Trazado leído el 21 de agosto de 2015 en el 8° Coloquio de la Confederación Interamericana de Masonería Simbólica (CIMAS), reunida en Cajamarca, Perú. Por Iván Herrera Michel Mis QQ:. HH:. Recientemente he leído un libro que me pareció muy interesante con el sugestivo título de “El Año del Verano que nunca llegó”, publicado hace unos tres meses por el escritor colombiano William Ospina. No lo quiero mencionar ahora para resaltar como 1816 fue un año que no tuvo ni primavera, ni verano ni otoño, sino un largo invierno de 365 días como consecuencia de la erupción de un volcán en Indonesia, lo cual de por sí ya es un hecho extraordinario que en época de calentamiento global nos sugiere reflexiones sobre el medio ambiente en la misma línea de las que hicimos en el mes de marzo de 2009 aquí mismo en el Perú, en el Or:. de Iquitos, en plena selva amazónica, en el Coloquio internacional que sobre la Crisis del Medio Ambiente se desarrolló en el marco de la celebración del 32º Aniversario de la Gran Logia Oriental del Perú, siendo su Gran Maestro nuestro Il:. H:. Walter Vargas Portocarrero, y que contó con la presencia de la “Confederación de Grandes Logias Masónicas del Perú” – CONFEGLOMAS – y de la “Confederación Interamericana de Masonería Simbólica” – CIMAS -. Lo traigo a cuento, motivado por el asombro que me produjo que en una residencia a orillas del Lago Lucerna en Suiza, conocida como Villa Diodati, en una noche fría que duró tres días, e impulsados por un espontáneo concurso casi mágico de cuentos de terror concebido para pasar el tiempo por Lord Byron y Mary Shelley, nacieron las leyendas del vampiro y de Frankenstein que tanta tinta han derramado desde entonces. William Ospina es muy expresivo cuando dice que le “sorprendió que la erupción de un volcán a mediados de 1815, en Indonesia, hubiera sido una de las causas eficientes del nacimiento en Occidente de la moderna leyenda del vampiro y de la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.” Dice que sintió “el extraño agrado de ver cómo se unían en una sola historia, que presentía vagamente, las vidas de Byron y Shelley con la catástrofe de una erupción volcánica en los mares del sur, con un tsunami en las costas de Bali, con esa nube de azufre y ceniza y cristales volcánicos que ennegreció el cielo de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el norte, desatando el cólera en la India y ahogando muchedumbres en las inundaciones del Yangtsé y del río Amarillo. Aquella historia unía cosas extremas, abarcaba medio mundo, conjugaba fenómenos geológicos y meteorológicos con hechos históricos, personajes literarios y criaturas fantásticas.” Son momentos prodigiosos de la historia. Extraordinarios. Y hasta milagrosos podríamos decir. El 24 de junio de 1717 es otra de esas fechas asombrosas. Casi irrepetibles. Un puñado de hombres acostumbrados a los placeres y a las discusiones acaloradas de las tabernas inventó una institución muy rara, cuyos miembros un siglo después habían potenciado las ciencias experimentales, eran indisoluble con la explosión humanista que se llamó la Revolución Francesa y en el hemisferio occidental habían liberado un continente que se extendía desde un polo hasta el otro. ¿Cómo pasó esto? Para mí la médula del hueso reside en el Latitudinarismo en boga en esos años. Se filtró a las tabernas y resultó muy útil para los buenos bebedores que no querían pelearse definitivamente con sus contertulios de cada semana o de cada quince días con quienes se reunían a tomar unas copas y hablar de todo lo divino y lo humano. El otro pacto tácito de las tabernas – y de la Masonería, ¿porque no decirlo? – sigue siendo que lo que sucede en las tabernas se queda en las tabernas. Y lo que pasa en las Logias se queda en las Logias. Es lo que conocemos como sigilo Masónico. “Latitudinarismo” es como se llamó una escuela de pensamiento teológica conciliadora y tolerante que nació bajo el alero del anglicanismo del siglo XVII para que quienes sostuvieran opiniones diferentes y hasta contradictorias no se mataran por ellas ni mataran a mas nadie. Hoy diríamos que sus cultores eran teólogos de mente abierta. Y que lo que comenzó en un ambiente cristiano de mutua tolerancia hacia las diferentes facciones poco a poco pasó