Tras la pista de Inocencio Barbán, hombre de cine
Publicado el 09 septiembre 2013 por Burgomaestre
Para aquellas personas que somos de carácter pusilánime y dejamos que las circunstancias que nos rodean gobiernen, por lo general, nuestras vidas, resulta un espectáculo en verdad maravilloso y estimulante advertir que (y, de algún modo, presenciar cómo) algún prójimo siguió el rumbo marcado por sus sueños y, tomando las riendas de su existencia, no se apartó de él por duras que fueran las pruebas que se le vinieran presentado. Tal es el caso de Inocencio Barbán, un cineasta de esos cuyo nombre no figura en los títulos de crédito de las películas a las que contribuyó decisivamente a dar forma, a quien el público nunca conoció, ni la crítica reconoció, ni los responsables de repartir premios, galardones y distinciones sintieron la necesidad de recordar. El éxito máximo de su vida fue, precisamente, vivirla a su modo, consagrada a su pasión, hacer películas, sin importarle poco ni mucho que hubiera a su alcance otras alternativas más cómodas, productivas o envidiables. El triunfo de Inocencio Barbán consistió en seguir con certidumbre su vocación, adicionando a ella su familia y sin anteponer nunca su propio bienestar personal. Hoy recordamos a Inocencio Barbán porque puede representar a todos los triunfadores anónimos que vivieron sin trascender, pero trascendieron viviendo.
Inocencio Barbán, flanqueado por Antonio Casal y Luis
Ballester en "La torre de los Siete Jorobados"
Inocencio Barbán, un desconocido conocidoLa primera vez que reconocí a Inocencio Barbán fue cuando, en los tiempos en que glosar los hechos de nuestros actores para Lady Filstrup llenaba mis días y mis noches, anoté su nombre y le puse un rostro en el reparto de El hombre que viajaba despacito (Joaquín L. Romero Marchent, 1957). Fue este un reconocimiento meramente nominal, que no dejó en mi recuerdo la menor huella, por lo que cuando, algún tiempo después, recibí un correo de su hija en el que me pedía información sobre la carrera de su padre (concretamente, sobre la posibilidad de acceder a las películas en las que había participado), ya lo había olvidado. Se desencadenó a partir de ese momento una serie de coincidencias. Tras identificar a Barbán, por pura casualidad descubrí que se trataba de un actor, anónimo hasta ese momento para mí, que intervenía en mi secuencia favorita de todos los tiempos del cine español, procedente del film La vida por delante(Fernando Fernán-Gómez, 1958) , en el papel del compañero transportista de Xan Das Bolas y, en ese rol, desencadenante del aparatoso y bufo accidente de tráfico que sufre la protagonista, Analía Gadé, cuya reconstrucción en el cuartelillo, al estilo de Rashomon (1950), da lugar a un inolvidable crescendo de hilaridad. Al comentarle el caso a mi admirado amigo Santiago Aguilar (el estudioso del cine español más concienzudo y brillante que tengo el honor de conocer), éste me comentó que le sonaba el nombre como uno de los integrantes del reparto de “La torre de los siete jorobados” (1944), el film de Neville cuya reedición en DVD había procurado (gracias a la intermediación del mismo Santiago) que me encargara de recoger en un escrito (que completaba con otros –mucho mejores- un libreto que acompañaba a la película) las glorias de su elenco. Para mi vergüenza, Inocencio Barbán no había sido identificado y había quedado su nombre sin repartirle con certeza un papel. Con el recién adquirido conocimiento de su fisonomía retenido al fin, pude subsanar el error y certificar que Inocencio Barbán actuaba en el extraordinario y asombroso film de Neville en el episódico papel de sereno asturiano. En muy poco espacio de tiempo, Inocencio Barbán había pasado de ser un ilustre desconocido para mí, a haber actuado en tres películas de las más reivindicables del cine español: “La torre de los siete jorobados”, “El hombre que viajaba despacito” y “La vida por delante”.Recabando informaciónPor su hija Almudena, supe que Inocencio Barbán González nació el 5 de junio de 1914 en Madrid, en el seno de una familia procedente de Fuentes del Narcea, Asturias, y que falleció en Cangas de Narcea el 7 de julio del 2005. Su labor fundamental en el mundo del cine, desarrollada a lo largo de toda una vida, la desarrolló tras las cámaras, como jefe de producción, tarea que desempeñó tanto a