El drama del desempleo, la frustración y la impotencia se cobró ayer tres víctimas en Grecia, que perdieron la vida asfixiadas en el interior de una entidad bancaria, como consecuencia del incendio provocado por el impacto de un cóctel molotov, lanzado presuntamente por un manifestante que secundaba la huelga general convocada en protesta por las medidas económicas y sociales adoptadas por el Gobierno, claramente regresivas, que, en realidad, le han sido impuestas por el Fondo Monetario Internacional.
Siento una gran tristeza por las tres personas fallecidas, por sus familias y por su entorno más cercano; puedo comprender todo el dolor y el sufrimiento que padecen en estos momentos. Esta huelga general, creo que es ya la cuarta organizada por las centrales sindicales, se ha convertido en una tragedia, que habrá marcado sus vidas y, sin duda alguna, también la de la persona o personas que arrojaron el cóctel molotov contra la entidad financiera. Es fácil condenar estas actuaciones, y entiendo que todos los actos de protesta deben ser pacíficos por definición y convicción, pero en ocasiones es preciso también tratar de comprender toda la rabia y la desesperación que se esconde detrás del desempleo y la pérdida de esperanza en el futuro.
Con toda seguridad, el status quo oficial utilizará este drama para desautorizar y desactivar nuevas jornadas de huelga general, pero no podemos olvidar que si hay alguna responsabilidad en los acontecimientos vividos ayer en Grecia necesariamente debemos buscarla en quienes han generado la crisis económica y la pérdida de millones de trabajo en Europa y en el Mundo. El Fondo Monetario Internacional, la Banca y la Patronal deben llevar sobre su conciencia la muerte de estas tres personas porque son sus decisiones, junto con la complicidad de los Gobiernos respectivos, las que nos han llevado a esta situación.
Nos guste más o nos guste menos, es natural que haya un hartazgo social de fondo ante tanto abuso y es lógico también que antes o después estalle y se manifieste. Hoy le ha tocado el turno a Grecia, donde la coyuntura es aún más grave que en otros países de la Unión Europea, pero no olvidemos que son cada vez más numerosas las voces que pretenden legitimar en el Estado español recortes del gasto público e imponer una reforma laboral restrictiva, escudándose en la situación del país heleno; quieren hacernos tragar su medicina, propagando el miedo al caos y a la bancarrota que vive Grecia. Actúan como alimañas, que se alimentan del mal ajeno. Ayer sumaron tres víctimas más. ¿Hasta cuándo seguiremos así? ¿Qué precio debemos pagar para garantizar larga vida al capitalismo?