El siguiente crimen es el más teatral y por igual el más horrible, el doctor Yves Évenou, un hombre apreciado en la comunidad en la que vive por su pasado en la resistencia y por ser médico. Una noche ordena a su fea criada, Simone Deschamps, dirigirse a matar a su bella esposa que se encuentra en su habitación, la criada sumisa y sin pensarlo va a su encuentro para asestarle una puñalada en el pecho.
Guy Desnoyers, cura de Uruffe, un pequeño y concurrido pueblo es donde se comete el crimen más escalofriante de los que componen este libro. El cura ligaba con las feligresas, tenían hijos con él y tras pasar los nueve meses este les obligaba a abandonar al bebe, una vez le funcionó pero en la segunda relación, con Régine Fays una adolescente que, tras seducirla en un espectáculo teatral organizado por el propio cura las cosas se torcieron y fue asesinada con un tiro a quemarropa pero ahí no acabó todo. Después extrajo al niño de su vientre y le asestó una puñalada y por último desfiguró el rostro del pequeño.
Marcel describe en esta serie de narraciones una visión que trata de cerca el crimen ritual, descrito de forma bella, reflexiva y escalofriante, analizando las situaciones que llevaron a los asesinos cometer la atrocidad en cada caso. El escritor, además añade al final un pequeño texto en el que sus observaciones frente a la objetividad de la justicia que, ya por los años que fueron escritos estos textos, entre 1954 y 1957, no era precisamente un ejemplo. A lo largo del libro se desvela la obsesión del hombre por lo inhumano y que el escritor descubre desde diferentes perspectivas, la belleza muerta por a manos de la fealdad, la inocencia acribillada por la fe y la juventud por parte de la locura. En la introducción de Eduardo Berti define claramente al autor: «Hasta los diecisiete años, Jouhandeau aseguraba a todos que sería sacerdote. «Creo que me quedó algo de esa vocación. (…) En la doble tarea que me he arrogado, la de enseñar y la de escribir, no he cesado de sentirme en forma apenas consciente, revestido de un carácter sagrado», diría décadas más tarde quien se definía a sí mismo como una extraña combinación de católico torturado con moralista libertino. «El tono, el doble registro que parece convenirle a mi persona, es la mezcla de misticismo e ironía», indica en un bello libro llamado Le Moi-Même, donde toma como punto de partida unos cincuenta retratos suyos, todos hechos por el mismo fotógrafo (Daniel Wallard), como excusa para una serie de textos donde indaga en su personalidad y también en su aspecto físico. Nacido con un defecto en el labio superior (una marca que le hacía afirmar que, al llegar al mundo, lo había herido el beso de Dios en la boca), Jouhandeau se quebró la nariz cuando tenía unos diez años y la deformación en su tabique nasal le dejó para siempre una voz «como amortiguada».» Amortiguado es un adjetivo que define los textos que componen este compendio. En definitiva un breve libro que saca a la luz la oscuridad y la crueldad del ser humano de forma certera y clara, sin especular, pero que con una prosa sencilla y bella al mismo tiempo analiza los horribles crímenes en cada uno de los tres casos.
Recomendado para aquellos que quieran saber más sobre cómo se llevan a cabo diferentes juicios a criminales en la Francia de la Cuarta República, también para aquellos que tengan curiosidad por las formas en las que el autor define la condición del ser humano frente al horror, la esquizofrenia, la locura y el egoísmo. Y por último para aquellos que quieran conocer a un escritor que, a pesar del pasado del autor, define lo oscuro desde una visión más lógica y racional.