a ser una tendencia filosófica de manga ancha que buscó, en palabras de Anderson, “unir lo disperso” en la sociedad. En últimas, esta nueva manera liberal de pensar fue una reacción a la imposición de un pensamiento único que en el siglo XVIII desembocó en la defensa de la libertad de pensamiento y de conciencia, la tolerancia frente al diferente, la libertad de culto y el adogmatismo en lo doctrinal. Fue la mano que meció la cuna de una Masonería inicial cuyos miembros al multiplicarse se unieron en redes sociales por áreas de interés e hicieron lo que hicieron en trescientos años a partir de aquel Big Bang de 1717, y aunque hoy no hablemos de Masonería “latitudinaria”, para referirnos a esta forma de concebir las cosas, si nos referimos a la vieja y reeditada escuela con los motes de Masonería “liberal”, “adogmática” y “´progresista”. Y hay que reconocer que en el camino se ganó no poca furia y aplausos por su tributo a la libertad de pensarse a sí mismo y al gobierno de las sociedades, y que cada gobierno que quiso seguir siéndolo indefinidamente puso sus ojos en la Masonería. QQ:. HH:. Reiteradamente me invitan a compartir algunas reflexiones sobre lo que entiendo por Masonería progresista y/o adogmática, así como por Masonería dogmática. En realidad, son dos calificaciones propagadas en la retórica de la Orden desde hace tres décadas, que se vienen a sumar a las que había acumulado desde hace tres siglos. Esta vez, como resultado de una nueva reflexión sobre la autarquía, que bajo el pretexto de la “regularidad” (en su significación anglosajona) se observa aquí y allá. Suele encontrarse en la literatura Masónica que se califica a Grandes Logias como dogmáticas o progresistas a partir, principalmente de su disposición frente a la Iniciación de las mujeres, las visitas de las Masonas, el posicionamiento frente al “Gran Arquitecto del Universo”, la creencia en la existencia de un “ser supremo” y la presencia en los trabajos de un libro considerado sagrado. Sin embargo, la calidad de progresista o dogmática de una Obediencia Masónica, ya sea simbólica o filosófica, no se circunscribe a estos temas. Va mucho más allá. Si una Obediencia Masónica Inicia mujeres y varones en igualdad de condiciones, e impone concebir los Landmarks de una determinada e irrefutable manera, es claro que se trata de una mixta que está practicando una Masonería dogmática. De igual manera, una Gran Logia femenina o mixta que aplica mandamientos en vez de hacer sugerencias, no incentiva la libertad de pensamiento y de conciencia en sus integrantes, sino que los adoctrina, es claro que es una institución dogmática sin importar la orientación sexual de sus miembros. Si por el contrario, la Obediencia Masónica en cuestión, ya sea masculina, femenina o mixta, deja en libertad a sus Talleres para convocar una reflexión crítica sobre los referentes que asumen como Masónicos, es claro que se trata de una Gran Logia de pensamiento adogmático y progresista, indistintamente del género de sus integrantes. En un pensamiento Masónico progresista, los símbolos y las herramientas son interpretados instrumentalmente y no poseen un valor en sí ni un significado prefijado. Ya que un símbolo puede significar algo distinto a cada Masón, como consecuencia de las circunstancias y la historia personal de cada uno de ellos. Son continentes, cuyos significantes pueden avocarse desde la perspectiva crítica de que la Masonería y los Masones son algo perfectible. La naturaleza progresista o dogmática puede ser medida, por ejemplo, por la cantidad de libertad que otorga a sus miembros para pensar la realidad Masónica, para juzgar su presente valorándolo desde el “deber ser” y por el propósito de sus especulaciones en un mundo en donde la evolución de la Orden se concibe como una exigencia de las antiguas orientaciones filosóficas y organizativas que conocemos como Landmarks, con la convicción de que las Masonas y los Masones de hoy pueden realizar un cambio necesario en igualdad de condiciones que los de antaño. Precisamente, en cumplimiento y aplicación de una concepción evolutiva impuesta por esos mismos Landmarks originales, así como de una lectura no prejuiciada de las Constituciones de Anderson de 1723. Es una concepción de progreso