Volvemos a transitar octubre con la piel aun parduzca del verano y el recuerdo del salitre en los labios. Iniciamos, otro año más, el camino hacia los días breves del invierno y las capas de ropa que cargamos para protegernos de unas inclemencias que ya anuncian su retorno. Afrontamos con estoicismo la vorágine de estos ciclos estacionales que dejan su marca, como anillos en el tronco de los árboles, en nuestro deambular por la existencia, llenándonos de cicatrices que se acumulan entre los pliegues del cuerpo y el alma. Un mes que se presenta ante nuestros ojos como una novedad que simulamos estrenar con aquella ilusión de añoradas emociones y remotas vivencias. Es por eso que transitamos este nuevo octubre con la agridulce sensación de un tiempo que precipita su ritmo y se escabulle entre las manos, sin dejarnos apenas percibir su latido. Cuando creemos atraparlo para disfrutarlo con calma, ya forma parte de los sueños que acompañan este transitar por la vida.