Extractos:
Si el crimen hubiese permanecido oculto, ¿cuán lejos habría llevado él su deseo? Cierto viaje a la Costa Azul en compañía de una bella mujer joven, ¿no fue inmediatamente previo a la decisión de adelantar su viudez? Aun cuando eliminó a su esposa de la lista de los vivos por medio de Simone Deschamps, con certeza no lo hizo para contraer matrimonio con su cómplice. Bien sabía que, una vez cumplido el delito, un revés de mano le bastaba para quitarse de encima a esta última. Si Évenou la preparó pacientemente, paso a paso, hasta hacer de ella una ménade, la bacante de sus saturnales, fue con la finalidad de arrasarla en forma gradual a cumplir una tarea determinada, una terrible misión, como si se pudiera tocar de a dos el fondo del abismo y, seguidamente, salir a flote solo. El infierno nunca devuelve a sus presas. La condena, para Évenou, fue que el crimen en sociedad lo ligó de manera indisoluble, para siempre, a esta Simone Descchamps que él despreciaba y, a la vez, lo separó con violencia del único ser con el don de salvarlo: su mujer. Pues su mujer, irreprochable, era la pureza personificada. La particularidad de los réprobos como Évenou es que no consideran a ninguna persona un fin, ya que no pueden ni quieren a mar. La insaciabilidad es un suplico; ellos tan solo tienen como móvil la voluptuosidad, que los va conduciendo a la catástrofe porque jamás se detendrán en un camino tan malo. Lo que caracteriza el delito de Évenou y lo vuelve al mismo tiempo muy singular e instructivo es que, aunque la Providencia le entregó una esposa más bella que todas sus amantes, una mujer moralmente sublime, él concibió el satánico proyecto de hacer que la más fea y más abyecta de sus amantes la ahorcase solemnemente.
Al llevar a cabo este crimen, Desnoyers solo piensa explícitamente en librarse de Régine, pero de pronto cavila que el niña, ya bien formado, quizá sobreviva a su madre, quizá se asemeje a su padre, y que, no bien descubran el cadáver de Régine, se extraerá una pequeña criatura cuya semejanza lo denunciará como asesino. Y, dado que este embrión se le presenta de repente como la materialización implacable de su pecado, se arroja sobre su primera víctima y le abre el vientre. Al furor del crimen se suma una suerte de locura mística con la que la increíble tragedia, cuyas etapas estamos siguiendo, alcanza su cumbre, pues este último y desesperado intento es lo que vuelve único y excepcional el hecho. Resulta inútil buscar en los anales de la criminalidad un caso semejante. Desnoyers ha procedido, en consecuencia, simplemente por temor, con el fin de librarse de una presencia incómoda, pero luego, en el curso de esa acción tan negra, se le ocurra otra, más negra aún, con algo de hechicería. Sintiéndose otra vez cura, se consagra sobre el cadáver de Régine, que hace de altar, a una ceremonia ritual, y celebra solemnemente una suerte de sacrificio expiatorio. Por supuesto, anda en él ni en torno a él es un ejemplo de orden, sino más bien lo contrario. El conjunto de sus gestos ya no obedece a su voluntad consciente, sino a un mecanismo ciego, a una lógica tan desconcertante, tan conmovedora y tan alucinante que parece funcionar en forma vacía, por sí misma, sin él, hasta volverse aún más inverosímil, poco menos que legendaria. En su delirio, aunque sin saberlo del todo, lo que él persigue a contracorriente es su obra de carne y hueso pues, tras haber destruido el instrumento, la mujer, busca ahora aniquilar su fruto, el hijo, y todo se cumple con un refinamiento que, en medio de tanto horror, se acerca a la perfección. Sin duda alguna, para que fuera posible tamaño crimen, para que pudiese perpetrarse con cierta precisión, era necesario que la lucidez de Desnoyers quedase un rato en suspenso. Aprovechando este eclipse, ciertas potencias ocultas que no sería excesivo tildar de diabólicas se apoderan de él y lo conducen fuer de sí, más allá de lo humano; su antiguo comportamiento incalificable las ha convocado de golpe, les ha concedido un permiso.
Editorial: Impedimenta Autor: Marcel Jouhandeau
Páginas: 108
Precio:15,95 euros