Masónico que implica una variación en el sentido positivo de mejoramiento, en la que la vieja premisa de libertad, Igualdad y fraternidad – que son de las más grandes esferas del pacto Masónico – es armónica con una sociedad contrahegemónica, diversa e incluyente regida por principios de equidad, justicia, solidaridad, paz, etc. Podemos afirmar también que la superestructura ideológica determina la estructura de poder, de tal forma que encontramos a lo largo y ancho del planeta Obediencias Masónicas – tanto en el Simbolismo como en los Altos Grados – en donde el concepto de jerarquía se concibe ya sea emanado de funciones previamente definidas y delegadas expresamente por una asamblea democrática, o fundamentadas en líneas rígidas de mando similares a las que distinguen a las jerarquías eclesiásticas y militares. Una Masonería dogmática posee en sí misma un espíritu conservador que se relaciona con las fuerzas que se oponen al cambio y con los esquemas de control y poder coercitivo que tratan de mantener el estatus quo. En ese ámbito, la prohibición de atentar contra el dogma o cuestionar los mandatos de la autoridad en ejercicio, es absoluta. Por ello, la propuesta conservadora se limita a la repetición de los significados aceptados y se valida por la aprobación que de ella hace una élite dominante. Mientras tanto, el pensador progresista define su postura filosófica de acuerdo con su personal esquema ético y se valida por los designios de su propia conciencia particular. Su teoría se basa en la posesión y disfrute de la libertad personal de la mano con su responsabilidad individual, en cuya ausencia esa misma libertad sería inconcebible. Es un asunto que se relaciona con la cantidad de libertad y responsabilidad íntima e institucional que se permite. Una postura progresista no consiste, por ejemplo, en promover la Iniciación de mujeres para practicar sin distingo de género los antiguos dogmas que han acompañado a algunos sectores de la Orden. Eso es seguir haciendo lo mismo, pero con mujeres. La posición adogmática, consiste en asumir un pensamiento, tanto por varones como por mujeres, juntos o por separados, que aleje toda afirmación formulada de forma obligante, derivada de un absoluto o impuesta por la vía de la autoridad. QQ:. HH:. Recuerdo que Charles Porset, unos de las más importantes referentes intelectuales del Gran Oriente de Francia de los últimos tiempos, un mes antes de pasar al Oriente Eterno en el mes mayo de 2011, me aseguró muy rotundamente que en resumidas cuentas el fin y el objeto de la Masonería es “la realidad”. En verdad, la Masonería y los Masones deben ser juzgados por como iluminan sus entornos. Como lo perciben, como lo sienten y como se implican. Esta característica es uno de los factores más importantes a la hora de crear atmosferas y de crear connotaciones. La Masonería progresista provoca en la sociedad conciencia y genera emoción. Diseña lenguajes y planteamientos y reclama cuidados, comunica y ofrece la ventaja de ser universal. La Masonería tiene como misión trabajar sobre algo tan sorprendente como es la humanidad, que ha llegado a Plutón con una cajita ingeniosa no más grande que un piano de sala y que descubrió un planeta en donde al parecer puede vivir con la imprudente condición de que viajemos durante 14 millones de años, pero no ha podido erradicar la producción mezquina de sufrimiento en su seno. Lo primero que se observa de la humanidad es que no es simétrica en su compromiso público, ni en su conciencia social ni en sus preocupaciones acerca de cómo favorecer un proceso sostenido de bienestar para nuestro planeta. Un ejemplo actual nos lo puede ilustrar: Aunque el contagio del SIDA ha disminuido en el mundo, ahorrándose en consecuencia unos 15.000 millones de dólares en costos médicos, así como una importante disminución de dolor y sufrimiento, al día de hoy unos 12 millones de niños han perdido a sus padres por el Sida. Según las Naciones Unidas, 370.000 niños menores de 15 años se infectan cada año por el virus, lo que equivale a que 6 niños son infectados por minuto. África posee el 90% de los niños seropositivos del mundo y el acceso a los servicios de salud, educación o refugio es muy difícil para ellos, si no imposible. El francés Pierre