Traicionando principios...

Por En Clave De África

(JCR)
Trabajar en la Iglesia cuando eres sacerdote secularizado puede significar a menudo transitar por un terreno en el que tienes que ir con algo de prudencia, incluso cautela. Cada uno de los que pertenecemos al gremio de los curas casados tenemos una historia distinta y al final cada uno contará la feria según le vaya en ella. En mi caso no me puedo quejar puesto que todo han sido amabilidades. He tenido la suerte de seguir gozando de muy buenas relaciones con los misioneros combonianos, congregación en la que viví durante 27 felicísimos años, sobre todo en Uganda, y a la que de muchas maneras sigo considerando como mi familia, con permiso de mi mujer que a veces tiene que aguantar esta extraña poligamia. De todos modos, como ella fue antes monja del Sagrado Corazón me suele entender que a veces la cabra tire al monte.

Una vez que he tenido los papeles en regla y he pasado por la vicaría, e incluso antes, he trabajado con varias instituciones de la Iglesia, como Cáritas Española y llevo cinco años escribiendo regularmente en varias publicaciones religiosas sin que hasta la fecha me haya llegado ninguna carta de advertencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Viví casi un año –aunque de forma intermitente- en una comunidad salesiana con la que colaboré en un proyecto en Goma (R D del Congo) y al final casi me dieron ganas de pedir entrar al noviciado de los hijos de Don Bosco, cosa que sospecho que a mi señora esposa no le habría hecho ninguna gracia y que habría impedido por todos los medios legales e incluso alguno un poco ilegal. Asimismo, cuando me lo han pedido, me he implicado con sumo gusto –de forma remunerada o voluntaria- en cursos de formación, charlas y otras iniciativas de instituciones como la CONFER, Justicia y Paz, las Obras Misionales Pontificias, así como distintas parroquias y congregaciones religiosas en España.

Nada que objetar desde el punto de vista de las relaciones con los “profesionales” de la Iglesia, con quienes en general me suelo entender bastante bien, sobre todo teniendo en cuenta que me considero una persona flexible y lo mismo me llevo a partir un piñón con un sacerdote del Opus Dei como con un cura obrero (si es que queda alguno a estas alturas). El problema puede venir a veces cuando tienes que presentarte en público, puesto que no todas las instituciones eclesiásticas están dispuestas a que en tu currículum aparezca tu trayectoria de varios años ejerciendo el sacerdocio (en mi caso, 23), sobre todo cuando sospechan que vas a aparecer en el evento con tu señora esposa y los dos niños. En más de un lugar –no en todos- cuando me han pedido que escriba unas breves líneas para presentar mi trayectoria personal y he puesto que fui sacerdote misionero durante 20 años en Uganda, en la versión final han eliminado elegantemente ese detalle. Supongo que por razones de espacio editorial.

Las formas y circunloquios que a veces algunas instituciones pueden utilizar contigo son de lo más variopinto. Cuando he presentado un libro, dado una conferencia o impartido un curso no puedo menos que sonreírme al ver cómo pueden presentarme. “El escritor e investigador José Carlos Rodríguez presentará el próximo jueves su libro…” “El cooperante José Carlos Rodríguez hablará mañana sobre los conflictos en los Grandes Lagos”, “El consultor de Naciones Unidas José Carlos Rodríguez versará sobre su experiencia con los niños soldados en Uganda, donde trabajó 20 años… como periodista” (¡vaya corresponsalía más larga, pensará alguno!), e incluso “el influyente bloguero José Carlos Rodríguez”. Hasta la fecha, el título más pomposo que han usado conmigo lo usaron en Friburgo, cuya archidiócesis me invitó hace algunos años a dar unas charlas en preparación para la jornada del Domund y me presentó como “El teólogo español José Carlos Rodríguez”, título que escrito en alemán impresiona aún más.

Hace pocas semanas me vi en medio de una situación que nunca había imaginado. Visitaba yo una comunidad comboniana en la capital de un país africano donde me encontraba participando en unas reuniones de trabajo y allí me presentaron a un venerable religioso de edad respetable que inquirió cortésmente por mi identidad, cosa que no tuve ningún inconveniente en revelar. “Pues mire usted, yo fui sacerdote comboniano durante más de dos décadas, trabajé en Uganda, después como la vida da muchas vueltas me salí y me casé, tengo dos niños y ahora trabajo en Centroáfrica con Naciones Unidas en una consultoría, etc, etc”.

El hombre cambió bruscamente de conversación y me preguntó por otros temas: sobre la crisis económica en España, sobre la situación en la República Centroafricana, y al final –cuando le dije que era natural de Madrid- me preguntó sobre mis preferencias futbolísticas.
-Yo siempre he sido del Real Madrid, como toda mi familia. Pero desde que están Mourinho, Cristiano Ronaldo y Florentino Pérez no puedo tragar a ninguno de los tres y me ha pasado al Barça. Me parece un equipo formado por deportistas mucho más educados, más unidos, y que para mí representan más lo que significa el deporte. Y además admiro a Guardiola.

Después de aquella conversación cada uno se retiró a dormir. Al día siguiente, después de la misa, el buen hombre me llamó aparte con gesto grave y me dijo que tenía que decirme algo muy importante.

- He reflexionado mucho sobre lo que me has contado de tu vida. Quería decirte que hay decisiones que son muy arriesgadas y que significan una traición a los principios que uno siempre ha tenido. Deberías dar marcha atrás y volver a tu estado de antes.

- Pero… padre, compréndalo.

- ¿Por qué no haces una semana de ejercicios espirituales para regresar al camino que Dios tenía preparado para ti desde siempre?

- Le entiendo muy bien. Pero tenga en cuenta que yo ahora no puedo dejar tirados a mi mujer y a mis hijos para volver a pedir ser admitido a la vida religiosa.

El venerable personaje me miró con cara de sorpresa y se echó a reír.

- ¡No me refiero a eso, hombre! Lo que quiero decir es que tú no puedes traicionar al Real Madrid e irte con el enemigo. ¡Eso nunca! Piénsatelo bien. Deja al Barça y vuelve a tu equipo de siempre. Mourinho y los otros pasarán, pero el Real Madrid seguirá adelante. ¿Entiendes?

Aquella noche soñé que volvía a Bangui y me comunicaban que acababa de ser nombrado Nuncio de Su Santidad para África Central. Me vi caminando, entre nubes, por los pasillos de la nunciatura mientras noté que alguien me tiraba de la sotana blanca. Era mi hijo de cuatro años, vestido con la camiseta del Real Madrid, que se reía sin parar. La secretaria de la misión diplomática me hizo pasar al despacho. Era una monja vestida de blanco con la cara de mi mujer, y me permito interpretar que probablemente no hubiera ninguna relación entre el color del hábito y el equipo merengue. Sonriente, me tendió una carta firmada por el cardenal Bertone. En su último párrafo me informaba de que en mi nombramiento había sido decisiva la recomendación del arzobispo de Friburgo, quien se refería a mí como un gran teólogo.