Un desastre terrible el terremoto que ayer sacudió Japón. Impresionantes imágenes las de las olas arrasando la costa o la del remolino en el mar. A la hora a la que escribo esto la cifra “supuestamente oficial” habla de 384 muertos y 707 desaparecidos. No es la primera vez que Japón sufre las consecuencias de un gran sismo. Ahí está el gran terremoto de Kanto, que tuvo lugar en 1923 con una magnitud de 7,8 grados en la escala de Richter, que destruyó la ciudad portuaria de Yokohama así como las prefecturas vecinas de Chiba, Kanagawa, Shizuoka y Tokio. Según las fuentes más confiables, al menos 105.385 personas murieron y otras 37.000 desaparecieron (fuente: wikipedia).
En el día de ayer la práctica totalidad de la oferta informativa fue casi monopolizada, lógicamente, por tan terrible acontecimiento. Es evidente la importancia mediática de hechos como estos. Nosotros, que estamos a miles de kilómetros de distancia, queremos saber y queremos ver (sobre todo queremos ver), y esta vez hay imágenes impresionantes (¡vaya si las hay!). Preparémonos pues para la consiguiente saturación informativa durante días y semanas. Después olvidaremos a Japón, que será sustituido por alguna otra tragedia ¿alguien se acordaba antes de ayer de Haití? Y esta sobrecarga de vídeos, fotos, declaraciones, cifras… servirá de paso para desviar la atención de cosas tan importantes como lo que está ocurriendo en Estados Unidos desde que el gobernador de Wisconsin decidiera recortar los derechos sindicales de los trabajadores amparándose en la ya bastante manoseada crisis. O las cada vez más crecientes y esperanzadoras revueltas en Oriente Próximo. Se que las grandes tragedias son noticia, sí. Pero también son negocio. ¿Donde acaba una y empieza el otro?
Por cierto, ayer se cumplían siete años de los atentados en la estación de Atocha y he visto en algunas televisiones que el debate sobre la teoría de la conspiración sigue vivito y coleando, restándole protagonismo a la memoria de las víctimas e incluso al mismo terremoto de Japón. Está claro que algunas cosas (Chile o Haití, por ejemplo) se olvidan, pero otras lamentablemente no.
Esperando al tsunami