Bourdieu, uno de los investigadores sociales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, determinó que existe una relación real entre pobreza y Sida, con todo lo que eso genera. Mientras tanto, observamos con estupor la lucha de los africanos y brasileros, hace unos diez años, contra las farmacéuticas internacionales, la Organización Mundial del Comercio y algunos gobiernos de Norteamérica y Europa, para brindar drogas a precios razonables a millones de infectados. De acuerdo con la ONU, tan sólo US $3.000 millones harían posible una guerra real contra el Sida en África —la mitad para prevención y la mitad para asistencia básica— una suma igual al aporte militar anual de Estados Unidos a un Israel que quiere convencer al mundo que está librando una guerra de autodefensa y que su propia existencia está amenazada cuando en realidad es la única potencia nuclear del medio oriente. En contra de lo que sería dable esperar de una Palestina sometida cada tres años a un genocidio no sueña con un nuevo Saladino sino que apela a la justicia penal internacional. Cuando es elegido Presidente de Chile Salvador Allende, Kissinger declara: “No tenemos por qué aceptar la irresponsabilidad de un pueblo”, y organiza un derrocamiento que acabó en la implantación de una dictadura que arrojó decenas de miles de muertos y un exilio masivo de chilenos que aún encontramos regados por medio mundo. El ejemplo más reciente de lo absurdo de cómo funciona la humanidad lo tenemos en Grecia. El 26% de su deuda pública está conformada por compra de equipo militar en los últimos veinte años. Posee más vehículos blindados que Alemania, Francia e Italia juntas, y tiene cinco veces la cantidad de soldados per cápita de España. ¿Qué solución le da el Fondo Monetario Internacional y sus paisanos de Europa que le vendieron las armas? Pues nada más y nada menos que recorte el gasto social en salud, educación y pensiones, pero que cumplan con sus deudas militares. Lo curioso del caso, es que existe una relación directa entre neoliberalismo y cárceles: a mayor política neoliberal en un país, mayor población carcelaria. Si queremos educar para que reine la democracia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la laicidad, la universalidad del hombre, el respeto mutuo, y la tolerancia —cuyas ausencias conducen a altos niveles de violencia— debemos primero crear un contexto en que estos valores sean fácilmente asimilables, y en el que no exista el peligro de que su introducción se convierta en nuevos Caballos de Troya que vehiculicen renovadas formas de colonialismo por parte de quienes poseen la mayor responsabilidad en la construcción de los indicadores sociales. Una progresión desde el sistema de valores Masónicos debe dirigirse a sensibilizar a los pueblos poderosos para que elijan dirigentes que sean conscientes de que los sistemas espirituales asiáticos, y las tradiciones amerindias, australianas, africanas, polinésicas, etc., son diferentes, pero no inferiores, al pragmatismo anglosajón y a la ética económica Calvinista; que no posean propensión a la violencia económica, y que no supongan su superioridad moral o cultural sobre otros; que no entiendan que sus intereses en el extranjero están representados por la posesión de sus recursos naturales; que se den cuenta que sus injustas presiones económicas causan severas perturbaciones sociales además de la ruptura dé los instrumentos de gobierno; que no sean insensibles al dolor que ocasionan; que conciban las relaciones internacionales, en un marco ético, abierto y cooperativo; que desechen la fuerza, los ataques preventivos y los aislamientos económicos, contra los pueblos localizados más allá de sus fronteras postmodemas. Una Masonería que nace latitudinaria, y deviene en liberal, adogmática y progresista, está íntimamente relacionadas con el deseo de dar un sentido a la vida y alcanzar la felicidad propia y ajena. Encuentra la necesidad y la búsqueda de un mundo mejor, más solidario y más justo. Como dijo Jorge Luis Borges: “lo que importa de las ideas es lo que se hace con ellas”. Y lo que más importa de la Masonería progresista, es lo que se hace con esa Masonería progresista. Muchas gracias. Iván Herrera Michel. Cajamarca, Perú Agosto 21 de 2015 (E:.V:.)
