La actual sociedad mundial se caracteriza principalmente por ser un sistema internacional en profunda mutación, cargado a su vez de incertidumbre, en medio de contradicciones, singularidades y también limitaciones, que avanza hacia lo que algunos especialistas denominan un orden internacional «post-Westfalia». Un orden caracterizado principalmente por que el Estado, el principal protagonista tanto de la teoría como de la práctica de las Relaciones Internacionales, ha perdido mucha de su utilidad, y por lo tanto, la capacidad de dar solución a problemas como la seguridad y el bienestar, los cuales deben buscarse en estructuras globales o regionales.
El sistema internacional actual combina rasgos del viejo sistema de Estados así como de un sistema multicéntrico, en transición. A la hora de analizar los cambios que se han producido en la naturaleza del poder, en concreto, en la forma en la que este se ejerce, así como la distribución y difusión del mismo en el sistema internacional, nuestro punto de partida descansa en la consideración del poder como un elemento clave tanto en la explicación de las Relaciones Internacionales como en la política internacional, y no como un fin en sí mismo.
De esta misma forma, consideramos el poder como un instrumento para la consecución de determinados objetivos, un fenómeno multidimensional que se manifiesta de muy diversas formas y se ejerce a través de diferentes vías. El poder ya no se expresa exclusivamente a través del dominio y el control de los espacios terrestres, sino de forma creciente a través del dominio y control de las estructuras, redes y nudos esenciales, financieros, comerciales, productivos, informativos y comunicacionales, así como a través incluso de la simple participación en los mismos.
En el presente artículo, partimos de una aproximación estructural al concepto de poder. El concepto de poder estructural supone no solo entender el poder como capacidades, como una propiedad de las personas o de los Estados como sociedades organizadas, sino igualmente como una característica de las relaciones, la forma en que el sistema funciona en beneficio de unos y en contra de otros.
Las relaciones entre América Latina y el resto del mundo están condicionadas por la asimetría respecto de los países más poderosos, un entorno de seguridad caracterizado como zona de paz y un contexto económico marcado por la herencia neoliberal y la apertura comercial. En este marco, América Latina ha adoptado tres caminos diferentes: la apertura al mundo, la regionalización mediante los procesos de integración y la articulación de vínculos transregionales a través de tratados de libre comercio, en general con Estados Unidos y la Unión Europea. Las diferencias entre países y las superposiciones demuestran que la región carece de una estrategia única y coherente de inserción en el mundo globalizado.
En América Latina y el Caribe los procesos de cambio tanto en la naturaleza como en la distribución del poder en el seno de las diferentes estructuras –seguridad, producción, crédito y finanzas, bienestar y conocimiento– se traducen en una doble dinámica de ascenso y creciente diferenciación. Ascenso de la región en su conjunto, impulsado por un fuerte crecimiento económico, y de algunos países en particular, que se han caracterizado por un marcado liderazgo regional, mayor proyección global, y por una mayor presencia en los organismos internacionales y las estructuras emergentes de la gobernanza global, como el G- 20.
En paralelo, la marcada heterogeneidad que ha caracterizado históricamente a América Latina y el Caribe se ha tornado más marcada. A las tradicionales disparidades de desempeño económico y estructura social, se le han añadido otros factores de diferenciación relacionados con los modelos políticos, las estrategias de desarrollo, o las opciones de política exterior y de inserción internacional
El ciclo actual en el que se encuentra el sistema internacional se abre con la crisis económica de 2008. La incorporación creciente de conceptos como el de «interdependencia» global y regional ha pasado a ser una de las dinámicas básicas en la conformación de la actual sociedad internacional, aunque esto no quiere decir que no existieran con anterioridad. Los procesos de globalización y regionalización, han creado en este nuevo escenario, sistemas de relaciones de poder que superan las capacidades de los propios Estados. Con la globalización se abre un nuevo juego, en el que las reglas y los conceptos fundamentales del antiguo juego ya no son reales, no obstante, surge un espacio de acción nuevo; la política se deslimita y se desestataliza.
