Minna Lindgren es llamada por algunos
la Agatha Christie del norte, e incluso es comparada por otros con
Jane Austen. No nos confundamos. Puede que haya
cierto toque a alguna de las conocidas historias de Miss Marple, aunque solo sea por la edad de las detectives; y también lo es que
ciertos comentarios y diálogos tienen quizá una picardía e ironía similares a las que caracterizaban la prosa austeniana. Puede ser. Pero con todo y aún así,
el resultado, Tres abuelas y un cocinero muerto, es un producto totalmente diferente y nada tiene que ver con las novelas de estas dos célebres y celebradas autoras británicas. Nada en absoluto. De hecho, el libro de Lindgren es un tanto
peculiar y de difícil adscripción, en el sentido de que
juega con el lector, sorprendiéndolo en más de una ocasión en cuanto
al cariz que toman los acontecimientos o
al curso hacia donde deriva la historia. Pero
no es esto una crítica sino más bien una
bienintencionada advertencia al lector para que encare esta lectura con una mente abierta. Decía
George Orwell,
"Todo lo que tenga gracia es subversivo, todos los chistes son en última instancia un pastel de nata que se puede lanzar a la cara de alguien."
Y al parecer Minna Lindgren, la autora de
Tres abuelas y un cocinero muerto, comparte esta filosofía. Como veremos, y
bajo el disfraz de comedia,
Tres abuelas y un cocinero muerto esconde una abierta crítica social.Las tres ancianas protagonistas de la historia de hoy- Siiri, Irma y Anna-Liisa- viven en el
Centro Residencial Geriátrico El Bosque del Crepúsculo (el nombre ya es toda una declaración de intenciones). Ellas son las
reinas del lugar, siempre tan
correctas, arregladitas y coquetas. Sus relaciones con los demás residentes, con los gestores de la institución,
sus achaques, su dificultad para entender ciertas modernidades, sus olvidos y despistes, sus peculiares costumbres y remedios caseros,... serán algunos de los elementos que darán el tono general de humor. Incluso de la muerte, tan presente en sus vidas, a la vuelta de cada esquina, se saben reír. (
"Cada mañana al despertar Siiri Kettunen descubría que aún no había muerto. Entonces se levantaba, se lavaba, se vestía y tomaba algo para desayunar"). Con lo que no contaban era con la muerte del joven y simpático cocinero. Algo no encaja. A partir de esa muerte, además,
otros sucesos vendrán a enturbiar la aparentemente apacible y aburrida vida de la Residencia: residentes desaparecidos, otros trasladados al ala de dementes sin motivo, nuevas pastillas de colores en los pastilleros de las ancianas, un sorpresivo y extraño incendio...
El humor, el sarcasmo, la ironía, y la ternura, no les abandonan pero también están presentes los
ratos de soledad, de incomprensión o desubicación. Su tiempo parece haber pasado; sus parientes y el personal de la residencia no dejan de recordárselo. Pero incluso así, y con sus noventa y tantos años, quizá puedan encontrar un rincón para el romance y las segundas o terceras- ¡vaya usted a saber!- oportunidades. Y cuentan con algo muy importante: su amistad y compañía.
Comedia, humor negro, ternura, momentos nostálgicos, a veces duros, y tristes también, descripciones de la arquitectura de Helsinki- quizá excesivas a mi entender y un tanto
out en la historia-
y, como fondo, la denuncia de la situación de las personas mayores y el egoísmo y la hipocresía de la sociedad finlandesa, pero que bien podemos trasladare a la nuestra. Quizá esa situación de indefensión bajo la que se presenta a estos ancianos se acentúa por la inconclusión de las pesquisas policiales. Hay crimen y delitos varios, hay culpables, pero el círculo no acaba de cerrarse satisfactoriamente. El desamparo se hace mayor. Con humor, sí, pero queda dicho.
Saldrá en breve el segundo título de la trilogía,
Tres abuelas y un joyero de ida y vuelta. ¿Ganas de leerlo?
Haberlas, haylas.