Hemos llegado a la época del estrés literario. No sólo los autores están desquiciados por publicar (y a qué ritmo), si no que los lectores se han contagiado del trastorno. Esto se debe a una perversión del sistema en el que lo que cuenta es la cantidad más que la calidad, en una carrera absurda que nos lleva a la enfermedad. Así se nos acumula el trabajo y nos produce malestar. En vez de disfrutar del libro (físico o electrónico) que tenemos entre manos, ansiamos el libro que todavía nos falta por leer. Y eso hasta el infinito.Todos estamos más obsesionados por el hacer que por el reflexionar. Y hemos olvidado el placer de perder el tiempo, una de las maravillas de nuestra infancia y juventud. Y no lo digo porque seamos activos-productivos, sino porque somos activos-improductivos. Gastamos nuestro tiempo y energía en tonterías, pero esas tonterías nos evitan pensar, preocuparnos de nuestra vida. Deberíamos volver a los fundamentos: leemos por el placer de leer sin preocuparnos más allá de la siguiente metáfora.