las órdenes de productores españoles, como de empresarios extranjeros, que desembarcaron en España con estruendo en los años sesenta, tales como Samuel Bronston y otros, lo que le permitió, ya maduro, codearse con figuras internacionales míticas, como el mismo Buster Keaton, a quien conoció en el rodaje de Golfus de Roma, Charlton Heston, a quien frecuentó por sus reiterados encuentros en las producciones Bronston, o David Niven y Mario Moreno Cantinflas, estrellas a cuyo lado trabajó durante la producción de La vuelta al mundo en ochenta días (Michael Anderson, 1956). Como otros jefes de producción del cine español (función que, por cierto, y de acuerdo con los usos habituales y fraudulentos del empresario español, ejerció sin cotizar debidamente por ello, lo que le ocasionó a Inocencio Barbán una jubilación paupérrima), nuestro protagonista (se me ocurre el ejemplo de José María Rodríguez, un habitual de las películas de Ladislao Vajda) solía intervenir como actor representando pequeños papeles incidentales, que frecuentemente requerían de él lo que terminó siendo su especialidad: rodar por los suelos. Entre la que estimo fue su primera actuación ante las cámaras, en la “maldita” Rojo y Negro (Carlos Arévalo, 1942) y la que bien pudo ser la última, El mejor tesoro (Gregorio Almendros, 1966), Inocencio Barbán (a quien a menudo se acreditó como Luis Barbán, como ya señalaremos en su momento) se puso ante las cámaras en producciones por lo común de modestísimo presupuesto y de escasa o nula repercusión, en films considerados (incluso para los parámetros propios de una cinematografía tan indigente como la española) de segunda fila, lo que no le impidió granjearse el respeto y la admiración de creadores tan importantes como Fernando Fernán-Gómez, quien le tomó verdadero cariño (aceptando con el desparpajo propio del pícaro cuantas invitaciones a comer le ofreciera el asturiano), lo que le permitía al genio pelirrojo de nuestro cine dedicarle expresiones tan graciosas como “Tú sí que eres grande, Inocencio” o “Eres mi gordo favorito” (frases aún hoy recordadas por su hija, Almudena Barbán).Un recorrido cronológico por la carrera actoral de Inocencio Barbán
Dando la réplica a Ismael Merlo en "Rojo y Negro
En la tosca, burda y sangrante odisea falangista, “Rojo y negro”, que ha pasado a la posteridad por ser un film prohibido y proscrito por el franquismo pese a su ideología, brutalmente fascista, a Inocencio Barbán le adjudicaron el papel de conducir a Ismael Merlo por la delirante checa (muy similar a 13 Rue del Percebe, en versión Carlos Arévalo) en la que toda crueldad tenía su acomodo y de la que se habían llevado a la heroína “flecha” (Conchita Montenegro) para darle el último paseo, en un papel que le permitió decir unas pocas frases. Mucha más fortuna cosechó el siguiente filme en el que intervino Barbán, Boda en el infierno (Antonio Román, 1942), que pese a compartir con el anterior la figura de su protagonista femenina (Conchita Montenegro) y la misma raíz ideológica fascista, obtuvo un trato mucho más benigno por parte de la administración franquista, que la dotó con 400.000 pesetas de la época. En la cinta, Inocencio Barbán tiene poco más cometido que el de lucir el uniforme. De similares características, igualmente auxiliares, aunque esta vez, marineros, es el papel que le tocó en suerte en Ana María , film musical a mayor gloria del folklore gaditano, en la que trabajó a las órdenes de Florián Rey y que se estrenó el 26 de octubre de 1943. En “Los últimos de Filipinas” (1945), estimable film de aventuras bélico-coloniales de Antonio Román, donde compartía andanzas con un jovencísimo Tony Leblanc, a Inocencio Barbán le correspondió caracterizarse de un pintoresco nativo. Previamente, en 1944, Inocencio se vistió de sereno (con oportuno y convincente acento asturiano) para conducir a Antonio Casal y a Luis Ballester (en el papel del comisario de policía) a la misteriosa casa que oculta una ciudad subterránea. Empieza, en Cuatro mujeres (Antonio del Amo, 1947), Inocencio Barbán a recibir golpes cuando un uniformado Tomás Blanco le propina un limpio directo en una reyerta portuaria, en un film totalmente olvidado que contó con argumento y guión del luego reputado cineasta Manuel Mur Oti, quien contó, sea dicho a título meramente anecdótico, con un pequeño papel en el film.