Trazado leído el 21 de agosto de 2015 en el 8° Coloquio de la Confederación Interamericana de Masonería Simbólica (CIMAS), reunida en Cajamarca, Perú. Por Iván Herrera Michel Mis QQ:. HH:. Recientemente he leído un libro que me pareció muy interesante con el sugestivo título de “El Año del Verano que nunca llegó”, publicado hace unos tres meses por el escritor colombiano William Ospina. No lo quiero mencionar ahora para resaltar como 1816 fue un año que no tuvo ni primavera, ni verano ni otoño, sino un largo invierno de 365 días como consecuencia de la erupción de un volcán en Indonesia, lo cual de por sí ya es un hecho extraordinario que en época de calentamiento global nos sugiere reflexiones sobre el medio ambiente en la misma línea de las que hicimos en el mes de marzo de 2009 aquí mismo en el Perú, en el Or:. de Iquitos, en plena selva amazónica, en el Coloquio internacional que sobre la Crisis del Medio Ambiente se desarrolló en el marco de la celebración del 32º Aniversario de la Gran Logia Oriental del Perú, siendo su Gran Maestro nuestro Il:. H:. Walter Vargas Portocarrero, y que contó con la presencia de la “Confederación de Grandes Logias Masónicas del Perú” – CONFEGLOMAS – y de la “Confederación Interamericana de Masonería Simbólica” – CIMAS -. Lo traigo a cuento, motivado por el asombro que me produjo que en una residencia a orillas del Lago Lucerna en Suiza, conocida como Villa Diodati, en una noche fría que duró tres días, e impulsados por un espontáneo concurso casi mágico de cuentos de terror concebido para pasar el tiempo por Lord Byron y Mary Shelley, nacieron las leyendas del vampiro y de Frankenstein que tanta tinta han derramado desde entonces. William Ospina es muy expresivo cuando dice que le “sorprendió que la erupción de un volcán a mediados de 1815, en Indonesia, hubiera sido una de las causas eficientes del nacimiento en Occidente de la moderna leyenda del vampiro y de la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.” Dice que sintió “el extraño agrado de ver cómo se unían en una sola historia, que presentía vagamente, las vidas de Byron y Shelley con la catástrofe de una erupción volcánica en los mares del sur, con un tsunami en las costas de Bali, con esa nube de azufre y ceniza y cristales volcánicos que ennegreció el cielo de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el norte, desatando el cólera en la India y ahogando muchedumbres en las inundaciones del Yangtsé y del río Amarillo. Aquella historia unía cosas extremas, abarcaba medio mundo, conjugaba fenómenos geológicos y meteorológicos con hechos históricos, personajes literarios y criaturas fantásticas.” Son momentos prodigiosos de la historia. Extraordinarios. Y hasta milagrosos podríamos decir. El 24 de junio de 1717 es otra de esas fechas asombrosas. Casi irrepetibles. Un puñado de hombres acostumbrados a los placeres y a las discusiones acaloradas de las tabernas inventó una institución muy rara, cuyos miembros un siglo después habían potenciado las ciencias experimentales, eran indisoluble con la explosión humanista que se llamó la Revolución Francesa y en el hemisferio occidental habían liberado un continente que se extendía desde un polo hasta el otro. ¿Cómo pasó esto? Para mí la médula del hueso reside en el Latitudinarismo en boga en esos años. Se filtró a las tabernas y resultó muy útil para los buenos bebedores que no querían pelearse definitivamente con sus contertulios de cada semana o de cada quince días con quienes se reunían a tomar unas copas y hablar de todo lo divino y lo humano. El otro pacto tácito de las tabernas – y de la Masonería, ¿porque no decirlo? – sigue siendo que lo que sucede en las tabernas se queda en las tabernas. Y lo que pasa en las Logias se queda en las Logias. Es lo que conocemos como sigilo Masónico. “Latitudinarismo” es como se llamó una escuela de pensamiento teológica conciliadora y tolerante que nació bajo el alero del anglicanismo del siglo XVII para que quienes sostuvieran opiniones diferentes y hasta contradictorias no se mataran por ellas ni mataran a mas nadie. Hoy diríamos que sus cultores eran teólogos de mente abierta. Y que lo que comenzó en un ambiente cristiano de mutua tolerancia hacia las diferentes facciones poco a poco pasó