pablo Iglesias. Si las palabras y conceptos que utilizamos definen el territorio de nuestro discurso, lo cierto es que Podemos está jugando en las fronteras del discurso religioso. Los últimos escritos de JC Monedero sobre 'amor' y 'espiritualidad' podrían cerrar el triángulo sagrado: Errejón, Iglesias y Monedero como los profetas contemporáneos de Tübingen.
La diferencia, sin embargo, es crucial: aquellos jóvenes estaban eclipsados por el poder magnético de la Revolución Francesa, que había despertado después de siglos de opresión a las masas más pobres e iletradas de toda Francia, les malheureux de Saint-Just. Los jóvenes de Tübingen habían dicho también en aquel manifiesto que en aquella época mítica de la liberación de la humanidad, se erradicaría “la mirada desdeñosa, el ciego temblor del pueblo ante sus sabios y sacerdotes”. La brecha abierta por las multitudes hambrientas que espantaban a Hannah Arendt era demasiado grande como para encerrarla en el comité revolucionario de unos cuantos sabios; la Revolución Francesa fue puro desbordamiento, una hemorragia abierta en el seno de la historia universal. Todo ello contrasta duramente con el palabro utilizado por nuestro moderno Saint-Just. Como sinónimo del partido de vanguardia, quizá Lenin hubiera aprobado el título de 'núcleo irradiador'. Pero lo seguro es que lo hubiera celebrado, en otro sentido y otro plano, mas con una intención profunda similar, no un revolucionario del XIX ni un bolchevique del XX, sino un neoplatónico del siglo III. ¿Cómo llegamos, entonces, a Plotino, desde el discurso de un muchacho joven del siglo XXI, y discípulo de Laclau? Los caminos del saber son inexpugnables. Lo cierto es que Plotino ya comprendió la centralidad del Uno, y lo quiso subrayar con su característica fundamental: como la trascendencia inexpugnable, como el búnker del que emana todo y al tiempo al que no se puede acceder sino a través de mediaciones imperfectas. Es más, para Plotino todo lo que surge en el mundo- las estrellas, los planetas, las plantas, los animales, la vida, el espíritu- son emanaciones de esa unidad primigenia y por tanto derivaciones del Uno-indecible. De un acto de emanación-procesión, todas las cosas- incluyendo las hipóstasis derivadas, como el nousy el alma- van desplegándose del Uno-indecible, del núcleo irradiador ontológico que no podemos mirar de frente, como la luz del Sol. Pero aquí ya nos hemos perdido a través del devenir de los siglos, aquí el Círculo se ha transmutado en Triángulo, la unidad de todos los seres en jerarquía ontológica; solo el filósofo puede elevarse a la Unidad tras un ejercicio penosísimo, difícil; Plotino solo lo consiguió en tres ocasiones a lo largo de su vida.Todo esto no es necesariamente una crítica negativa a la filosofía que hay detrás de los creadores de Podemos, sino una hipótesis de lectura a través de sus expresiones públicas, en las que un filólogo experto sabría leer perfectamente el otro discurso, el que queda tras ellas. Este discurso puede comprarse, desde luego, pero al menos, es preciso saber lo que uno compra. Y este producto ya se aleja -incluso también aquí- del espíritu revolucionario burgués que caracterizaba a los autores de Tübingen. La religión laica de los idealistas alemanes se basaba en la destrucción de toda frontera o diferencia entre arriba o abajo, entre núcleo y periferia. El saber debía volverse mitológico- esto es, popular- lo que significaba que también el filósofo y el sabio debían aprender y escuchar al pueblo. Algo que no puede existir desde que se postula la idea trascendental de un núcleo irradiador. Una mitología racional- una razón mitológica- popular y política se desentiende rápidamente de toda trascendencia, afirmando el devenir de la inmanencia, la multiplicidad del sentido o, como dice Althusser, 'saber que todo se repite y que no existe más que la repetición diferencial'. Una mitología política de carácter emancipatorio no podrá postular semejante partición epistemológica entre pueblo y sabios, sino, como acertaron a decir los de Tübingen, intentará erradicar de una vez para siempre 'la mirada desdeñosa, el ciego temblor del pueblo ante sus sacerdotes y sus sabios'.