Nunca he visto a Felipe Cano, pero diría se le puede conocer por sus escritos. Destacaré Estar a la altura, publicado en el blog de los lectores de Antonio Muñoz Molina. Hoy traigo un poema suyo que abre el libro inédito Acantilados. Lo acompañamos de la misma música que escuchaba cuando lo escribió. Espero que lo disfrutéis.
Nieves de Lucas
Si te hablo de mí, debo hablarte
de los trenes de madrugada.
Durante años me bauticé entre sombras
en el bar de la estación del Clot
con sabor a café rancio, olor a anís
y la COPE levantando piedras
en busca de serpientes
en la hora en que el reloj fosilizaba el rencor
entre las vidas de extrarradio.
Yo pagaba mi café
entraba en los andenes oscuros
y esperaba el Cataluña Express.
Hoy -como ayer, como mañana-
sigo esperando, pero el trayecto cambió
hace años: ahora oigo el rumor de las olas
antes de subir al Cercanías
donde unos duermen y otros buscan
su reflejo en el cristal, mientras yo tomo notas
porque entro en los trenes
como un estudiante tímido entra en la universidad:
para aprender sin ser visto.
Hoy -como ayer, como mañana-
afuera el día y la noche remolonean
entre sábanas de mercurio, sal y sueño
y no hay más luz que la impúdica luz del vagón
ni más sombras que nosotros:
Negros africanos con viejas bicicletas y nuevas cicatrices.
Latinoamericanos dormidos más acá de sus sueños.
Mujeres árabes con miradas de arena.
Chinos invisibles.
Y nativos como yo, buscándonos en el cristal
sin encontrarnos
y con la horrible sospecha
de que algo no hemos hecho bien.