Pronto
se sabrá el motivo del “despiste” que admitió ante el juez el maquinista del
Alvia que provocó el descarrilamiento que mató a 79 personas.
Entre
tanto, y sin hacer un juicio paralelo, sino sólo un análisis sobre la
profesionalidad en el trabajo, se debe denunciar la irresponsabilidad de este
hombre.
Puede
que ahora tenga remordimientos, que los sufra hasta que muera, pero eso es nada
comparado con el dolor y la destrucción que ha provocado la distracción de
quien tenía encomendadas centenares de vidas.
Ninguno de quienes tienen a su cargo seres humanos puede despistarse en situaciones conocidas de especial peligro: un piloto de avión, el capitán de un barco, un conductor de autobuses, un maquinista de tren.
En
algún momento miles de vidas dependen de una sola persona a la que se le exige atención
y pericia, y el maquinista sólo tenía que acelerar o frenar donde estaba indicado.
Por lo
que es imperdonable el despiste de Francisco José Garzón en una zona conocida
por haber pasado por ella unas sesenta veces, y todos sus compañeros unas
seiscientas.
Peor
aún, que varios de sus colegas le reconocieran anónimamente a algún periódico que
frecuentemente iban por ese punto a 130 por hora, pese a la limitación de 80.
Hay,
pues, varios peligrosos irresponsables más. La justicia debería estudiar urgentemente
las mal llamadas “cajas negras” de esos trenes para inhabilitarlos, por muy sindicalizados que estén.
En España
exigimos nuestros derechos pero huimos de nuestros deberes. Nuestro garantismo
legal ha fabricado una gigantesca y creciente bolsa de irresponsables, de gente
sin profesionalidad.
Tenemos
una sociedad que disculpa al mal trabajador, que exige y no da, especialmente si
ese trabajador está sindicado: es inexpugnable.
Aquí nadie paga nada: hasta los políticos saqueadores y corruptos son reelegidos entre aplausos.
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SALAS