Revista Cultura y Ocio

Tras la luz y las huellas de Sorolla por España

Por @asturiasvalenci Marian Ramos @asturiasvalenci
Joaquín Sorolla supo plasmar como nadie la luz intensa en sus lienzos. Y siguiendo esa luz y esa pasión que terminó con su vida, recorremos el Museo del Prado, el Museo de Bellas Artes y el Centro Cultural Bancaja de Valencia. O lo que es más profundo: recorremos con él esa España desnuda de tópicos. Porque huía de ellos.

Tras la luz y las huellas de Sorolla por España

Marina. Museo de Bellas Artes. Valencia

Quizás, las pinturas que reconozcamos antes de Sorolla sean las que pintó al aire libre, captando la luz del Mediterráneo correteando por la orilla del mar o en la piel de sus personajes. Pero existió otro Sorolla, el cazador de personajes y paisajes que buscó ese momento oculto en cada rincón de España. Y quiso que el resto del mundo así la conociera. 

El pintor que montaba su caballete apoyado con piedras en medio de una ladera o el que se enfrentaba a algunos habitantes porque consideraban que el motivo que había elegido para representarles no era el adecuado… Lloviendo o haciendo excesivo calor. Captando las figuras en continuo movimiento o acudiendo a fiestas nacionales que rechazaba. Y encontró la forma de hacer hablar a sus personajes simplemente con la mirada. Sorolla fue el pintor al aire libre, el rebelde y revolucionario. Aquel que no nació con alma de artista, sino que aprendió a domarla. Experimentó, rechazó, rompió, mezcló y aceptó. Aunque, evidentemente, desde niño ya apuntaba maneras. Pero dentro de su rebeldía juvenil supo que primero debía aprender fórmulas y composiciones. A  saber esbozar y mezclar pigmentos. A dejar que el pincel se deslizara y a dar toques ligeros para crear imágenes con vida. A plasmar su propia personalidad, a levantar el vuelo y abandonar todas las reglas del aprendizaje para convertirlas en propias. A dejar aquellas influencias primerizas para convertir sus obras en un referente universal. A disfrutar plasmando en sus lienzos la naturaleza, la piel, el movimiento del agua, las texturas de las telas, el volumen de los animales y su fuerza, la brisa, y el brillo de las miradas, o de las facciones marcadas, las transparencias, las luces y las sombras.

Tras la luz y las huellas de Sorolla por España

Paseo a la orilla de la playa. Museo Sorolla. Madrid

Valenciano de nacimiento, Sorolla se quedó huérfano a los dos años. Y fue su tío el que impulsó su trayectoria profesional. Ya, desde niño, gustaba decorar libros. Por eso le puso a trabajar en una fragua para que por la noche pudiera acudir a clase. Así se inició su aventura. Desde los quince años comenzó a pintar cuadros para venderlos y ayudar a su tío a pagar los gastos de la escuela.

Tras la luz y las huellas de Sorolla por España

Estudio de cabeza. Museo de Bellas Artes. Valencia

Cuando pintó el Bodegón y lo vendió, uno de los fotógrafos más afamados de España le tomó bajo su tutela. Y así comenzó a presentar sus pinturas en exposiciones hasta que el Dos de Mayo obtuvo la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1884. En sus primeras obras no se advierte esa profunda personalidad. Solo fue practicando las técnicas aprendidas.

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Arquitecto Francisco Jareño. Museo de Bellas Artes. Valencia

Fue con el grito de independencia, ese que plasmó en El Palleter, cuando consiguió que la Diputación de Valencia le pagara una beca en Roma. Y entre la ciudad eterna y Asís, vivió excepto en algunos momentos hasta 1888. Y entre esos momentos viajó a París. Un paréntesis clave en su vida. Porque allí vio como un grupo de pintores, con menos aprendizaje teórico que él, habían logrado liberarse de todos los tópicos y enseñanzas de la época y preferían plasmar a la naturaleza con luz, con finas neblinas o dando a las figuras humanas una existencia muy humilde.

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Pescadoras valencianas. Museo Sorolla. Madrid

En 1890, una crisis personal, luego bendecida por el propio Sorolla, le hizo alternar su vida entre Madrid y Valencia. Pero su mar, siempre estaba presente aunque estuviera lejos. Gustaba darle vida con el sol y el agua jugueteando al unísono, algo que conmovió a las más difíciles sensibilidades. Y entonces, se sintió libre, y comenzó a dar rienda suelta a su imaginación, a sus pinceles y a lo que sentía. Decía que tenía hambre por pintar, algo que reconocía, se estaba convirtiendo en una obsesión. Aquellos años de mucho esfuerzo comenzaron a fluir y a reflejar unas pinturas limpias, transparentes y sin esfuerzos. Con obras como Vuelta de la Pesca y Playa de Valencia nos enseñó a todos su propia personalidad reflejándose en las velas al sol, la piel salobre y esas intensas lejanías azules. Jugó con sus pinceles para crear la luz y las penumbras interrumpidas de pronto por los reflejos del sol a través de las telas y la vegetación. En ella, los bueyes avanzan a pesar de estar sujetos por el yugo y el mar sugiere calma en medio del pequeño oleaje producido por los animales. La vela blanca hinchada por el viento y el ajetreo de los pescadores que van encarrilando la barca hacia la orilla.

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Sol de la tarde. Museo Sorolla. Madrid

Prefería el sol del atardecer. Su cielo azul se vestía de un rojo ardiente, con el rosa más pálido de las nubes, el amarillo tenue y el violeta anacarado.

Presentó sus lienzos en las exposiciones de Múnich, Viena y París y comenzaron a lloverle toda clase de honores. En Norteamérica se disputaban sus obras y los más altos dirigentes de España se peleaban por ser retratados por el pintor.

