España tiene ciertamente una riqueza lingüística y cultural de reconocida importancia. Dispone de tres lenguas periféricas Gallego, Vasco y Catalán más sus dialectos de los que los más significativos son los de esta última: El Balear, el Valenciano y el Alguerés, sin referirnos ahora a los del Castellano. Un dialecto puede llamarse lengua por el sentimiento cariñoso de quien lo tiene como habla materna, pero técnicamente no es lengua. Pues bien, esta idiotez de los traductores es una imposición más de los nacionalistas a ZP que, maniatado por sus votos, no sabe ni puede cortar; con ello, el virus nacionalista busca asentar sus objetivos independentistas y destruir la Unidad Española.
“Nos duele España”, decimos con Unamuno. Es una lástima observar el espectáculo penoso que a diario dan esta pléyade de políticos que señorean la Nación y las “autonosuyas”. El español es un individuo fatuo y villano; sólo hay que recordar y releer la historia española preñada de yerros y perfidias. Para Laín Entralgo España es un problema. Azorín no puede permanecer inerte ante la dolorosa realidad de nuestro pasado, ese dolor lo lleva a un amargo pesimismo por el lamentable discurrir de la patria; y para Ganivet, el principal elemento constitutivo del temperamento español es el estoicismo senequista base del espíritu individualista e independiente de los españoles.
El disparatado proyecto de los traductores evidencia la falta de mesura e intelecto. El viejo socialismo siempre ha creído en la lengua como elemento de unión y unidad entre los pueblos e instituciones públicas, menos estos oportunistas de hoy asociados a los conversos nacionalistas del ridículo y del despilfarro. La lengua vernácula común, vehículo de comunicación de más de quinientos millones de hablantes y van en aumento, ha de servir de enlace y de entendimiento y el Parlamento está para parlamentar y conversar en la lengua común sobre el bien común de la ciudadanía. España no necesita este anacrónico victimismo diferencial, ni más soberanía que la española, pero sí está falta de figuras de gran talla, de amplitud de miras, con visión de estado, de entrega y sabiduría.
C. Mudarra