Provocando a Peter Damon en "Malvaloca"
Entrando en la década de los cincuenta, a Inocencio Barbán se le acredita por primera vez como Luis Barbán en Bajo el cielo de España (Miguel Contreras Torres, 1952), y retoma su verdadero nombre en El seductor de Granada (Lucas Demare, 1953) y en la nueva versión de Malvaloca, la protagonizada por Paquita Rico (Ramón Torrado, 1954), en la que, tras provocar al protagonista en una taberna, con lo que él considera un sabio consejo: “No vale la pena perder la tranquiliá por una muhé, don Leonardo. Y menos, por esa clase de ganao…”, rueda nuevamente por los suelos en la que sería la segunda de una larga serie de caídas. Después de la razonablemente bien dotada económicamente Malvaloca, vendríasu participación en Felices Pascuas, nuevamente vestido de uniforme, en un interludio de sátira anti-militarista, que resultaba de lo mejor de un film algo ternurista de Bardem, de modesta factura y buenas intenciones. Sin acreditar, Inocencio Barbán interviene en un fugaz instante de La reina mora (Raúl Alfonso, 1954) para decir una frase, entrando en escena: “Manuela! ¿Pero tú has visto lo hay ahí fuera? ¡La hecatombe, la hecatombe!” También de 1954 es El alcalde de Zalamea, film deudor del prestigio literario de nuestro siglo de oro que dirigió José Gutiérrez Maeso con el pretexto de Calderón de la Barca como lucimiento del notable Manuel Luna, como protagonista y en el que Barbán participó en calidad de comparsa. Al año siguiente, actúa en la muy estimable El guardián del paraíso (Arturo Ruiz Castillo, 1955), lo que le pone en contacto por primera vez, profesionalmente, con el que será su fiel amigo Fernando Fernán-Gómez. Acreditado como Luis Barbán, nuestro héroe actúa con la cara cubierta con un pañuelo, en el papel de un atracador que trata de robar la caja, en compañía de sus secuaces, de una fábrica de cuya vigilancia se ocupa el sereno a quien da vida Fernán-Gómez. En esta ocasión, Inocencio (Luis, por esta vez), tras protagonizar una breve lucha, concluye su intervención abatido a tiros por la policía. Del mismo año es Al fin solos, comedia alocada que dirigió José María Elorrieta, cn protagonismo de Manolo Gómez Bur y
Retirando de escena a Pastor Serrador para
regocijo de Manolo Gómez Bur en
"Al fin solos"
Pastor Serrador, en la que nuestro protagonista se hacía cargo de un rol de fornido enfermero. En 1956, Inocencio Barbán actuará en Los maridos no cenan en casa (Jerónimo Mihura) , lo que le pone en contacto con el trío cómico formado por Zori, Santos y Codeso, y en la comedia de suaves contornos e ínfulas internacionales, Viaje de novios (León Klimovsky), nuevamente al lado de Fernando Fernán-Gómez, que en esta ocasión, como en tantas otras después, estaba acompañado en la cabecera de cartel por la que sería su pareja y musa, Analía Gadé (que estaba, en consecuencia, a punto de dejar a su marido, Juan Carlos Thorry, con quien había venido a España desde su Argentina natal). Fiel a su costumbre, Inocencio Barbán (otra vez, acreditado Luis) provoca un altercado en una sala de fiestas, con el resultado de variados derribos de mobiliario y de su propia humanidad.Es entre 1956 y 1957 cuando Inocencio Barbán participa en la hoy reputada trilogía que firmó Joaquín Luis Romero Marchent formada por (citadas por orden de producción): “Fulano y mengano”, “El hombre que viajaba despacito” y “El hombre del paraguas blanco”, tres films tocados del brillo de los berlanguianos “Bienvenido Mr. Marshall” o, quizá, en mayor medida, “Calabuch” (dicho sea con la salvedad de que el segundo de ellos, estuviera especialmente atravesado e impregnado de la personalidad única de su protagonista, Miguel Gila). Son películas que carecieron por completo de la estima popular y crítica, pese a estar llenos de espléndidas actuaciones y de muy honorables intenciones. El fracaso fue tan rotundo que su director, del que recientemente hemos conmemorado el primer aniversario de su fallecimiento, Joaquín Luis Romero Marchent llegó a plantearse abandonar la profesión, decisión forzada por la falta de ofertas de trabajo y que, para bien del western europeo, terminó revirtiéndose. Pues bien, Inocencio Barbán participó en tan triste pero gloriosa epopeya, actuando en el papel de vendedor de melones en Fulano y Mengano, negándoles a los atribulados protagonistas, Pepe Isbert y Juanjo Menéndez un empleo. En El hombre del paraguas blanco, film delicado y entrañable, que trata de combinar populismo con poesía, a Inocencio Barbán le toca el papel de vigilante del camino que lleva a Torre Alta, el pueblo que se disputa con sus vecinos de Torre Baja el honor de montar el mejor castillo de fuegos artificiales, escopeta en ristre. En su intervención, dispara un tiro al lugareño rival Félix Briones, que previamente le ha sacudido un empellón y le ha hecho (lo han adivinado) rodar por el suelo. “Andando pa tu pueblo”, es su frase de mutis. En El hombre que viajaba despacito, película que me complugo comentar extensamente en su día, Inocencio Barbán es uno de los miembros destacados del “comité de recepción” que ven llegar a Gila y a su amigo el camionero Roberto Camardiel en compañía del árbitro de fútbol al que previamente la fuerzas vivas habían tirado al río. “¿Esto qué es? ¿Una provocación?”, pregunta, con buena lógica pendenciera, Inocencio Barbán, antes de liarse a tortas con los recién llegados. En el transcurso de la embarullada contienda, Barbán es mordido en una pierna por Gila y, poco después, pierde un diente.