Otra de las transformaciones globales es la crisis del multilateralismo, evidenciada en un conjunto de instituciones que están estancadas, sin capacidad de generar consensos que permitan responder a los desafíos globales como la cuestión nuclear, el medio ambiente, la crisis financiera, la emergencia alimentaria y los desastres humanitarios.
La narrativa del multilateralismo no es en absoluto homogénea y más allá de sus elementos comunes, se observan diferencias substanciales, hasta el punto de que quizás sería más oportuno hablar de «narrativas», en plural.
Consecuencia directa de las transformaciones y el surgimiento de nuevos ejes de gravitación globales y regionales es que ningún Estado puede dirigir ni hegemonizar el sistema internacional. Las respuestas a los desafíos y la emergencia de temas transnacionales requieren respuestas multilaterales, acciones coordinadas y asociadas a la cooperación y a la concertación.
Vivimos en un mundo complejo y de ideas plurales. Para abordar los cambios estructurales desarrollados en América Latina, es necesario poner el énfasis en las propias estructuras. Una serie de cambios en la región, como consecuencia directa de las transformaciones del sistema global en la mayoría de los casos, y no de carácter endógeno.
Entre ellos cabría destacar, la menor presencia relativa de la influencia de Estados Unidos, consecuencia de la perdida de relevancia de América Latina para su política exterior y de seguridad, en especial en América del Sur. Sin embargo, América Latina sigue siendo un mercado demasiado jugoso como para que Estados Unidos tire la toalla aunque haya abandonado definitivamente viejos proyectos (ALCA), en lo que podíamos denominar una doctrina Monroe 3.0. Los Tratados de Libre Comercio firmados con Centroamérica, México o República Dominicana u otros acuerdos similares con Colombia, Perú o Chile son muestra de que el interés continua.
Mapa de las atrocidades de la CIA en América Latina y el Caribe
A pesar de que la perdida de centralidad de América Latina para la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos es un factor que propicia una mayor autonomía para la región en múltiples ámbitos, las relaciones bilaterales como expresión del unilateralismo estadounidense, han marcado de manera profunda la heterogeneidad regional, provocando la existencia de al menos dos subregiones diferenciadas: el norte de América Latina liderado por México e integrado por los países de América central y el Caribe, estrechamente ligados a Estados Unidos a través del comercio, las inversiones y las migraciones; y el sur, formado por los países de UNASUR.
En lo referente a las estructuras primarias de la producción, las finanzas y el crédito, el crecimiento de América Latina se ha constituido como el elemento de recuperación para muchas economías europeas, un área de gran interés para las inversiones extranjeras, lo que potencia el desarrollo autónomo a través de la diversificación de las fuentes de inversión. Una estructura, la productiva, que debe de afrontar en los próximos años uno de sus principales riesgos, como la «reprimarización» de la estructura exportadora, a pesar del aprovechamiento por parte de un buen número de la región de la demanda de commodities por parte del denominado mundo en desarrollo. Una demanda que proviene sobre todo y en gran medida de Asia Pacífico, Europa y Estados Unidos.
World commodities Map
Los procesos de cambio han posibilitado la creciente presencia comercial y económica de otros actores globales en la región, propiciando el reconocimiento de la CELAC como entidad representativa del conjunto de América Latina.
Con la emergencia económica del mundo en desarrollo surgen nuevos actores globalizantes, países emergentes o (re)emergentes, los denominados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), o el grupo más reciente, identificado y renombrado por entre otros, el economista Jim O ́Neill como MIST (por sus siglas en inglés), compuesto por México, Indonesia, Corea del Sur y Turquía, países hacia los que deberían –y así esta siendo en la actualidad– de apuntar las grandes inversiones en los próximos años. Esto ha producido un desplazamiento de los ejes comerciales, financieros, de inversión y estratégico-militares a la Cuenca de Asia-Pacífico, disminuyendo la relevancia del Atlántico.
Ante este contexto, y partiendo en primer lugar de las transformaciones del Estado en relación al proceso de globalización económica, y el desplazamiento del poder de los Estados hacia los mercados y las redes de actores no estatales, no debieran obviarse en el análisis, las importantes diferencias existentes en cuanto a las estrategias de inserción en la economía política internacional, así como los distintos proyectos regionales de cooperación e integración.
