¿Nos traiciona el lenguaje? La verdad es que, salvo en los “lapsus” freudianos (algo que los filtros periodísticos no suelen permitir), no es es el caso. El lenguaje, más que traicionar lo que hace es mentir. El lenguaje, como el Estado, viene de lejos, e incluso cuando lo hacemos nuestro, sobre todo es suyo. Y los dueños de las palabras son los dueños de las cosas y de las voluntades.
Porque el lenguaje nos habla. A todos y todas. No lo hablamos: nos habla.
Las palabras vienen acompañadas de conceptos, y son los conceptos los que le ponen cuerpo a las palabras. De manera que si leemos o escuchamos, por ejemplo “mujer”, pensamos: “enfrentada a hombre”; “débil”; “subordinada”; “distraída”; “sentimental”; “sensiblera”; “irracional”; “cursi”, etc. Y hombres jueces, hombres abogados, hombres periodistas, hombres políticos (y alguna que otra mujer que se ha hecho hueco imitando a los hombres) cargan contra una mujer (Ministra) porque plantea la insensatez de que los maltratadores mantengan cualquier privilegio.
Pero la palabra mujer, por nuestra trayectoria histórica, aún condena. Decir mal es maldecir. Decir bien, bendecir. Y el Papa, recordemos, también es hombre.
Y lo mismo, en una dirección u otra, con obrero, democracia, indígena, sacerdote, banquero, senador, doctor, moderno, global…Si te enseñan de niño a decirle a algo de Usted, la subordinación va a continuarse de por vida.
¿De dónde llegaron los conceptos para esas palabra? No es cierto que todos hagamos el lenguaje. Los que se benefician del significado de las palabras se vienen encargando de que impliquen unas cosas y no otras. Y hay recompensa: lograr que hagamos algo o, lo que cada vez ocurre con mayor frecuencia, que no hagamos algo. Esto es, las palabras ayudan a tener poder. Por eso, el que pone los nombres, manda.
Y también por el eso el diccionario sigue siendo una de las armas más revolucionarias.
Angela Merkel tiene su diccionario y también el Bundesbank. Monologan. Chávez haría bien en regalar a ese pueblo que ha sacado del analfabetismo un buen diccionario. Lo de Los Miserables está bien. Pero, ¡Ay un diccionario! Para que vaya ese pueblo siendo dueño de las palabras. Para que, dueño de ellas, las reconstruya a través de un diálogo.
Los diccionarios, cuando nacen de los diálogos, son revolucionarios.
Por cierto, ¿Ya lo consultó Usted hoy?