I
Cruzamos desiertos, desolaciones sin nombre, luces remotas que a lo lejos proclaman la ceniza. La palabra es la única propiedad, el pulmón hondo y limpio que hace que el aire transcurra entre lo dicho y lo respirado, en el vértigo y en la fiebre, en el pulso íntimo, en el escándalo de la sangre.
II
Yo tenía ante mí la semilla, pero la decliné, me contuve de añadir nada más, ya estaba todo dicho, no había nada por hacer y ni siquiera lo dicho y lo hecho me conmovió.
III
Mi casa es no mi casa, ninguna lo es, lo son todas. Ni yo soy quien parece, nadie lo es, todos lo somos.
IV
El aire se nombra a sí mismo y no se escucha. Es un dios el aire. El fuego también se nombra, voz baldía. Es un dios el fuego. Así el agua, así la tierra.