Revista Cultura y Ocio

Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar...Notas "íntima" sobre la novela...

Por Gabrielaamar
Dime a quién te pareces y te diré quien eres.
Notas de lectura de Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar, Anagrama, Barcelona, 2010, 284 páginas.
Por Gabriela Amar
París, febrero 17 de 2011
Enfrentarse literariamente a la muerte en Colombia en varias de sus facetas y en sus respectivas dramaturgias y fantasmagorías macabras no es tarea fácil. Lo han intentado muchos con diversa suerte, incluyendo a nuestro premio Nobel en una novela como Noticia de un secuestro. Ungar lo intenta imponiendo una voz propia, desacralizadora.
“Ya lo ves: son y serán siempre imposibles los relatos policiales en la República de . también los vividos por que en nunca hay pruebas, nunca hay culpables, nunca se sabe quien hizo qué, por qué se mata o por qué se muere”, (p. 274).
Este texto no es una reseña. Es apenas una nota de lectura híbrida, muy híbrida y muy personal. Muy de Diario extimo, con todos sus efectos.
Debo comenzar diciendo que nunca había leído a Antonio Ungar antes de Tres ataúdes blancos. Había escuchado, eso sí, muchas cosas sobre su escritura, voces elogiosas y otras indiferentes. A partir de ahora, me inclino por el primer grupo. Dudé mucho antes de comprar la novela. Lo digo sin poses ni subtextos. El hecho de haber ganado el premio Anagrama de Novela 2010 donde están publicados una gran cantidad de mis escritores de cabecera (Sebald, Carver, Vila-Matas, Tabucchi, Bolaño, Pombo, etc.) me atrajo y estuve a punto de comprarla varias veces en un par de librerías de amigas de Bogotá en diciembre pasado. La tuve en mis manos cinco veces y no la compré. Después leí varias entrevistas que le hicieron a Ungar en Colombia y afuera y oscilé entre la curiosidad y una cierta empatía que no fueron suficientes para ir a buscarla. Aún así, algo me decía que terminaría comprándola en el Aeropuerto El Dorado (creo que ahora podríamos llamarlo Pedro Akira!) antes de volver a mi morada gala. Pero esa tarde no había ejemplares en la librería del duty free. Y así pasaron un par de meses, hasta que un día, siguiendo el concejo de dos amigos, la leí gracias a que uno de ellos me la prestó.
Ya con la novela en mi cuarto, pasó otra semana -mientras terminaba de escribir mi novela Memorias embolatadas que roza por momentos, lugares y sensaciones similares a las que construye y/o evoca Ungar- antes de poder empezar a leerla. Hasta que al fin comencé. Y debo decir que me costó trabajo arrancar la lectura porque el prólogo (que Ungar llama “Antes de empezar”) me pareció distante y muy artificial. Sin embargo, una vez inicié el primer capítulo entendí que esa artificialidad y ese olor a farsa permanente son la esencia de Tres ataúdes blancos. Ungar logra así desacralizar y desolemnizar la guerra, es decir la política y sus entramados en la República de Miranda, y sumergirnos a través de los ojos adolescentes, precarios y candidos del personaje principal, a quien él llama con acierto héroe, el doble de Pedro Akira (candidato de la oposición asesinado por el régimen), en un universo de vértigo e hilaridad. Es una novela en la que se destaca el humor, algo que sé da poco en los escritores colombianos, salvo contadas excepciones.
Quizá solo Fernando Vallejo y ahora, -en esta nueva generación, del “bicentenario”- Ungar van de frente en la sátira, sin auto-apologías -pienso por ejemplo en el mayor escritor de lo políticamente correcto en Colombia (y son muchos) y en sus excesos histriónicos como el que protagonizó esta semana escribiendo su propio discurso funerario en una frívola revista de tetas). “Solo puedo creer en maestros que sepan reírse de sí mismos” decía Nietzsche.
Así pues, leí y releí Tres ataúdes blancos. Me dejé llevar por el entramado de Ungar y por la sensación de asedio permanente (como sacada de escenas de Fritz Lang). Quizá el hecho de leerla lejos de Colombia contribuyó a ver la novela con otros ojos, más distantes y más cercanos a la vez. Viviendo en una situación en parte similar a la de Ungar, es decir, fuera de Colombia, en medio de la turbulenta política de los años de la incertidumbre sobre la reelección en 2009, comparto su visión distópica. Siguiendo de lejos y de cerca la “actualidad” de Colombia en los mismos noticieros repetidos una y otra vez...
Algo sobre la trama
La trama de la novela se construye en torno al asesinato de Pedro Akira, líder de la oposición al Presidente de la República de Miranda, un tal Tomas Del Pito, quintaesencia del neo-dictador tropical latinoamericano (un paisito de Sudamérica con 50 millones de habitantes) quien se ha asentado en el poder cual faraón africano durante 20 años.