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Cabeza italiana. Museo de Bellas Artes. Valencia

Hubo mucho amor en la obra de Joaquín Sorolla a España. No solo pintó paisajes sino que se interesó por las personas, por las gentes con carácter.

Un canto a sus paisajes diversos y a esos múltiples matices humanos. Una poesía transparente de España para la Hispanic Society de Nueva York creada entre 1912 y 1919. En 1911 Huntington encargó a Sorolla la decoración de la biblioteca con unos óleos que describieran España. El pintor creó catorce paneles pintados de gran tamaño. Desde 1912 hasta 1919, viajó por España elaborando los bocetos y más tarde las pinturas al óleo.

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Cortesanos jugando en el jardín. Bellas Artes. Valencia

Durante el primer año viajó a Ávila, Salamanca, Valladolid y Toledo para comenzar a esbozar el panel de La fiesta del pan.

Sorolla tuvo que esperar a la Semana Santa para viajar a Sevilla y ejecutar el paso de la Virgen del Valle que formaría parte del panel Los Nazarenos. Como no le gustaban las corridas de los toros, prefirió mostrar la Maestranza con el paseíllo de los toreros y la riqueza de los trajes de luces. Para enseñarnos Cataluña recorrió la Costa Brava buscando su inspiración. Descubrió Lloret del Mar.

La Granja fue uno de los destinos favoritos de Sorolla. Para representar al País Vasco prefirió plasmar uno de los juegos tradicionales y su entorno romántico algo que produce sonrisas cuando observamos el rostro del muchacho mirando a la bella lechera y su sonrisa picarona.En 1916 viajó a Valencia y en la playa del Cabañal terminó el panel de Las Grupas, Valencia.

En los tres años siguientes viajó a Castilla, Aragón, Andalucía, Navarra, País Vasco, Cataluña y Galicia para realizar los once paneles definitivos. Y siempre, al aire libre. Algo que hizo mella en la salud de Sorolla que comenzó a resentirse.

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Visión de España.Tipos del Roncal

Cuatro años tardó en pintar los cuatro paneles que le quedaban: Valencia, Alicante, Extremadura. Bellísimo el momento que captó de Elche con su luz filtrada entre las palmeras y las mujeres con sus cestos de dátiles.

Y en Ayamonte terminaba su Visión de España situándonos en el puerto con los pescadores arrastrando enormes atunes mientras una lona los protege del sol mientras destella en el mar.

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Ayamonte. La pesca del atún

Los últimos meses de su vida se los pasó pintando hasta que un día retratando a su mujer una parálisis cerebral le quebró media vida. Y aunque se obstinó por seguir pintando, los pinceles y la paleta se le caían de las manos. Tres años después, Sorolla nos dejaría en Cercedilla (Madrid) un agosto de 1923.

Tras las huellas de Joaquín Sorolla Bastida…

Una marina: Chicos en la playa. Museo del Prado. Madrid
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Nos gustan estos tres niños tumbados en la arena jugueteando con las olas que ya llegan débiles a la arena. Reflejos del agua y una intensa luz del Mediterráneo que se refleja en los cuerpecillos desnudos de los niños. Consigue dar un gran juego entre las luces y las sombras.
Un retrato: Aureliano de Beruete. Museo del Prado. Madrid.
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También fue un gran retratista. Un entorno muy oscuro para un rostro deslumbrante. Y solo quiso que centráramos la atención en la camisa blanca que se asoma en el cuello y el puño, el sillón donde está sentado y la frente. Una frente muy ancha como símbolo de inteligencia y unos ojos muy pequeños pero de mirada muy viva.
Un Jardín: Fuente de Neptuno en la Granja de San Idelfonso. Museo de Bellas Artes de Valencia
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A Sorolla le encantaba pintar jardines. Pensaba que expresaban el orden de la naturaleza. El trazado del pincel marcando límites a una naturaleza que en otras ocasiones crecía vital y virgen.
Un Bodegón. Museo de Bellas Artes de Valencia
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Una composición que pintó a los quince años. Momento en el que estaba aprendiendo las técnicas y su personalidad no era mostrada. Tiempo de pruebas y tanteos, de dejarse llevar por otras influencias. No la pintó al aire libre. Y ese, como ya hemos visto, fue el escenario idílico de su vida.
Autorretrato. Museo de Bellas Artes de Valencia
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Sorolla pintó varios autorretratos que nos dan la idea de cómo se veía a sí mismo. Bocetos primerizos en los que sus facciones no se mostraban con claridad por ser una persona muy tímida. Las escondía emborronándolas. La confianza en sí mismo que fue adquiriendo con los años se fue viendo en las siguientes obras en las que nos mostraba un rostro más marcado por la edad. Gustaba mirar al espectador y autorretratarse con las herramientas de pintor.
Retrato de un personaje famoso. María Guerrero. Museo del Prado. Madrid
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Este óleo representa a la actriz María Guerrero vestida de época para la representación de una obra de Lope de Vega, La dama Boba. Nos muestra la excesiva complejidad del vestido al que le da más liviandad tratándolo con rosas, rojos y blancos traslúcidos. Al  fondo, y entre sombras, se encuentra el marido de la actriz, vestido también de época.
Los bocetos de Visión de España resultan muy interesantes para conocer el profundo e incansable trabajo que realizó Joaquín Sorolla durante los últimos años de su vida. En ellos podemos sentir la luz y la fuerza captada por el pintor en su viaje por nuestro país. La realidad más cotidiana con notas de humor y los paisajes más coloristas pintados con gouaches. En ellos vemos tradiciones, costumbres y el folclore de nuestra tierra. Tendremos la oportunidad de verlos hasta el 18 de octubre en el Centro Cultural Bancaja de Valencia
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