Saber qué hacer es inútil sin la fortaleza emocional para hacer lo que sabes” Keith Raniere.
En mi trabajo de consultor he conocido a muchos dueños de pequeñas o medianas empresas, verdaderos emprendedores que han desarrollado sus organizaciones desde la nada. Cuando les pregunto cuáles de sus condiciones personales les fueron determinantes en la construcción de sus empresas, es muy difícil que me contesten que son sus saberes técnicos, sus conocimientos del mercado o sus habilidades comerciales, que sin duda todos ellos poseen.
Generalmente, cuando hacen un balance de lo que les posibilitó crear, mantener y desarrollar la empresa y hacer frente a todos los avatares y desafíos que se les fueron presentando, la mayoría de ellos rescata su espíritu emprendedor, su entusiasmo para promover nuevos proyectos, su temple para afrontar las adversidades, su capacidad para generar confianza y compromiso en sus equipos de trabajo. Reconocen sus competencias emocionales como uno de los aspectos que han marcado una diferencia en la cotidiana construcción de sus organizaciones. Es su Fortaleza Emocional la que les ha posibilitado soportar la incertidumbre en la toma de decisiones, afrontar las dificultades, superar el temor al fracaso, asumir el riesgo de la innovación y tener el temperamento para conducir el barco a destino.
Este reconocimiento de lo emocional como un factor determinante en la efectividad de nuestros comportamientos es un hecho relativamente nuevo, no sólo en el mundo empresarial sino en la sociedad en general. A pesar de la importancia y centralidad que poseen las emociones en nuestras vidas, tradicionalmente fueron visualizadas como algo subalterno del ser humano, e incluso como un área de nuestra existencia que había que dominar y someter en aras de la racionalidad y la inteligencia.
Las emociones poseen omnipresencia en todos los aspectos de nuestro quehacer cotidiano. Representan la experiencia más personal, íntima e intransferible que poseemos. La forma de sentir y expresar nuestras emociones marca nuestro existir, determina nuestra calidad de vida y nos constituye en el ser que somos. Sin embargo, durante siglos se ha definido al ser humano como “ser racional”, entendiendo que es la racionalidad lo que nos determina como personas.
Esta interpretación propuesta por Descartes y aceptada en forma generalizada en occidente por más de 350 años, nos hizo concebir la emoción como algo contrapuesto a la racionalidad y, por lo tanto, a la efectividad. Este paradigma planteó un ideal de ser racional liberado de la tensión emocional, partiendo de la base de considerar las emociones casi como un lastre, como una carga de la cual las personas deberían librarse para poder ejercer su racionalidad con plenitud. Se partía del supuesto de que cuanto más pudiera una persona controlar, dominar y someter sus propias emociones, más inteligente, lúcido y brillante sería.
Tanto la razón como la emoción constituyen al ser humano como tal y en la práctica cotidiana se manifiestan en una relación de interdependencia y mutua influencia. Es por esto que más que determinar la prevalencia de uno de ellos, es menester plantearse el desarrollo de ambos en un contexto de armonía y equilibrio.
Las emociones se expresan y manifiestan como disposiciones corporales para la acción y por lo tanto condicionan nuestro desempeño. Dependiendo del estado de ánimo en que nos encontremos, ciertas acciones nos son posibles de realizar y otras no. Cada emoción nos predispone para un tipo de acción diferente y es por esto que la emocionalidad impacta fuertemente en la efectividad laboral de los individuos y equipos de trabajo, e incide en la productividad organizacional y en la competitividad empresaria.
Hay estados de ánimo que nos conducen a efectuar acciones que nunca hubiéramos querido realizar (por ejemplo cuando tenemos un ataque de ira) y hay otros estados de ánimo que nos imposibilitan ejecutar acciones que necesitamos realizar (por ejemplo cuando no nos animamos a hablar en público por miedo o vergüenza). Pensemos, por ejemplo, cuando estamos sumidos en la emocionalidad de la tristeza, el enojo, la alegría o el miedo. Cada una de estas emociones nos determina qué cosas podemos hacer en ese estado emocional y cuáles no podemos realizar. En este sentido podemos afirmar también que las emociones generan la energía que nos impulsa hacia determinado tipo de acciones. Nos proveen del carburante y movilizan nuestras disposiciones corporales para que las conductas sean posibles.
La Fortaleza Emocional es la capacidad de las personas para conocer y gestionar sus emociones. Hay tres componentes imprescindibles y a su vez complementarios entre sí para lograr la capacidad de liderar los estados emocionales que sean funcionales a las acciones que debemos realizar:
1. La Conciencia Emocional es la capacidad de interpretar y comprender nuestras emociones y estados de ánimo. Abarca cuatro aspectos:
* Identificar lo que sentimos: implica ser conscientes de nuestros estados emocionales en cada momento.
* Interpretar nuestras emociones: está relacionado con poder determinar qué pensamiento o qué interpretación de las circunstancias está disparando nuestra emocionalidad.
* Evaluar la funcionalidad de nuestros estados de ánimo: es determinar si un estado anímico es funcional o disfuncional a los efectos de la eficacia de nuestras conductas.
* Responsabilizarnos por nuestra emocionalidad: supone hacernos cargo de lo que sentimos sin pretender buscar culpables entre la gente que nos rodea.
Al tomar conciencia de nuestra emocionalidad abrimos la posibilidad de intervenir en su diseño y transformación.
2. El Autodominio Emocional implica adquirir las herramientas necesarias para salir de los estados de ánimo disfuncionales, en función de poder responder de la forma más eficaz y apropiada a cada situación que se nos presente. Las distintas “estrategias de intervención” que nos permiten transmutar los estados de ánimo que consideramos disfuncionales son:
* Cambio de interpretación
* Respiración consciente
* Distanciamiento emocional
3. El Liderazgo Emocional es la capacidad para generar los estados emocionales en nuestro entorno laboral que sean funcionales a la calidad de nuestros vínculos y que posibiliten la realización de las acciones que debemos efectuar con la efectividad necesaria para el logro de nuestros objetivos. Por ejemplo, tener la habilidad de crear un clima de serenidad si debemos tomar una decisión consensuada, de apertura y confianza si estamos en un proceso de negociación, o de entusiasmo y motivación si debemos afrontar grupalmente un desafío.
Dimensionar la importancia y complejidad del fenómeno emocional en el comportamiento humano, nos conduce a considerar el desarrollo de la Fortaleza Emocional como un componente central de la Maestría Personal y el liderazgo.
Autor Lic. Oscar Anzorena – http://www.maestriapersonal.com – oscararrobadpoconsulting.com
Fuente http://www.planemprendedor.com/3-componentes-de-la-fortaleza-emocional
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