Mientras nos distraemos con la última ocurrencia sin sustancia de la campaña de las elecciones europeas, las corrientes subterráneas siguen fluyendo, la revolución neocon no se detiene. Una sola frase del tecnócrata digital Draghi vale más que mil discursos vacíos de quienes nos piden el voto, por nuestro bien. Hastiados y anestesiados por la cháchara intrascendente de la campaña electoral y el sálvame político de marhuendas de uno y otro signo, el ruido impide escuchar lo que importa. Pocos son los friquis que dedican un tiempo a leer la web de ATTAC, por ejemplo. Allí podrían enterarse de lo que las élites están cocinando para el futuro de Europa: la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP).
Sus valedores, entre los que está ese trueno de Javier Solana, alegan a su favor que es la manera de defenderse de la creciente influencia de las nuevas potencias como China, principalmente. Estados Unidos y Europa deben unirse para defender sus intereses comerciales en el mundo ante los nuevos bárbaros. Y en esas están la Comisión Europea y el Departamento de Comercio de EE.UU. defendiendo la democracia a brazo partido. La Comisión Europea dice que provocará la creación de 400.000 empleos, Obama habló de millones de puestos de trabajo. Un nuevo hito para el progreso y nuestro bienestar.
¿Será por eso que todas las conversaciones se llevan en secreto?
Lo que sabemos del Tratado Transatlántico son filtraciones, no se si interesadas o no. En todo caso es todo lo que tenemos hasta ahora ya que el proyecto no se discute democráticamente en el Parlamento Europeo, ese muermo, sino en reuniones en las que participan representantes de la Comisión Europea y de los lobbies de bancos y otras compañías transnacionales, valga la redundancia. Según el ex secretario de Comercio norteamericano, Ron Kirk, se preserva “cierto grado de discreción y confidencialidad” por motivos “prácticos”. La idea es que se conozca una vez ya esté cocinado y emplatado, listo para comer con patatas. Preferiblemente después de un período de hambre que tal vez provoquen ellos mismos.
Ya deberían saber como funciona. Lo explicó muy bien Naomi Klein. Pongamos por caso que se desregula tanto el sistema financiero que se come a la economía real y la arrasa. Todo se colapsa y entonces se aprovecha el shock para legislar medidas que favorecen al incendiario y que pagan las víctimas. Tan simple que parece mentira ¿verdad? No son unos genios, pero tienen la llaves de la caja y cuentan con que nosotros somos aún más estúpidos. Y adonde no llega la estupidez llega el miedo.
¿Qué ha trascendido de las intenciones del nuevo Tratado Transatlántico, llamado a inaugurar una nueva era de prosperidad? Varias cosas que deberían ponernos los pelos de punta, todas ellas bajo un solo principio inspirador: eliminar cualquier barrera, por pequeña que sea, al libre comercio.
El Tratado Transatlántico, lo que se sabe de él, supone una especia de Constitución Neoliberal por encima de los estados y los gobiernos. Una ley redactada y discutida casi en secreto por los consultores de las grandes empresas con algún político florero que permitirá a dichas compañías demandar y pedir indemnizaciones a los gobiernos que tomen decisiones que reduzcan sus oportunidades de lucro presentes o futuras. Para el poder político, elegido, solo quedan migajas de influencia sobre la realidad. Casi cualquier decisión que pueda tomar un gobierno en favor del ciudadano consumidor podría ajustarse a tal definición. Las compensaciones las pagamos todos, off course.
Políticas superfluas y un solo dios verdadero
Se pretende reducir los costes y retrasos innecesarios para las corporaciones. “Políticas superfluas”, las llaman. Con eso se refieren a eliminar enojosas regulaciones sociolaborales que merman la cuenta de resultados. El derecho inalienable de aumentar los beneficios no puede detenerse ante normativas alimentarias, sanitarias o medioambientales.
La sanidad pública europea es un territorio virgen (bueno, un poco mancillado ya) donde todavía hay mucho dinero a ganar. Hay que flexibilizar privilegios: salarios y derechos laborales. Lo importante es crear puestos de trabajo, aunque estos generen una clase creciente de pobres con empleo que malviven en Europa, Alemania incluida. Farmacéuticas y servicios sanitarios privados no están dispuestos a que el gobernante de turno se salte el guión y perjudique sus cuentas de resultados. La mayoría son fiables, pero siempre puede haber una manzana podrida demagoga y populista. Y el nuevo TTIP permitiría a dichas compañías demandar a posibles gobiernos populistas.
¿Recuerdan a Lehman Brothers y compañía? Probablemente no, ya estamos a otra cosa, aunque seguimos pagando la factura de la fiesta. Pues los mismos tipos están montando ya otra fiesta, con más droga y rock & roll. El TTIP pretende liberalizar aún más los mercados financieros. Impedirá a los estados firmantes restringir fusiones y adquisiciones, establecer impuestos y tasas a bancos y transacciones financieras, así como establecer un control de los capitales. Imaginen que un nuevo gobierno griego decide que toda o parte de su deuda es ilegítima y no la quiere pagar. Pues no imaginen tanto, no sea que les caiga una demanda.
Conciencia de clase
Compran también diversión, actores y futbolistas que nos distraen con su magia, su talento y su ruido, ése que no permite escuchar lo que pasa en la calle. Porque, como decía Neil Postman, Huxley fue más certero que Orwell. Pero en algo tenía razón Orwell: para cuando la diversión falla, compran miedo. Cantidades ingentes de miedo que nos van metiendo de a poco en el café. Los que votamos somos los que tenemos miedo de engrosar las filas de la ‘famélica legión’ y nos agarramos a un clavo ardiendo. Vota el miedo, tan integrado en nuestro sistema, tacita a tacita, que ni nos damos cuenta y confundimos los síntomas. Creemos que votamos por otros motivos, cuando lo que votamos es miedo en forma de papeleta que atrapamos en una urna para perderlo de vista.
Entre el ruido y el miedo ellos siguen marcando la ruta. La democracia como la ha conocido Europa hasta el momento ya no es rentable, quieren más. Tienen el control de los gobiernos y los medios, pero desean evitar cualquier despiste y dejarlo todo atado y bien atado. El nuevo TTIP les ahorraría muchos quebraderos de cabeza, ya solo sería necesario mantener cierta fachada democrática, todo estaría escrito negro sobre blanco. El paso de democracia a oligarquía con sus documentos oficiales y firma protocolaria, todo muy pulido y como dios manda.
Y para acabar con esta línea radical-catastrofista que llevo, permítanme decirles que todo esto del TTIP no es un ramalazo conspiranoico que nos ha dado a unos cuantos. No es nuevo, es solo un segundo asalto con un nombre más pomposo. En 1995, también en conversaciones secretas, se intentó poner en marcha el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que iban a firmar la OCDE y la OMC. Era, básicamente, esto mismo que les he contado. Su publicación en 1998 generó tales protestas que quedó archivado a la espera de tiempos mejores. Ahora nuestro gobierno nos asegura que vienen tiempos mejores.