Con Xan das Bolas, prestando declaración en
"La vida por delante"
De las actuaciones cinematográficas de Inocencio Barbán, es, sin lugar a dudas, su contribución en La vida por delante, la más memorable de todas. Para ser precisos, ello se produce en una secuencia digna de figurar en todas las antologías mundiales del cine de humor, aquella en la que diversos protagonistas del suceso, explican, cada uno a su modo (y con los trucos del lenguaje cinematográfico al servicio de sus características personales) un accidente de tránsito. El espectador asiste, presencia, en primer lugar, la versión de los dos camioneros implicados, Xan Das Bolas e Inocencio Barbán, edulcorada y bucólica; a continuación, la de Analía Gadé, conductora del biscúter implicado en el choque, algo histérica, atropellada y frenética; y, por último, a la del testigo presencial, un impagable e inmenso Pepe Isbert, afectada de su propia tartamudez. El final de las relaciones es insuperable: mientras las dos primeras dan cuenta de la presencia de un señor bajito que sale de su casa, la tercera (dicha con la emocionante voz cascada de Pepe Isbert) concluye: “Yo, al que no vi, fue al señor bajito”.Tras el momento de esplendor alcanzado en la obra maestra de Fernán-Gómez, Inocencio Barbán vuelve a ponerse ante las cámaras en un puñado de films de distinto y vario pelaje, de los que he podido comprobar su presencia en algunos, tales como Carta al cielo (Arturo Ruiz Castillo, 1959), El pequeño coronel (Antonio del Amo, 1960), un vehículo al uso al servicio del difícilmente sufrible niño prodigio Joselito, Y el cuerpo sigue aguantando , una coproducción con Argentina que dirigió León Klimovsky en 1961, con el cómico Luis Sandrini de protagonista, Un vampiro para dos (Pedro Lazaga, 1965), en la que es apenas entrevisto, como uno más de los esforzados aficionados al fútbol que se apiñan entre las puertas del metro a la hora de acudir al partido, y
El mejor tesoro (Gregorio Almendros, 1966), película infantil de ignoto argumento en la que, dentro de un reparto de escaso relumbrón, Inocencio Barbán ocupa un lugar más destacado de lo habitual.
Esperando su momento de entrar en acción
en "Viaje de novios"
¿Es mucho, es poco? ¡Es todo!Este burgomaestre ha tratado de entender partes de la vida con la esperanza de entender la vida entera. Si se ha fijado en los tebeos o en los actores españoles ha sido siempre con la esperanza de que, entendiendo una porción, en la medida posible, pudiera llegar a entender el conjunto. La historia de Inocencio Barbán, un hombre de cine que puso la misma ilusión en culminar la modestísima propuesta de Fulano y Mengano que en colaborar en dar vida a un coloso como Doctor Zhivago, uno de esos imprescindibles operarios que se mueven en los entresijos del celuloide, manteniendo vivo el fuego de la fragua, allanando el terreno y desbrozándolo para que otros se lleven la gloria, un trabajador sencillo, honesto, entregado, que enroló a su familia en más de un proyecto, trasladándola a los lugares de rodaje con el espíritu de los feriantes vagabundos, que “colocó” a su mujer como sastra en producciones cinematográficas y quiso que sus hijos siguieran sus pasos en el Séptimo Arte, es ejemplar en un aspecto, cuando menos: fue fiel a sí mismo, no se traicionó nunca y si su trabajo no ha pasado a la historia no ha sido por falta de méritos, sino porque la historia la escriben, no los rectos, sino los poderosos.PD: siguiendo este enlace pueden verse más fotografías que dan testimonio del quehacer de Inocencio Barbán en el medio cinematográfico.