a ser una tendencia filosófica de manga ancha que buscó, en palabras de Anderson, “unir lo disperso” en la sociedad. En últimas, esta nueva manera liberal de pensar fue una reacción a la imposición de un pensamiento único que en el siglo XVIII desembocó en la defensa de la libertad de pensamiento y de conciencia, la tolerancia frente al diferente, la libertad de culto y el adogmatismo en lo doctrinal. Fue la mano que meció la cuna de una Masonería inicial cuyos miembros al multiplicarse se unieron en redes sociales por áreas de interés e hicieron lo que hicieron en trescientos años a partir de aquel Big Bang de 1717, y aunque hoy no hablemos de Masonería “latitudinaria”, para referirnos a esta forma de concebir las cosas, si nos referimos a la vieja y reeditada escuela con los motes de Masonería “liberal”, “adogmática” y “´progresista”. Y hay que reconocer que en el camino se ganó no poca furia y aplausos por su tributo a la libertad de pensarse a sí mismo y al gobierno de las sociedades, y que cada gobierno que quiso seguir siéndolo indefinidamente puso sus ojos en la Masonería. QQ:. HH:. Reiteradamente me invitan a compartir algunas reflexiones sobre lo que entiendo por Masonería progresista y/o adogmática, así como por Masonería dogmática. En realidad, son dos calificaciones propagadas en la retórica de la Orden desde hace tres décadas, que se vienen a sumar a las que había acumulado desde hace tres siglos. Esta vez, como resultado de una nueva reflexión sobre la autarquía, que bajo el pretexto de la “regularidad” (en su significación anglosajona) se observa aquí y allá. Suele encontrarse en la literatura Masónica que se califica a Grandes Logias como dogmáticas o progresistas a partir, principalmente de su disposición frente a la Iniciación de las mujeres, las visitas de las Masonas, el posicionamiento frente al “Gran Arquitecto del Universo”, la creencia en la existencia de un “ser supremo” y la presencia en los trabajos de un libro considerado sagrado. Sin embargo, la calidad de progresista o dogmática de una Obediencia Masónica, ya sea simbólica o filosófica, no se circunscribe a estos temas. Va mucho más allá. Si una Obediencia Masónica Inicia mujeres y varones en igualdad de condiciones, e impone concebir los Landmarks de una determinada e irrefutable manera, es claro que se trata de una mixta que está practicando una Masonería dogmática. De igual manera, una Gran Logia femenina o mixta que aplica mandamientos en vez de hacer sugerencias, no incentiva la libertad de pensamiento y de conciencia en sus integrantes, sino que los adoctrina, es claro que es una institución dogmática sin importar la orientación sexual de sus miembros. Si por el contrario, la Obediencia Masónica en cuestión, ya sea masculina, femenina o mixta, deja en libertad a sus Talleres para convocar una reflexión crítica sobre los referentes que asumen como Masónicos, es claro que se trata de una Gran Logia de pensamiento adogmático y progresista, indistintamente del género de sus integrantes. En un pensamiento Masónico progresista, los símbolos y las herramientas son interpretados instrumentalmente y no poseen un valor en sí ni un significado prefijado. Ya que un símbolo puede significar algo distinto a cada Masón, como consecuencia de las circunstancias y la historia personal de cada uno de ellos. Son continentes, cuyos significantes pueden avocarse desde la perspectiva crítica de que la Masonería y los Masones son algo perfectible. La naturaleza progresista o dogmática puede ser medida, por ejemplo, por la cantidad de libertad que otorga a sus miembros para pensar la realidad Masónica, para juzgar su presente valorándolo desde el “deber ser” y por el propósito de sus especulaciones en un mundo en donde la evolución de la Orden se concibe como una exigencia de las antiguas orientaciones filosóficas y organizativas que conocemos como Landmarks, con la convicción de que las Masonas y los Masones de hoy pueden realizar un cambio necesario en igualdad de condiciones que los de antaño. Precisamente, en cumplimiento y aplicación de una concepción evolutiva impuesta por esos mismos Landmarks originales, así como de una lectura no prejuiciada de las Constituciones de Anderson de 1723. Es una concepción de progreso