Una vez asesinado Akira, y gracias a estratagemas dignas de una comedia de situaciones a lo Buster Keaton un Don Nadie del barrio la Esmeralda de la capital del país se convierte en el doble del candidato asesinado, gracias a su parecido físico. Ese Don Nadie, ese John Doe (por la película con Gary Cooper que seguramente Ungar vio) que el narrador llama “actor” y cuyo nombre solo se nos revelará al final, desde las sombras y las distancias, nos contará la historia oculta y a la vez más transparente de su patria. Ese “actor” tendrá que asumir muchos papeles y protagonizar innumerables pesadillas:
“una semana después de la llegada Ada Neira se dedica a llevar a cabo su sueño de tener un taller de porcelana. Lo hace y aunque nunca antes en su vida ha trabajado la porcelana pronto lleva a cabo piezas muy realistas en las que se pueden reconocer los muchos héroes de la Historia Patria. El verdadero Pedro Akira es el primero de una larga lista de mártires. Miden menos de treinta centímetros, los muñecos, y todos tienen alguna notoria discapacidad física....cada semana Ada produce un muñeco nuevo y, según ella, quiere algún día exponerlos como enanos de jardín en una galería de arte”, (p 183).
Más allá de las asociaciones más o menos libres con personajes de la vida política colombiana actual -que seguramente chocarán a muchos espíritus en Colombia- y del ajuste de cuentas literario de Ungar con la historia de su país, Tres ataúdes blancos es una genial fábula burlesca, entre hiper-realismo, teatro del absurdo y teoría del complot (a lo Ghost Writer de Polanski). Es una novela del cercano far-west colombiano donde no se puede confiar en nadie y donde se mantiene maquiavélicamente a los enemigos más cerca que a los amigos, aunque no se sepa del todo quien son unos y quienes son otros. Una novela para ser filmada por Los hermanos Coen y actuada por Javier Bardem en un salvaje marco natural!
Leyéndola me sentía como un preso. Un prisionero de Miranda, como todos los personajes de Tres ataúdes blancos. Todos presos y perdidos. Me sentía dentro del baño de una cafetería de un Palacio de Justicia en llamas en 1985. Me sentía en una pesadilla soñada por Julieta, el personaje de la obra de teatro de Miguel Torres, La siempreviva. Me sentía en una de las pesadillas soñadas por Amalfitano en 2666 de Bolaño. Me sentía “perdido en la oscuridad que nos separa...” (p 284).
Las mejores escenas son de interiores: las descripciones de la casa del doble de Akira con su padre y ese silencio de hierro que comparten los dos; el apartamento del difunto Akira y los amores del “actor” amores con Ada, la enfermera que se ocupa de él. Pero, quizá la escena que, sospecho, perdurará más en mí es la del viaje relámpago a Cartagena en una semana santa. Luego hay una serie de escenas de persecuciones frenéticas y escapes de Alcatraz criollos.
Para mí, Tres ataúdes blancos es una novela a mitad de camino entre lo policial y lo burlesco. Me gusta el tono del doble de Pedro Akira. Ungar logra retratar un cierto mood mortesino de Miranda, juntando fragmentos de finales de los ochenta (como él mismo lo evoca en la página 28) con ucronías de un posible futuro cercano que pudo ser o podría volver encarnado en el Presidente-Enano, Del Pito.
Me pregunto (y el narrador lo sugiere varias veces), cómo leerá esta novela un lector no-colombianizado, por ejemplo, un coreano. Y lo digo porque percibo la fuerza y la convicción del escritor a la hora de describir y enjuiciar su época y nuestro momento actual, y estoy convencido de que más allá de las coyunturas, esta novela sobrevivirá.
Quizá cuando Ungar escribía su novela en el horizonte se perfilaba una nueva reelección del doble de Del Pito en la irrealidad colombiana y ese escenario apocalíptico le permitió al escritor profundizar en muchos fantasmas de la vida de Miranda. Habría mucho más que decir sobre la relación padre-hijo y sobre personajes como Jorge Parra, el asesor y Jorge Calderón, el escolta y, por supuesto, sobre el Presidente Del Pito...
“mientras grito como si me desmembraran, en mi cabeza aparece la casa de papá en llamas. Mi vida entera ardiendo. La visión dura siempre poco, lo suficiente para recordarme que todo va a desaparecer, que nada de lo que somos quedará”, (p. 197).
Quienes conocemos de cerca la República de Miranda podemos sentirnos en casa con la narración de Ungar. Como esto no es una reseña puedo desvariar sobre el tema. Esos espacios tan cercanos a mí, de barrio y de dispersión, me trajeron nostalgias y muchas preguntas sin respuesta, como las que se hace Ana Neira desde Bonn en 2019...”¿serán todas mis cartas una sola pregunta larga y partida?” (p. 263).
P.D. Leer la reseña del libro en Página 12 de Buenos Aires: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4157-2011-02-06.html

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