Recién ahora, a un mes de la tragedia, compartimos “Viaje en tren“, una de las Historias insólitas de la Historia argentina de Daniel Balmaceda. La crónica recomendada por Nagus sugiere la necesidad de consultar nuestro pasado antes de adherir a los análisis acotados que proliferan en nuestra prensa.
La revisión no pretende exculpar a la Secretaría de Transporte ni a la empresa TBA, pero sí busca ir más allá de la acusación fácil y en general conveniente. Por favor, no confundamos este ejercicio con la mera cronología de accidentes elaborada por nuestros diarios (dicho sea de paso, ésta de La Nación excluye el terrible choque ocurrido el 8 de marzo de 1981 en Brandsen).
Entre el ruido mediático originado en diatribas oportunistas (hubo tantas que cuesta elegir un solo link) y en declaraciones repudiables (del ahora ex secretario Juan Pablo Schiavi, del comunicado de prensa emitido por el Ministerio de Seguridad, del empresario Roque Cirigliano), sobresale el discurso de los padres de Lucas Menghini Rey, la última víctima fatal hallada. Conmueve la lucidez de ambos cuando interactúan con los periodistas: además de expresarse con sobria precisión, resisten toda invitación a decir lo que algunos entrevistadores y movileros quieren escuchar.
A título ilustrativo, cito la conversación telefónico-radial que Magdalena Ruiz Guiñazú mantuvo con Paolo Rey uno o dos días después del hallazgo del cuerpo de Lucas. Hacia el final de la charla, el entrevistado se negó a acompañar la crítica de la conductora a los funcionarios públicos que no admiten preguntas en sus conferencias de prensa (“no me corresponde opinar sobre este asunto”, dijo). La periodista terminó disculpándose por la digresión.
Ayer jueves a la mañana, María Luján Menghini reaccionó de manera similar cuando un movilero de TN le preguntó por el accionar de la Justica. “Yo quiero creer en quienes llevan adelante la causa”, contestó para luego asumirse “incapaz de responder porque no soy jueza ni abogada”.
Ya en la carta abierta que difundieron el 27 de febrero, los padres de Lucas demostraron claridad mental cuando se refirieron a quienes usaron su dolor y reclamo: “los que enviaron mensajes mentirosos, crueles o perversos, los que pretendieron usar políticamente y con declaraciones altisonantes esta tragedia, y los que el viernes invadieron la estación de Once pretendiendo mezclar nuestras desesperantes horas con su miseria política, con una violencia que no tiene nada que ver con nosotros”. Tras agradecerles la colaboración prestada, Paolo y María Luján también les pidieron a los medios “pensar alguna vez, lo antes posible, que ninguna imagen, ningún sonido, ninguna supuesta primicia pueden violentar el derecho básico a la intimidad de las personas como nos pasó el viernes a la tarde, cuando anunciaron la muerte de nuestro hijo sin que nosotros tuviésemos la confirmación oficial”.
“Después me esperaron en la morgue”, prosigue el texto. “Nunca más puede ser visualmente atractivo para nadie ver la imagen de un padre entrando allí a reconocer el cuerpo de su hijo. La obligación de imponer un cambio es nuestra, como trabajadores de prensa, pero sobre todo como seres humanos, que es una instancia superior a cualquier trabajo”.
Habituados al usufructo ideológico y económico que nuestro periodismo suele hacer del ciudadano común devenido en víctima (Raúl Zaffaroni le dedica párrafos muy interesantes a este fenómeno aún más evidente desde la perspectiva criminológica), algunos argentinos sentimos profunda admiración por Paolo y María Luján. No sólo por la entereza con la que reclaman justicia y honran la memoria de su chico, sino por la lucidez con la que entienden su relación -tristemente ocasional- con los medios de comunicación.