Tráfico marítimo: la contaminación que se ignora
Aunque parece un capítulo olvidado, el transporte por mar contribuye considerablemente al cambio climático, ya que ensucia el aire con azufre y hollín, y el mar, con hidrocarburos y basura.
Desde hace muchos años se advierte de la contaminación del aire por los coches y la industria. En cambio, poco se habla de la contaminación producida por la flota marítima comercial y militar, ni de los barcos de recreo a pesar del auge que están viviendo en los últimos tiempos.
La ONG de protección marina Oceana estima que unos 90.000 buques cargan más de un 90% del comercio mundial que se lleva a cabo de un continente a otro. Especialmente frecuentadas son las rutas marítimas de Europa a los Estados Unidos y a Japón, y de California al sureste de Asia, aunque también hay que destacar el tráfico con China.
Como todos los medios de transporte que funcionan con combustible fósil, los barcos emiten dióxido de carbono (CO2), por eso no se entiende que su contribución al calentamiento se haya subestimado durante tanto tiempo. El IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU) atribuyó sólo unos 400 millones de toneladas de CO2 al año a la navegación, una estimación que se quedó, como se ha demostrado, bastante corta. La misma Organización Marítima Internacional (IMO, en sus siglas inglesas) corrigió los datos para el año 2007 y dio como cifra 843 millones, lo que equivaldría a un 2,7% de las emisiones mundiales de este gas de efecto invernadero. The Guardian, por su parte, publicó a principios de 2008 un artículo en el que se hacía referencia a un informe secreto elaborado para la ONU y filtrado a este periódico. En él se aseguraba que los barcos emitieron en 2007 unos 1.120 millones de toneladas de CO2, lo que representa un 4,5% de estas emisiones en todo el planeta.
La portavoz de prensa de la IMO asegura, no obstante, desconocer tal documento, aunque admite que “probablemente los gases de efecto invernadero emitidos por los barcos crecerán hasta 2020 un 75%.” Sea cual sea la cifra, ambas superan las emisiones de CO2 del tráfico aéreo.
Emisiones de óxidos sulfúricos
Paradójicamente, son las mismas columnas de humo negro de los grandes buques las que parecen reducir e, incluso, invertir temporalmente el efecto invernadero de los barcos. El Centro Alemán de Aeronáutica y del Espacio (DLR) detectó que las emisiones de la navegación internacional tienen una influencia importante en la generación de nubes sobre el océano. Los aerosoles procedentes de los gases de escape de los barcos aclaran las nubes bajas, que, de ese modo, reflejan más luz solar al espacio. Sin embargo, los investigadores del DLR advierten de que no debemos llegar a la conclusión errónea de que la emisión de óxidos sulfúricos es una medida recomendable en contra del cambio climático, pues, al igual que les ocurre a los aerosoles, se deshacen en poco tiempo, mientras que los gases de efecto invernadero permanecen durante décadas en la atmósfera. Además, los óxidos sulfúricos son responsables de la lluvia ácida, contribuyen a la acidificación de los océanos y perjudican, junto con el hollín, a la salud humana.
Enfermedades respiratorias
La mayoría de los grandes barcos “queman uno de los fueles más sucios del mercado, un fuel no refinado que es tan pesado que se podría caminar encima a temperatura ambiente”, escriben los autores de un informe del año 2008 para Oceana. Se trata de un producto que sobra en el proceso del refinamiento del petróleo –lleno de impurezas y con arena y ceniza– que, por lo tanto, resulta mucho más barato que el diésel normal que emplean los camiones. Por ese motivo, Christian Bussau, responsable de la campaña de petróleo de Greenpeace Alemania, se refiere a estos barcos como “plantas incineradoras de basuras flotantes”.
Las altas concentraciones de óxido sulfúrico y hollín en el aire procedentes de las emisiones de los buques las sufren, sobre todo, los habitantes de las ciudades con grandes puertos, como Los Ángeles o Hamburgo, pero también de Barcelona, Tarragona, Algeciras, Valencia, Vigo o Bilbao.
Está demostrado que estas emisiones pueden provocar enfermedades respiratorias en la población, como asma, bronquitis o cáncer de pulmón. Es más, un grupo de investigadores de la Universidad de Delaware y del Rochester Institute of Technology llegaron a la alarmante conclusión en un estudio publicado a finales de 2007 de que cada año mueren aproximadamente unas 60.000 personas en todo el planeta a causa de las emisiones de los barcos. “Como más de la mitad de la población mundial vive en regiones costeras y el transporte de mercancías está creciendo, hacen falta metas de control más estrictas”, afirma James Corbett, uno de los dos investigadores que lideraron el estudio.
Christian Bussau asegura que “no sólo por sus efectos sobre el clima, sino también para proteger la salud humana, hace falta prohibir lo antes posible el uso de fuel pesado como combustible marino”. Y es que mientras el contenido de azufre en los combustibles utilizados por centrales energéticas y el tráfico terrestre se redujo a un 0,001%, el diésel que se emplea en la navegación todavía puede llegar hasta un 4,5%.
Afortunadamente, empieza a haber ya intentos de reducir la concentración de óxido sulfúrico y óxidos nítricos en el aire. Así, por ejemplo, California ha endurecido su normativa y obliga a cargueros, petroleros y cruceros a usar combustibles más limpios. Por su parte, la ciudad alemana de Lübeck, instaló la infraestructura para que los barcos usen electricidad terrestre, por lo que pueden apagar sus motores.