Muchas veces, el alimento escasea, y uno, desesperado, hambriento, trata de calmar la terrible ansiedad con lo primero que encuentra.
Pero esto puede resultar realmente peligroso. Cuando todo lo verdaderamente comestible fue consumido, uno empieza a atacar lo primero que se le cruza en el camino.
En la foto fui pescado de improviso por un fotógrafo aficionado tratando de ingerir un artefacto de gran luminosidad que captó mi atención. El resultado no fue el deseado: evidentemente, todo lo que brilla no es oro, y digerible, menos aún.
De cualquier forma, la foto en cuestión recorrió el mundo y hoy en día conseguí trabajo en un circo, haciendo esta gracia y muchas más, que por pudor no pienso revelar.
Aún así, necesito aclararles algo: las lamparitas saben muy feo, y queman. No lo intenten en sus casas... ¡¡y mucho menos en casas ajenas!!