Masónico que implica una variación en el sentido positivo de mejoramiento, en la que la vieja premisa de libertad, Igualdad y fraternidad – que son de las más grandes esferas del pacto Masónico – es armónica con una sociedad contrahegemónica, diversa e incluyente regida por principios de equidad, justicia, solidaridad, paz, etc. Podemos afirmar también que la superestructura ideológica determina la estructura de poder, de tal forma que encontramos a lo largo y ancho del planeta Obediencias Masónicas – tanto en el Simbolismo como en los Altos Grados – en donde el concepto de jerarquía se concibe ya sea emanado de funciones previamente definidas y delegadas expresamente por una asamblea democrática, o fundamentadas en líneas rígidas de mando similares a las que distinguen a las jerarquías eclesiásticas y militares. Una Masonería dogmática posee en sí misma un espíritu conservador que se relaciona con las fuerzas que se oponen al cambio y con los esquemas de control y poder coercitivo que tratan de mantener el estatus quo. En ese ámbito, la prohibición de atentar contra el dogma o cuestionar los mandatos de la autoridad en ejercicio, es absoluta. Por ello, la propuesta conservadora se limita a la repetición de los significados aceptados y se valida por la aprobación que de ella hace una élite dominante. Mientras tanto, el pensador progresista define su postura filosófica de acuerdo con su personal esquema ético y se valida por los designios de su propia conciencia particular. Su teoría se basa en la posesión y disfrute de la libertad personal de la mano con su responsabilidad individual, en cuya ausencia esa misma libertad sería inconcebible. Es un asunto que se relaciona con la cantidad de libertad y responsabilidad íntima e institucional que se permite. Una postura progresista no consiste, por ejemplo, en promover la Iniciación de mujeres para practicar sin distingo de género los antiguos dogmas que han acompañado a algunos sectores de la Orden. Eso es seguir haciendo lo mismo, pero con mujeres. La posición adogmática, consiste en asumir un pensamiento, tanto por varones como por mujeres, juntos o por separados, que aleje toda afirmación formulada de forma obligante, derivada de un absoluto o impuesta por la vía de la autoridad. QQ:. HH:. Recuerdo que Charles Porset, unos de las más importantes referentes intelectuales del Gran Oriente de Francia de los últimos tiempos, un mes antes de pasar al Oriente Eterno en el mes mayo de 2011, me aseguró muy rotundamente que en resumidas cuentas el fin y el objeto de la Masonería es “la realidad”. En verdad, la Masonería y los Masones deben ser juzgados por como iluminan sus entornos. Como lo perciben, como lo sienten y como se implican. Esta característica es uno de los factores más importantes a la hora de crear atmosferas y de crear connotaciones. La Masonería progresista provoca en la sociedad conciencia y genera emoción. Diseña lenguajes y planteamientos y reclama cuidados, comunica y ofrece la ventaja de ser universal. La Masonería tiene como misión trabajar sobre algo tan sorprendente como es la humanidad, que ha llegado a Plutón con una cajita ingeniosa no más grande que un piano de sala y que descubrió un planeta en donde al parecer puede vivir con la imprudente condición de que viajemos durante 14 millones de años, pero no ha podido erradicar la producción mezquina de sufrimiento en su seno. Lo primero que se observa de la humanidad es que no es simétrica en su compromiso público, ni en su conciencia social ni en sus preocupaciones acerca de cómo favorecer un proceso sostenido de bienestar para nuestro planeta. Un ejemplo actual nos lo puede ilustrar: Aunque el contagio del SIDA ha disminuido en el mundo, ahorrándose en consecuencia unos 15.000 millones de dólares en costos médicos, así como una importante disminución de dolor y sufrimiento, al día de hoy unos 12 millones de niños han perdido a sus padres por el Sida. Según las Naciones Unidas, 370.000 niños menores de 15 años se infectan cada año por el virus, lo que equivale a que 6 niños son infectados por minuto. África posee el 90% de los niños seropositivos del mundo y el acceso a los servicios de salud, educación o refugio es muy difícil para ellos, si no imposible. El francés Pierre