El siguiente ensayo ha sido presentado al IV Concurso Ensayo Político AVAPOL 2013, respondiendo al tema planteado “Transparencia Pública y Open Government ¿utopía o posibilidad?
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El espíritu democrático concebido como en sus orígenes atenienses, nos conduce a una reflexión sobre la democracia actual. El político es, o debiera ser, un mero ciudadano más encomendado por el resto de la ciudadanía a gestionar los recursos públicos, y estos son, la propiedad que les corresponde a todos por igual.
Ese ideal político ateniense abierto se fundamentaba en una vida en común en la que el mayor placer del ciudadano consistía en la participación política del mismo en la vida pública. Este acto de servicio público iba acompañado de una rendición de cuentas y transparencia que paulatinamente se ha ido desvirtuando en detrimento de la calidad democrática y dando lugar a una opacidad y hermeticidad en el oficio de la gestión pública.
Democracia y transparencia son términos coaligados, complementarios y yuxtapuestos. La disgregación de ambos conceptos nos obliga a encaminarnos a una reformulación democrática para que ésta absorba aquello de lo que nunca debió desentenderse.
Más transparencia en la gestión pública es sinónimo de mayor democracia. Que la ciudadanía sea conocedora de los pasos que sus representantes dan respecto de sus propiedades y bienes públicos no puede ser nunca una utopía sino una condición sine qua non, es decir, la democracia no es pura si prescinde de la transparencia.
Hablar de transparencia pública hoy nos obliga a plantearnos qué sociedad somos y a qué futuro aspiramos. A estos planteamientos podemos argüir que desde el conformismo imperante de un pueblo inquieto se ansía una prosperidad en la forma, modos y sistema mediante los cuales nuestros representantes políticos administran los bienes y resuelven las necesidades públicas.
Con una sociedad ambiciosa es necesario comenzar con un proceso gradual de cambio de la cultura ciudadana. Cambio que conciencie a la ciudadanía de la necesidad de exigir nitidez a sus gestores públicos en cuanto que éstos administran su patrimonio. Y no solo exigir, sino también valorar, analizar y saber interpretar el cometido que vienen desarrollando.
El marco legislativo es el siguiente reto. Unas instituciones flexibles, abiertas y encomendadas a los ciudadanos que requieran a los gestores públicos responsabilidad, ética y compromiso con la transparencia, y por tanto, con el gobierno abierto. Los mecanismos han de estar garantizados, por lo que el ciudadano no debe cesar en sus intentos exigentes en pro del endurecimiento del marco legislativo en tanto en cuanto la clase política se está auto regulando. Porque con esta regulación y posterior control y evaluación se estarán fortaleciendo las instituciones públicas y con ellas, la calidad democrática.
Y por último, es necesario incidir en la modificación de la filosofía de los grupos políticos a sabiendas de la función esencial que desempeñan en la democracia. Como garantes del sistema público, los núcleos políticos deben transformar sus mecanismos de funcionamiento siendo exiguamente permisibles con sus dirigentes, liderando la absoluta transparencia y democratizando sus estructuras. Los actores políticos necesitan comprometerse con esta nueva cultura de la gestión pública que se demanda para poder lograr la efectividad en lo deseado.
Porque el derecho a la información de la ciudadanía, reconocido en nuestra carta magna, ha de tener una efectiva aplicabilidad. Las más de veinte un mil instituciones públicas han de ser absolutamente diáfanas y permeables con el ciudadano. La transparencia es un estilo, que solo se comprende si concurre paralelamente con la rendición de cuentas. Y en este ejercicio de gobierno abierto el ciudadano debe emitir juicios de valor sobre la gestión de sus administradores públicos. En ningún caso quien ostenta el poder debe hacer propias decisiones que desconozca, que no haya tratado con sus conciudadanos. No está legitimado para desoír la voluntad ciudadana de aquellas cuestiones y decisiones que susciten duda o desaprensión o que no estuvieran en sus programas. En este proceso de gobierno abierto la involucración ciudadana es decisoria.
Y por tanto no solo mayor transparencia mejora nuestra democracia, sino además lo hace el actuar cabalmente con sensibilidad, incumbencia y deontología. Es decir, no se entiende la política como tal, sin transparencia, ética, rendición de cuentas y responsabilidad.
Con estos preceptos, en la práctica erradicaríamos las malas praxis que la ineludible tentación del ser humano ha llevado a la gestión del bien público. Decía Nicolás Maquiavelo en su quincuacentenario libro “El Príncipe” (1513, capítulo XIX) que: “el Príncipe (el político) tiene que pensar en evitar cualquier cosa que pueda provocar el odio y desprecio” y “el odio nace cuando el príncipe roba y usurpa bienes”. En vista de esta cita de la célebre obra, de nada debe sorprendernos los elevados niveles de rechazo ciudadano a la clase política. Un rechazo que únicamente podrá ser superado ahondando en la perfecta ejecución de las dos prácticas necesarias para una democracia sin complejos; la transparencia y el gobierno abierto.
Con los tres pasos anteriormente descritos se establece una garantía que evitaría dejar caer el actual modelo de convivencia que sustenta nuestras libres relaciones humanas basadas en el igual y fraterno trato. Porque indudablemente más transparencia pública y más gobierno abierto mejorarían la calidad de nuestra democracia al dotarla de sentido y utilidad en tanto en cuanto hablamos de términos que nunca debieron desentenderse. El poder ciudadano en la gestión pública, que caracteriza a la democracia, será más legítimo y puro en la medida que sepamos canalizar con éxito los tres retos que necesitamos para la consecución de los objetivos finales. Es el momento de la voluntad, el impulso y anhelo.
En esencia, es todo ello lo que constata que transparencia y gobierno abierto más que ser una posibilidad, es una necesidad y que lejos de estar frente a una utopía nos hallamos ante una situación factible que se ansía.