Las tendencias claramente heterogéneas y diferenciadas en torno a la inserción internacional de América Latina se evidencian en dos casos muy claros, que evidencian las características de la región anteriormente señaladas. Por un lado se encuentra el liderazgo de Brasil, papel que empezó a desempeñar a principios del siglo XXI, y que se consolidó a mediados del decenio de 2000, debido a su crecimiento económico y por consiguiente mayor presencia global. Esto le ha llevado a aumentar su peso dentro y fuera de la región, posicionándose como el enlace latinoamericano con el grupo de los BRICS, además de ser el principal promotor de la cooperación Sur-Sur y la integración sudamericana —cuyo ejemplo más claro es UNASUR—.
El contrapunto al liderazgo brasileño se encuentra en México, un liderazgo que se manifiesta en gran medida en la esfera económica y multilateral. A lo largo de la historia, México ha sido uno de los países líderes en América Latina. No obstante, fue el primer país de la región en ser parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y su ingreso al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA), mostró su capacidad de diálogo múltiple. México también ejerce su liderazgo en la región a través del multilateralismo. Fue el fundador del Grupo de Río (antecesor de la CELACL) y ha sido un precursor en el control de armas: inició el Tratado de Tlatelolco en 1967, que declaró a América Latina y el Caribe una zona libre de armas nucleares. Sin embargo, el liderazgo de México en la región no ha sido constante ni de largo plazo.
Ha variado entre la indiferencia relativa, el abandono y la intensa actividad diplomática en países específicos sobre temas particulares. El profesor Günther Maihold resume bien la situación de México cuando afirma que «su imposibilidad para asumir un liderazgo regional reside en su identidad birregional». Por un lado, es geográfica y económicamente parte de América del Norte; por otro lado, tiene sus raíces en Amé- rica Latina.
Mapa de la Integración Regional en América Latina y el Caribe
En resumen, la relación estrecha con Estados Unidos, la incertidumbre sobre la identidad mexicana y la ocupación de Brasil del espacio político que antes le correspondía a México en América Latina, son factores que limitan su capacidad de líder regional, a corto plazo.
De una concepción integracionista de carácter abierto, donde primaba en esencia el comercio –el simple intercambio de bienes y servicios en el ámbito intrarregional y frente a terceros, y, eventualmente, políticas de desarrollo industrial común como fue el caso del llamado Pacto Andino–, América Latina se ha propuesto evolucionar hacia una noción integra- dora que incorpora temas estratégicos que implican ejes transversales clave en la existencia y el desarrollo del Estado.
El nuevo regionalismo, como proceso dinámico y no estático, va más allá de la premisa liberal de que el comercio, como factor de integración, es importante pero no es el único ni tampoco suficiente. Agrega factores estratégicos como la seguridad, la solución de conflictos, la defensa de los derechos humanos, la vigencia de la democracia, el desarrollo socio económico integral y equitativo, la protección del ambiente, la integración física, los recursos energéticos. Se constituye en un fenómeno alternativo a la integración comercial tradicional a pesar de desarrollarse en un contexto de marcada globalización particularmente económica, comercial y financiera antes que política y social.
La concertación y la coordinación de políticas es una de las claves del éxito de la inserción internacional de América Latina y el Caribe en el contexto actual. Para que esto sea posible y realizable se requiere además de voluntad política, un liderazgo regional compartido. Solo a través de la cooperación entre los países líderes de América Latina, se crearán espacios efectivos de participación de otros Estados y actores con intereses específicos capaces de ejercer una influencia en el escenario internacional. La emergencia de una nueva agenda global, obliga a la región latinoamericana a diseñar una matriz de política exterior que de respuestas coordinadas para enfrentar los nuevos procesos de cambio de la sociedad internacional.
Por todo lo anterior, se debe de apostar por una distribución del poder negociada, multinivel y regionalizada, en la que los Estados, y su componente más importante, los ciudadanos, miren hacia el futuro sin prejuicios de visiones nacionales y «estadocéntricas». Porque los acontecimientos, al igual que las percepciones, marcan el rumbo de la vida política, y esta con el paso del tiempo, está dejando de lado el escenario territorial por excelencia, configurándose como una política interior global.