Bourdieu, uno de los investigadores sociales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, determinó que existe una relación real entre pobreza y Sida, con todo lo que eso genera. Mientras tanto, observamos con estupor la lucha de los africanos y brasileros, hace unos diez años, contra las farmacéuticas internacionales, la Organización Mundial del Comercio y algunos gobiernos de Norteamérica y Europa, para brindar drogas a precios razonables a millones de infectados. De acuerdo con la ONU, tan sólo US $3.000 millones harían posible una guerra real contra el Sida en África —la mitad para prevención y la mitad para asistencia básica— una suma igual al aporte militar anual de Estados Unidos a un Israel que quiere convencer al mundo que está librando una guerra de autodefensa y que su propia existencia está amenazada cuando en realidad es la única potencia nuclear del medio oriente. En contra de lo que sería dable esperar de una Palestina sometida cada tres años a un genocidio no sueña con un nuevo Saladino sino que apela a la justicia penal internacional. Cuando es elegido Presidente de Chile Salvador Allende, Kissinger declara: “No tenemos por qué aceptar la irresponsabilidad de un pueblo”, y organiza un derrocamiento que acabó en la implantación de una dictadura que arrojó decenas de miles de muertos y un exilio masivo de chilenos que aún encontramos regados por medio mundo. El ejemplo más reciente de lo absurdo de cómo funciona la humanidad lo tenemos en Grecia. El 26% de su deuda pública está conformada por compra de equipo militar en los últimos veinte años. Posee más vehículos blindados que Alemania, Francia e Italia juntas, y tiene cinco veces la cantidad de soldados per cápita de España. ¿Qué solución le da el Fondo Monetario Internacional y sus paisanos de Europa que le vendieron las armas? Pues nada más y nada menos que recorte el gasto social en salud, educación y pensiones, pero que cumplan con sus deudas militares. Lo curioso del caso, es que existe una relación directa entre neoliberalismo y cárceles: a mayor política neoliberal en un país, mayor población carcelaria. Si queremos educar para que reine la democracia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la laicidad, la universalidad del hombre, el respeto mutuo, y la tolerancia —cuyas ausencias conducen a altos niveles de violencia— debemos primero crear un contexto en que estos valores sean fácilmente asimilables, y en el que no exista el peligro de que su introducción se convierta en nuevos Caballos de Troya que vehiculicen renovadas formas de colonialismo por parte de quienes poseen la mayor responsabilidad en la construcción de los indicadores sociales. Una progresión desde el sistema de valores Masónicos debe dirigirse a sensibilizar a los pueblos poderosos para que elijan dirigentes que sean conscientes de que los sistemas espirituales asiáticos, y las tradiciones amerindias, australianas, africanas, polinésicas, etc., son diferentes, pero no inferiores, al pragmatismo anglosajón y a la ética económica Calvinista; que no posean propensión a la violencia económica, y que no supongan su superioridad moral o cultural sobre otros; que no entiendan que sus intereses en el extranjero están representados por la posesión de sus recursos naturales; que se den cuenta que sus injustas presiones económicas causan severas perturbaciones sociales además de la ruptura dé los instrumentos de gobierno; que no sean insensibles al dolor que ocasionan; que conciban las relaciones internacionales, en un marco ético, abierto y cooperativo; que desechen la fuerza, los ataques preventivos y los aislamientos económicos, contra los pueblos localizados más allá de sus fronteras postmodemas. Una Masonería que nace latitudinaria, y deviene en liberal, adogmática y progresista, está íntimamente relacionadas con el deseo de dar un sentido a la vida y alcanzar la felicidad propia y ajena. Encuentra la necesidad y la búsqueda de un mundo mejor, más solidario y más justo. Como dijo Jorge Luis Borges: “lo que importa de las ideas es lo que se hace con ellas”. Y lo que más importa de la Masonería progresista, es lo que se hace con esa Masonería progresista. Muchas gracias. Iván Herrera Michel. Cajamarca, Perú Agosto 21 de 2015 (E:.V:.)